Guerra y terror. El Islam y el Corán como instrumentos de poder político. (PRIMERA PARTE)

 

Introducción.

Estamos a las puertas de lo que parece ser una gran conflagración mundial, que, además, pareciese llegar a involucrar, definitivamente y luego de muchos años de enfrentamiento, dos visiones del mundo, es decir, la aproximación a la realidad de Occidente y la que parece tener el Oriente, con sus diversos matices. Pero, en lo fundamental, el conflicto parece haber eclosionado entre la visión islámica de la realidad y aquella que podríamos ubicar en la tradición judeocristiana.

Presentado el conflicto, por una parte, como una suerte de “Choque de Civilizaciones” y, por otra, como el conflicto definitivo, después de mil años de escaramuzas y verdaderas guerras, entre la tradición religiosa judeocristiana y el Islam, pareciera a veces que se trata de un aspecto también de naturaleza conceptual en lo social y económico, y, por el otro, de una lucha filosófica definitiva por la preeminencia de una, entre dos grandes visiones religiosas de la vida humana. Este trabajo no abreva de ninguna de esas dos fuentes, circunscribiéndose a presentar más bien la disputa como un gran conflicto político, esto es, un conflicto por el control del poder político en el mundo, utilizando por vía instrumental dos posturas de carácter estrictamente religioso, esto es, la dominación política al través de la fe religiosa.

El grupo Hamás, tras un ataque sorpresivo a Israel, la matanza indiscriminada de civiles, la destrucción de propiedad y la violación, junto al secuestro de numerosos jóvenes, niños y ancianos, ha reivindicado su lucha por la “libertad y soberanía” del pueblo palestino, en la llamada franja de Gaza. Este infortunado suceso ha desatado las pasiones en el orbe, poniendo de nuevo sobre el tapete la discusión acerca del peligro extinción, vía manu miltari, de la muy antigua tradición judeocristiana, ante la vesania y la crudeza de los ataques de estos grupos, incuestionablemente identificados con el Islam, porque ellos mismos así lo proclaman.

Más allá del hecho de que Occidente, ciertamente, pareciese estar en una profunda crisis existencial, acaso más por sus propias contradicciones políticas, económicas y sociales, que por el ataque siniestro de los grupos y naciones, fieles seguidores de la creencia mahometana, el grupo Hamás, así como las naciones en el mundo árabe que lo soportan, junto a países euroasiáticos y del lejano oriente que se confiesan sus aliados, parecieran estar  haciendo uso instrumental del Islam y su libro esencial, el Corán, en su lucha por el control del poder político en el mundo, aprovechando aquella crisis occidental profunda, los unos apelando a su deber “como guerreros contra el infiel” y los otros, por simple conveniencia geopolítica, al alinearse con un formidable elemento perturbador en el Oriente Medio, incuestionablemente factor desestabilizador, tanto táctico como estratégico, para Arabia Saudita, Egipto y Jordania, países de credo musulmán, pero aun aliados de los países occidentales en la región.

En función del planteamiento hecho en el párrafo anterior, es que hemos escrito estas líneas, no siendo este un trabajo, se reitera, de carácter teológico, tampoco del desarrollo de las relaciones internacionales entre los actores en lisa y muchísimo menos sobre la justificación o no de posturas doctrinarias, en una confrontación religiosa. Se trata del uso que, en un conflicto de naturaleza estrictamente política, se hace del libro sagrado del Islam, así como del Islamismo, para justificar políticas de Estado, liderazgos político militares y acciones de guerra a gran escala.

De corta extensión por haber sido escrito para lectores en las redes sociales, consta de dos grandes partes, además de este breve texto introductorio, a saber, una primera parte que expone lo que, quien estas líneas escribe, supone es la motivación política tras el uso instrumental del Corán, así como del propio Islam, y una segunda parte (que creemos esencial para cualquier lector que se aproxime a los hechos desde nuestra perspectiva y que requiera de un conocimiento meramente superficial, para luego profundizarlo por cuenta propia), relativa a la estructura del Corán, algunos aspectos históricos de su desarrollo como documento sagrado del Islam; y, finalmente, los preceptos que acerca de la Guerra Santa, lleva en su seno por inspiración del mismísimo Profeta Mahoma.

