Las “hermandades” políticas convenientes. Ideas, fuegos verbales de artificio e intencionalidad discursiva instrumental…
El discurso político no es, definitivamente, inocente. El Profesor Quentin
Skinner es terminante al afirmar que todo discurso tiene esencialmente “motivos e intenciones”. Por una vía
equivalente, el Profesor J.G.A Pocock insiste en definir al discurso político
como un “conjunto estructurado de actos
de habla, expresados en un lenguaje político particular, en el contexto de un
conjunto de prácticas sociales y políticas, en un tiempo histórico determinado”.
En suma, actos de habla, con motivos e
intenciones, expresados en el lenguaje político de un tiempo histórico, en el
contexto de prácticas sociales que lo identifican.
En ese ejercicio cotidiano que consiste en la “estructuración de actos de habla de manera intencionada”,
encontramos lo que aquí nos atrevemos a definir como las “hermandades políticas conceptuales convenientes”, que en ejercicio
igualmente conceptual e intencionado (porqué habríamos de negarlo) hemos de
atrevernos a definir como el
establecimiento de lazos inextricables entre conceptos políticos, no
necesariamente asociados por definiciones ínsitas vinculantes, pero
concretamente convenientes a la construcción del discurso político. No
pretendiendo construir perogrulladas por la vía de un lenguaje enrevesado,
ocurramos al expediente del ejemplo práctico, mucho más gráfico y esencial, y
que nos permite entrar en el asunto de estas líneas de manera directa.
Comencemos por una construcción discursiva intencionada, propia del tiempo
posterior a la Segunda Guerra Mundial, advenida y fortalecida en el discurso
político del occidente triunfante, más específicamente con origen en el gran
ganador de la conflagración referida: Estados Unidos de Norteamérica. Se trata
de la inextricable hermandad (suerte de “parto
de tres”) que el discurso político de occidente, reiteramos, se empeña en
dar vida, acaso en forma de ser tricéfalo: democracia,
libertad y capitalismo.
Empíricamente y de acuerdo a la visión universal de la política
estadounidense (algunos teóricos se han dado a la tarea de fundamentar tal
afirmación desde la filosofía política), la
libertad no puede existir sin democracia y las dos, esto es, libertad y
democracia, terminan siendo igualmente inexistentes si no se soportan en el
capitalismo como sistema económico. Esta hermandad se ha mantenido (y
defendido) estableciendo “relaciones
conceptuales” prácticas, más convenientes al discurso político que a la
realidad y consistentes con los intereses de poder de la gran potencia
americana. Veamos la argumentación a favor.
La libertad individual, a grandes rasgos y según la concepción
estadounidense (en buena medida liberal), consiste en el ejercicio, inalienable
e imprescriptible, de decidir sobre la vida y el destino por alcanzar, mediante
el desarrollo y despliegue sin restricciones de las capacidades creativas e
industriosas, también individuales, del ser humano (sobre el particular,
resulta indispensable hacer notar que el filósofo político Isaiah Berlin tiene
un trabajo extenso, claro y bien reconocido sobre la libertad, donde distingue dos
tipos, a saber, libertad positiva y libertad negativa, tratamiento que
obviamos en estas líneas por razones de tiempo y espacio).
Más concretamente: el ser humano es
libre de crear, producir y enriquecerse, si ese fuese el resultado material del
despliegue de sus capacidades. De esta última construcción deviene otra “relación medular”: solo el capitalismo entiende el enriquecimiento material como meta y,
en consecuencia, provee los medios para lograrla. Ergo: el ejercicio de la libertad económica individual
solo es posible en el capitalismo. El ejercicio de los derechos
políticos individuales, también de manera libérrima, supone la existencia de
una forma de gobierno que permita el debate y expresión de las ideas (vale
decir, el despliegue natural de las “capacidades
creativas individuales” en el orden político del ser humano), su difusión
pública sin otras restricciones que las que imponga la ley, en adición al derecho
a decidir cómo, cuándo y a quién gobernar (además de ser gobernado);
exclusivamente la democracia, en su entendimiento moderno y, reiteramos,
liberal, ofrece esas posibilidades, esto es, pensar, expresarse, elegir y ser
elegido. Ergo: solo en democracia es
posible la libertad individual política plena.
Del desarrollo empírico-discursivo anterior, surge entonces “una gran conclusión”, construible
sólidamente desde cada una de las conclusiones individuales antes expuestas: el ejercicio de la libertad económica
individual solo es posible en el capitalismo y solo en democracia es posible la
libertad individual política plena. Ergo: democracia y capitalismo están
hermanados por el ejercicio pleno de las libertades individuales. No obstante, en la práctica, no existe “relación medular de hermandad” entre el
capitalismo, la democracia y la libertad. Y este hecho es perfectamente
demostrable empíricamente al poder constatar en el mundo político-económico
actual, la existencia de tiranías (dictaduras y monarquías absolutas) asentadas
en el más puro de los capitalismos como sistemas económicos. Casos como Arabia Saudita o Egipto ofrecen ejemplos
palmarios de dictaduras o monarquías absolutas, casi de corte medieval, cuya
subsistencia es inextricable al capitalismo más puro y duro, y donde la
libertad individual es permanentemente constreñida. Y, además, en contraste y
por sorpresa: ambas naciones son aliadas de los Estados Unidos de América. El
artificio o más bien “la prestidigitación
discursiva de la idea” sirve hoy al propósito estratégico de la
conservación del poder de la gran potencia occidental, nación cuyos gobiernos
siguen explotando ad nauseam, tanto a
lo interno de sus fronteras como fuera de ellas, la misma “hermandad inextricable” entre capitalismo,
libertad y democracia.
