Henrique Capriles y tres máximas políticas: más allá de la pugna interpartidaria…
Existen tres máximas teórico
prácticas de naturaleza política (de la política como oficio y en la política real)
que fueron, han sido y serán de tratamiento discursivo mundialmente amplio en
Occidente, con independencia del tiempo histórico (para más señas, desde los albores
de la democracia griega, la República Romana, los Estados nacionales, la Revolución
Industrial, la muy jacobina y republicana Revolución Francesa, las monarquías
constitucionales parlamentarias, las conflagraciones mundiales y el advenimiento
y solidificación de la primera y única República de la Sociedad Comercial de la
historia de la humanidad, a saber, los Estados Unidos de América) y que han
permanecido intactas: la primera, en
política es solo útil aquello que da resultados; la segunda, la pugna por el poder, es lucha descarnada y
sin escrúpulos; la tercera: los
políticos de oficio siempre mienten.
El abogado Henrique Capriles
Radonsky ha renunciado a su candidatura a la próxima elección primaria,
prevista a realizarse en Venezuela, el 22 de octubre del presente año. Cientos
de interpretaciones se han tejido (y digo cientos por citar una medida cuantitativa
que podría servir como referencia) y de las que este vetusto teórico no hará mención alguna. Nuestra aproximación se basa en las tres máximas previamente
citadas y solo pretende abundar en más razones para la discusión, pero desde
una perspectiva que escapa a la pueril pugna interpartidaria actual, además de
aquellas propias del elemental cálculo político de los actores en lisa, esto
es, trataremos de hacer un esbozo desde la condición lapidaria de las tres
máximas, mediante un abordaje teórico. Vayamos pues a su encuentro.
Henrique Capriles hace parte de esa joven
generación de dirigentes políticos, surgidos del seno de la clase media
profesional, comerciante, banquera y empresarial de Venezuela, contra la cual
el gobierno de Hugo Chávez arremetiese inicialmente con las leyes habilitantes y,
más tarde, al intentar ese mismo sector social el derrocamiento activo de
aquel, el comandante repuesto en el poder político intentase cierta fórmula de
reconciliación, infructuosa por cierto, al continuar en su accionar
confrontador, por naturaleza ínsita de su carácter, como el mismo advirtiese en
más de una ocasión. Diputado, gobernador re-electo y candidato presidencial,
Capriles se transformó, en un momento determinado, en el referente de la
oposición venezolana. De hecho, desde la óptica castrense que se impuso tanto
en el lenguaje como la obra de Chávez, Capriles llegó a ser identificado como
el “Jefe de la Oposición”, fórmula
para identificar, en la historia política venezolana, a un potencial enemigo,
por definición a ser enfrentado en batalla, según razonamiento por cierto
anacrónico y típico de montonero decimonónico.
Llegado a su cúspide en 2013,
tras la muerte de Chávez y la unción de Nicolás Maduro como “sucesor”, Capriles le disputó la
presidencia de la nación, a quien sus seguidores y buena parte del chavismo, si
nos ajustamos a la verdad, daban por perdido. Triunfador por estrecho margen,
la oposición política dio por sentado el fraude y habiéndolo gritado
inicialmente, el joven abogado contendor hubo de retractarse y allí su primer
dislate: se difundió tanto y tan ampliamente la especie “del recule”, que Capriles quedó reputado, injustamente, como un político carente de valor personal.
Aprovechada por sus enemigos políticos dentro y fuera de su propia agrupación,
así como del sector opositor, esta conseja fue utilizada sistemática y
permanentemente para su destrucción paulatina. Y he aquí la primera máxima en
acción: En política es útil solo aquello
que da resultados.
A partir de allí, la figura de
Henrique Capriles se vio envuelta en la fallida senda de “acciones sin resultados”, adoptada por la oposición política de la
cual hiciera parte inextricable y desde 2015: el desperdicio del capital
político obtenido por la oposición, en el sustantivo sufragio popular a la
Asamblea Nacional (arrogancia infinita de Ramos Allup mediante), la llamada “Salida”, el Interinato, el golpe de los
topochos y los llamados reiterados a la abstención, en unos casos hablando y
otros callando, no hubo manera que la figura de Capriles no fuese vinculada o él se
vinculase directa y discursivamente, gracias a las peroratas ambiguas, muy
propias por cierto de su parecer. Nada, reiteramos, Henrique no pudo
desvincularse de “la falta de resultados”
y, por ende, dejó de verse como un “político
útil”. Con seguidores leales en todo el país, no puede sin embargo
deslastrarse de los efectos de la “inutilidad
política” y menos competir, en igualdad de condiciones, con nuevas figuras
en el panorama político nacional, no “tan
contaminadas”, a pesar de venir cargando también con su buena cuota de
responsabilidad en los gazapos señalados.