De esos preceptos derivamos nuestra opinión propia respecto de la crudeza de las acciones efectuadas por Hamás en Israel, el pasado sábado 7 de octubre de 2023 y todo aquello que, como acciones de guerra, sobrevenga, ahora que la confrontación bélica ha comenzado y de cuyo fin es imposible adelantar fecha y triunfador alguno. Al final, emitimos las conclusiones correspondientes, como resumen culminante de estas líneas.

 

1.      La motivación política. Islam y Corán: instrumentos de poder político.

El Corán como libro sagrado del Islam y el Islam mismo, son, según nuestra perspectiva teórico-política, instrumentos de poder político hoy, antes que prédica y acción consecuente por convicción religiosa. Posible en ciertos sectores académicos del Islam, sobre todo aquellos dedicados a su investigación y enseñanza como quehacer científico, histórico, filosófico y social, en otros, sobre todo vinculados al poder político, su pugna y sus conflictos derivados, parece ser utilizado en tres sentidos: la elaboración y formulación de políticas de Estado; la construcción y propalación (sistemática y permanente) de un discurso político justificador del ejercicio ad infinitum del poder político y militar; y la ejecución de acciones guerreras a gran escala, utilizando el principio de la preservación de la integridad del poder islámico y su indispensable defensa, ante la existencia de un peligro permanente de sometimiento y destrucción por parte de los infieles. Pasemos a explicar cada una de estas posturas instrumentales que, pensamos, podrían ser utilizadas a título individual o, tal vez, dos de ellas o las tres como formidable conjunto destinado a la agresión global.

Por formulación de políticas de Estado, entendemos la construcción de un sistema de políticas públicas, tanto al interior de las naciones auto denominadas islámicas como hacia el entorno externo de esas naciones, por ejemplo, el diseño, formulación e implementación de una política de relaciones exteriores hacia el mundo. Más específicamente: mediante la intervención directa de los jerarcas de la religión islámica o su definitivo establecimiento como autoridades del Estado, se formulan políticas públicas desde los preceptos que, sobre cada materia, contemple el Corán, es decir, la política coránica como inspiración directa para la formulación de las políticas de Estado en todos los ámbitos[1].

Una construcción imposible en Occidente, donde Iglesia y Estado hubiesen sido separados formalmente a inicios de la Modernidad, en el Islam se pretende universalizar a todas las naciones musulmanas, bajo una sola fe-ley y acaso (y esto es lo más preocupante) a una sola nación de profesión musulmana, tal cual La Meca y Medina lo fuesen en tiempos del Profeta: la República Islámica de Irán.

La política económica, las relaciones internacionales, la educación, la administración de los servicios y, sobre todo, la política de seguridad y defensa nacional, entre otras, serían o deberían ser formuladas desde lo que establezcan los preceptos coránicos sobre el particular o en sintonía con aquellos, conforme la interpretación dominante en las autoridades musulmanas de la nación bajo esa égida. En términos occidentales: una sola continuidad representada en Iglesia y Estado. Política e ideológicamente hablando, la versión comunista de una sola ideología, un partido, un hombre, un gobierno y un pueblo, llevada a su versión musulmana: “Un Dios, el Islam, Mahoma su profeta y nosotros en el gobierno de los Estados islámicos, los únicos intérpretes del Profeta; el pueblo debe ser fiel y a los infieles les espera el máximo suplicio, estando aquellos en cualquier parte, es decir, dentro o fuera de nuestra nación musulmana”[2].