Veamos la otra cara de la moneda: la
hermandad inextricable entre socialismo, libertad y democracia directa,
protagónica y popular. El “pueblo”
un concepto por cierto de natura y origen estrictamente republicano que nunca
marxista, es el eterno sufriente, desde
la perspectiva socialista, sobre todo en las democracias liberales capitalistas
y burguesas. Sujeto de expoliación, todo tipo de exacciones y de la explotación
económica inmisericorde, por parte de una “burguesía
apátrida, rapaz, ambiciosa e individualista”, el pueblo constantemente “pugna por su liberación”. Desde que
Carl Marx y Federico Engels publicaron su “Manifiesto
Comunista”, el ritornelo socialista de “pueblo-explotado-expoliado
sediento de libertad”, no ha cesado en boca de quienes propalan su
discurso. Veamos la construcción discursiva socialista…
El “pueblo” (únicamente los
pobres y los sectores menos privilegiados de la clase media, definida por el neo
socialismo como “burguesía popular”)
clama por “libertad”, esto es, el
pueblo en las “democracias liberales
burguesas y capitalistas” no es, definitivamente, titular de ningún tipo de
libertad, atributo, por cierto, que no se entiende “individual” sino “colectivamente”
por cuanto el pueblo es un “todo”
dotado de una “identidad común”. La “libertad” (sobre todo para el neo socialismo) se entiende como la “libertad para organizarse” y la “libertad para una construcción común”,
que además supone la existencia de una “propiedad
compartida” cuyos frutos, luego de su explotación, deberán ser igualmente
compartidos. La “organización propia”
supone la transferencia de ciertas “cuotas
de poder”, que digitan desde arriba “los
líderes revolucionarios”, quienes, dicho sea de paso, son los llamados a “liberar a los pueblos”, indicándoles,
mediante una inequívoca, acertada y asertiva dirección, el camino hacia el
disfrute pleno de la libertad. Ergo: la
libertad plena es solo plena si es común y el camino hacia la libertad solo
pueden señalarlo los líderes, quienes tienen la responsabilidad de liberar al
pueblo.
En el socialismo la democracia no puede ser burguesa, debe por tanto distar
con mucho de aquella. Nunca jamás deberá ser “burguesa”, calificativo por cierto universal, además de naturaleza
omnicomprensiva, porque puede añadirse como calificativo a cualquier estructura
que no sea admisible, por la comprensión ideológica del liderazgo. Ergo: cualquier estructura que no sea socialista,
es por tanto burguesa. Desde esa perspectiva y valiéndose de definiciones
más actualizadas por teóricos políticos como Nikos Poulantzas y Crawford
McPherson, al definir (por cierto en el contexto de la democracia liberal y por
tanto “burguesa”) democracias
participativas, directas y protagónicas, para los neo socialistas así debería
ser la “democracia socialista”. De
modo que la democracia deja de ser burguesa cuando se convierte en directa,
protagónica y participativa, por tanto al dejar de ser burguesa, se hace
socialista. Ergo: la democracia
socialista es y tiene que ser directa, participativa y protagónica.
De nuevo y utilizando el mismo recurso de conjunción concluyente, el credo
discursivo del neo socialismo, hacia la construcción de una “hermandad conveniente”, conduce a una
gran conclusión definitiva: la libertad
plena es solo plena si es común y el camino hacia la libertad solo pueden
señalarlo los líderes, quienes tienen la responsabilidad de liberar al pueblo,
imponiendo la democracia socialista que es y tiene que ser directa, participativa y
protagónica. Mediante el uso reiterado de este artilugio discursivo y en
contraposición a la “hermandad democracia-libertad-capitalismo”, esta
criatura tricéfala socialista se enfrenta a su monstruoso par “enemigo”. Pero resulta que, al igual
que su temido adversario, esta criatura tricéfala, por lo general roja-rojita, también
tiene sus contradicciones. En Cuba, por ejemplo, meca del Socialismo
Hispanoamericano, no hay democracia directa, participativa y menos protagónica:
la dirigencia revolucionaria agrupada en su ya conocida Nomenklatura, establece la identidad de los “protagonistas”, así como las condiciones de la “participación directa”. Una situación similar ocurre en Nicaragua
y Venezuela, así como en Bielorrusia, por citar otro continente.
Así, en ambas construcciones del discurso político, priva, como afirmáramos
en un principio, el artificio para la exposición de las ideas y, en
consecuencia, la captación de correligionarios que, como diríamos en un
artículo anterior, más identificados por el “sentir”
que por el “saber y el conocer”,
terminan repitiendo como loros, los contenidos del discurso de su preferencia. En
el contexto de la campaña electoral de los Estados Unidos, el presidente Donald
Trump ataca a su contrincante senador Joseph Biden, utilizando en cada
aparición de campaña, los contenidos de ambos discursos. Trump torpedea a Biden
con el artificioso discurso acerca del “socialismo”
y acusándole de malvado “socialista”,
utilizando como argumentos, curiosamente, los mismos que utilizan neo socialistas para construir el propio,
mientras a su turno, el presidente se convierte en el único y brillante adalid
de la “hermandad de la
libertad-democracia-capitalismo”.
Mientras el discurso político de fondo, se hace “gris” en un espacio de borrosidades, los “fuegos verbales de artificio” siguen “opacando” la luminosidad natural propia de las ideas. La
mediocridad sigue triunfando y la humanidad se sume en una ignorancia
conceptual cada vez más profunda. Acaso este sea el sino inexorable de estos
tiempos, tiempo histórico pletórico de estulticia, obscuridad y oquedad intelectual sin fondo pero, paradójicamente,
de una superficialidad discursiva pedestre, rendida al objetivo instrumental
del triunfo material. Acaso tiempos de “Veni,
vidi, vici…”
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