“La pugna por el poder, es lucha descarnada y sin escrúpulos” máxima
que no requiere de mucha exposición interpretativa, deja claro que, en estricto
léxico criollo venezolano, en la lucha por el poder “primero yo que mamá en el cielo”. En este sentido Capriles ha sido
una muestra de conducta variable y como la zamba argentina de Polo Giménez “una ratico aquí y otro más allá”,
Capriles ha estado en contra y a favor de la misma política (elecciones por
ejemplo) una y otra vez; de salidas de fuerza o senda insurreccional en ocasiones
no muy claras, en otras abiertamente o guardando un silencio estratégicamente
conveniente, en especial cuando la represión ha arreciado. De allí que haya
gente dedicada a desprestigiarle por su “falta
de escrúpulos”, así como su carácter “ambiguo
y acomodaticio” pero es que, infortunadamente, la lucha por el poder ni
quita ni da cuartel, por lo que su esencia es el “acomodo y la maniobra estratégica” según sean los objetivos. En
otro orden de ideas y en honor a la verdad, Capriles pareciera creer que “el discurso político” conmovedor y
aparentemente oportuno, puede, mágicamente, borrar las acciones del pasado, aún
las más recientes, estrategia que parece ya no estarle funcionando. Dicho en
otros términos: Henrique ha perdido
importante cuantía de credibilidad.
Y es desde allí, donde se logra enlazar el contenido de nuestra tercera y última máxima: los políticos de oficio siempre mienten. Definiendo a “políticos de oficio” conforme al concepto de Max Weber, esto es, aquellos que viven “de y para la política”, significando con esta expresión que obtienen su modo de vida del ejercicio de algún puesto público, su alcance o la prebenda derivada de aquel, Capriles hace rato que debe estar acusando agudo castigo presupuestario, porque al ámbito público en tanto ejercicio de cargos, hace rato que no accede, merced de la inhabilitación que pesa sobre él .
Suponiendo que por otras razones haya
logrado sobrevivir, resulta un hecho que Henrique se ha mantenido activo en la
realpolitik del patio y en los últimos 25 años. A diferencia de Leopoldo López
que por amarrarse a la vía insurreccional, pagara cárcel y luego huyera al
exilio, dónde pareciese gozar de una vida muelle (al menos eso es lo que
proyecta) y de Julio Borges, quien tomó también la misma vía pero sin prisión,
Capriles ha “modulado” su discurso
para mantenerse en la palestra, invulnerable e incólume. Sin embargo, eso
implica un costo político importante en la opinión, aún en aquella que le es leal
por la sola terquedad de serlo. Y, acaso, esa “modulación” del discurso, ha sido vista por la mesnada común, como
se suele decir en criollo venezolano, “como
guabineos de ocasión”, acaso reducidos al simplismo de: “Henrique siempre miente”.
De modo que si sumamos el efecto
combinado de las tres máximas, obtenemos una muy lesiva conclusión, lastre de
peso sustantivo en la vida política de Capriles hoy: Henrique es un político inútil, que no da resultados en su afán por
acabar con el chavismo, que ha perdido importante cuantía de credibilidad
porque miente y hoy lo ha hecho de cotidiano. En esta lapidaria sentencia,
muy común por cierto a casi toda la fauna política nacional de los bandos en pugna, en todo lugar y
tiempo histórico, pudiera estar la razón de sus bajos números, los criterios de
valoración de quienes alguna vez lo siguieron y las avilantadas opiniones,
entre propios y adversarios sempiternos, en el sector opositor. Acaso esta mortal combinación pudiera haber
provocado su renuncia.
Nos abstenemos de analizar las opiniones de forma respecto de una u otra adhesión; de fondo respecto de la posible eliminación del panorama político nacional de María Corina Machado o la posible negociación del pacto llamado “CapriRosa”, para lanzar la candidatura de Manuel Rosales a la presidencia de la república en 2024, en una fórmula de Rosales-Capriles, Presidente-Vicepresidente. No teniendo información al respecto, desde la perspectiva de un científico político, sería una imprudencia de mi parte opinar sobre el particular.
Solo sería pertinente añadir,
como conclusión, que los venezolanos, a lo largo de toda nuestra historia
política republicana, hemos mostrado una tendencia perniciosa a pensar que
nuestros políticos de oficio son o debieran ser como los “repúblicos romanos”, al mejor estilo de aquellos citados por Cayo
Salustio Crispo o Marco Tulio Cicerón, cubiertos de virtudes republicanas y de
prístino pensamiento sin mácula. Dotados, como ya dijésemos, de aquellas
virtudes de tan solicito deseo, como “la
virtud, el honor, el valor y la templanza”, deberían ser capaces del máximo
sacrificio por “la Patria y el Pueblo”,
conceptos republicanos por excelencia, como si de héroes de un mitológico pasado se
tratase. De allí que al verlos proceder como suelen hacerlo los políticos de oficio y
en la política real, la decepción sea mayúscula. Así que, mis
queridos contertulios digitales: No pidáis al político de oficio lo que vosotros, de
cotidiano, no sois capaces de hacer. Que el político de oficio también es un mortal pecador. ¡Y vaya que clase de pecador!
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