La construcción y propalación (sistemática y permanente) de un discurso político justificador del ejercicio ad infinitum del poder político y militar, sería la primera consecuencia de la construcción de una política coránica de Estado. En términos de una primera persona colectiva: “Siendo nosotros la única verdad, porque no existen sino Allah y Mahoma su Profeta, como fe religiosa verdadera, y siendo nosotros los únicos profetas autorizados para interpretar y esparcir la verdad única por la tierra del infiel, somos solo nosotros los llamados a ejercer, ad infinitum (de nuevo por la sagrada voluntad de Allah y Mahoma, su único Profeta), el poder político y militar, así como organizar, de manera sistemática y permanente, nuestra defensa de un mundo definitivamente infiel. La guerra es nuestro único camino de redención y la muerte del infiel: nuestra sagrada tarea en este mundo. Nuestra muerte en batalla: el inequívoco camino recto al paraíso eterno.”[3]

La ejecución de acciones guerreras a gran escala, utilizando el principio de defensa de la integridad del poder islámico, ante la existencia de un peligro permanente de sometimiento y destrucción por parte del infiel, pudiera derivarse de la propia historia cruenta de propalación y propagación de la fe musulmana. El Islam fue impuesto por Mahoma a los pueblos árabes semíticos del desierto y en su tiempo, bajo la severidad de la espada, el fuego y la guerra; una vez tomadas Medina y La Meca, convertidas en capitales del Islam como ciudades sagradas, Mahoma y sus fieles (aún después de muerto el Profeta, en el 632 después de Cristo y mediante los califatos guerreros islámicos), continuaron una guerra de conquista que se extendió por toda la península de Arabia y territorios circunvecinos, que hoy ocupan naciones como Siria, Líbano, Jordania y Egipto, incluso hasta Andalucía (Al-Andalus) en España y hacia el sur del Mediterráneo en África profunda. El Islam proclama “la Guerra Santa” o Yihad (Yijad o Jihad en otros textos de comentadores y estudiosos) como recurso indispensable para acabar con los infieles, sobre todo aquellos que persistan en su “infidelidad” o que, obnubilados ante “la única y auténtica verdad”, sea menester destruir por ceguera espiritual, aun contemplando la conversión como opción para salvarse del fuego de la muerte. De modo que este principio coránico, sirve al propósito de la existencia de un estado permanente de conflicto bélico e incluso, ante lo que el gobernante islámico considere “amenaza inminente”, el despliegue de acciones de guerra preventiva para la destrucción de potenciales enemigos, ya no vistos como contrincantes estratégicos, sino como “demonios satánicos del mal, propios de los infieles”.[4]

De modo que tanto la formulación de políticas de Estado, como la construcción de un discurso de permanencia en el poder por mandato de Allah, como el despliegue de acciones de guerra preventiva, más por razones “religiosas” que por justificación estratégica, usando al Islam y sus principios coránicos desde una perspectiva meramente instrumental, pueden servir a los actuales actores islámicos de y en el poder, para justificar el ejercicio ad infinitum de ese poder político (la voluntad de Allah es infinita), así como el ataque sin aviso y de cualquier intensidad, contra toda nación que considere su enemiga en la fe.[5]

Así, desde la perspectiva planteada anteriormente, grupos paramilitares calificados por occidente como “terroristas”, grupo islámicos castrenses o jefes militares islámicos que hubiesen tomado el poder en alguna nación del mundo o ejércitos de una nación musulmana que hayan invadido territorios de otra que no lo fuese y, paulatinamente, tomasen el poder, estarán en capacidad de justificar todas sus acciones de exterminio, destrucción y muerte, porque lo hacen en nombre del Islam y los principios inconmovibles del sagrado Corán, que como reza la aleya primera, de la Asura Segunda: “He aquí el libro que no ofrece duda: él es la dirección de los que temen al Señor…”



[1] Asura segunda, aleya 184: “No devoréis entre vosotros vuestras riquezas, gastándolas en cosas vanas; no las llevéis ante los jueces con objeto de consumir el bien ajeno. Ya lo sabéis.” Siendo el sagrado Corán un libro práctico, que pretende el establecimiento de un sistema de valores y creencias, que rija la vida cotidiana de los fieles, por el recto camino del Señor (Allah), para los fundamentalistas cada palabra y cada precepto, es de obligado e ineludible cumplimiento, sea por su claridad expositiva, sea por propia y dogmática interpretación. Esta aleya suele ser interpretada como la directa prohibición de juegos de envite y azar, así como las apuestas. Al propio tiempo, prohíbe el soborno a los jueces, con riquezas prevenientes de esta fuente y con el evidente interés de torcer una causa a favor de quien resultase sujeto de la falta. En consecuencia, la política de orden público que prohíbe los juegos de envite y azar en algunas naciones musulmanas, así como la penalización severa del soborno a jueces y otros servidores públicos, si hubiesen sido sorprendidos habiendo permitido esta actividad, pudiera derivarse de una interpretación de esta aleya. EL CORÁN. PRODUCCIONES EDITORIALES. Barcelona, 1979. Pág.23

[2]Los infieles no cesarán de haceros la guerra mientras no os hayan hecho renunciar a vuestra religión, si pueden. Pero aquellos de vosotros que renunciéis a vuestra religión y muráis en estado de infidelidad, esos son los hombres cuyas obras se perderán inútilmente en esta vida y en la otra: son los hombres destinados al fuego y allí permanecerán eternamente.” Asura segunda, aleya 214, fragmento. Ídem. Corán. Pág.27 

[3] Asura segunda, aleya 23, El Paraíso: “Anuncia a los que creen y practican las buenas obras que tendrán por morada jardines regados por corrientes de agua. Cada vez que tomen algún alimento de los frutos de estos jardines, exclamarán: He aquí los frutos con que nos alimentábamos en otro tiempo; pero solo tendrán apariencia. Allí hallarán mujeres exentas de toda mancha y allí permanecerán eternamente.” Respecto de esta aleya, los editores comentadores de la versión del Corán utilizada en la construcción de este texto y con relación a los frutos del paraíso que “…solo tendrán apariencia…” de aquellos comidos en vida, acotan: “Es decir, que estos frutos serán de un gusto mucho más exquisito que los de la tierra, aunque semejantes a estos últimos, a fin de causar a los bienaventurados una agradable sorpresa.”. Op.Cit. Corán. Pág.4

[4] Asura segunda, aleya 186, la Guerra Santa: “Combatid en la senda de Dios contra los que os hagan la guerra” siendo comentado este texto por los estudiosos como: “…una expresión consagrada para decir: haced la guerra santa por la causa de Dios.” Ibídem. Corán. Pág.23. Nota: en el libro de referencia no existe el vocablo árabe Allah sino las referencias son a “Dios” y al “Señor” para identificar a aquel. Para ser consistente con las notas textuales, utilizaremos el mismo método, esto es, Dios y el Señor en lugar de Allah.

[5] Bajo esta premisa, Irán amenaza a Israel con entrar en guerra, cosa que, eventualmente, ocurrirá sin posibilidad de ser evitado, porque, de hecho, es eso lo que la República Islámica desea y aspira se haga realidad, por cuanto los Ayatolah, gobernantes islámicos ortodoxos, lo consideran el destino manifiesto de toda nación islámica, esto es, que se luche denodadamente contra el infiel. De hecho, en el Corán son reiterados los llamados a la guerra contra los judíos y cristianos que se nieguen a la conversión, llamados que pudiesen estar relacionados a los combates que tuvo que enfrentar Mahoma, el Profeta, contra los clanes judíos de Medina, así como los comerciantes árabes convertidos al cristianismo o cristianos venidos del Bizancio y que se aliasen en más de una ocasión con sus enemigos en aquella ciudad, por cierto “adoradores” del culto a Tagut u otras deidades árabes, quienes cobrasen tributo a las ricas familias judías, agrupadas en clanes, para el ejercicio de su culto monoteísta. La sociedad entre los árabes politeístas y los judíos monoteístas en La Meca y Medina, fue siempre por una lucrativa transacción comercial, dónde los ricos judíos pagaban y lo señores árabes del politeísmo cobraban ingentes tributos. No había mediación de la fe, sino conveniencia de ambas partes.

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