“CIVIL WAR 2.0?” Las enseñanzas “ignoradas” de la historia…
El sugestivo título con el que iniciamos estas líneas, lo hemos copiado de
un “meme” que circula insistentemente
por las redes sociales, en relación al conflicto político que hoy afecta a los
Estados Unidos de América, con ocasión del reciente evento electoral y cuyos
resultados definitivos no quieren ser reconocidos por el Presidente Constitucional
en ejercicio, uno de los contendientes, y, en consecuencia, por sus seguidores
y partido que lo apoyan.
Hace alusión a un evento histórico que la historiografía estadounidense, ha
bautizado desde su sangrienta ocurrencia como “La Guerra Civil” y que tuviese lugar en la unión americana entre
los años 1861 y 1865, siendo los contendores en aquel conflicto los Estados Unidos de América (USA)
y los Estados Confederados de América (CSA), esta última construcción republicana que surgiese
con ocasión de la secesión de las provincias del sur, proceso que se iniciara
en Carolina del Sur, el 20 de diciembre de 1860. Habiendo triunfado la
candidatura de Donald Trump en la mayoría de los estados sureños, con excepción
de Arizona, Nevada y la emblemática Georgia, es presumible que algunos hayan
querido establecer "cierta coincidencia" entre el conflicto político actual y
aquel triste acontecimiento, que se llevara en sus vientos bélicos la no poca
importante cifra de 600.000 vidas, así como la destrucción total de toda la
superficie cultivable, las estaciones de ferrocarril y buena parte de sus vías,
desde Tennessee hasta Georgia, al filo postrimero de la guerra, luego de la
campaña conducida por el general William Tekumseh Sherman (US Army), durante el
otoño de 1864 y conocida más tarde como "la marcha de Sherman hacia el mar".
Es posible que muchos de los que “presienten”
o “desean” que aquella vieja
contienda entre “gray and blue” en
alusión a los uniformes de las naciones en conflicto, se repita de algún modo, encuentren en ambos eventos “causas
u orígenes comunes”. Acaso un rápido análisis sobre las causas (tanto
aquellas como las que hoy atisbamos), nos permitan hallar cierta relación interesante,
más allá de la búsqueda intencionada de conexiones incidentales a lo que Karl
Popper soliese llamar “las relaciones
queridas y esperadas”.
La Guerra Civil (nombre con el cual, reiteramos, por antonomasia
y en Estados Unidos, se bautiza aquella contienda, como si no lo hubiesen sido
las guerras de conquista sobre el oeste, luego de 1850), no comienza, como
conflicto político, en 1860. Ni siquiera en 1861, con ocasión del ataque del
ejército de la Confederación sobre el Fuerte Sumter, el 13 de abril de 1861. Se
remonta a la forma en que se construyeron y se fueron configurando, en aquella
gran nación, dos formas radicalmente distintas de ver la realidad. El sur,
esencialmente agrícola, regional, cerrado y metodista. El norte, industrial,
comercial, banquero y liberal democrático. El primero, comprometido hasta los
tuétanos con sus viejas tradiciones independentistas (especialmente en
Virginia); el segundo, expresión material de la pujanza introducida por la
Revolución Industrial. En uno manda el viejo héroe de la República de la
Sociedad Comercial: “The Landlord”,
personificado más tarde en el viejo caballero del sur. En el otro, el
industrial en ciernes; las chimeneas humeantes de las máquinas; el banquero
ambicioso y avaro, junto al comerciante audaz y emprendedor. Dos maneras
diferentes, acaso radicalmente distintas, quienes, además, son azuzadas a la agraz
disputa por una institución que quiere pervivir en el sur y pugnan en el norte
por abolir, ante los embates conceptuales de la modernidad liberal: la esclavitud.
Esa negra esclavitud (negra tanto por su condición como por el color de las
personas que la sufren sin fórmula de solución), es la que separa
inexorablemente a ambas regiones desde 1820. Introducida por los franceses, se
hace fuerte luego del cultivo y alcance mediante experimentación local en Georgia,
del algodón resistente de fibra larga. Único en el mundo, solo explotable en
aquellas planicies sureñas, el algodón de fibra larga se convierte en producto
de sustantiva demanda por todos los países importantes del orbe, especialmente las
potencias europeas, tales como la Francia pujante de Napoleón III y la
potentada e industrializada Gran Bretaña. Y la mano de obra esclava, abarata
sustantivamente también los costos de producción de aquella preciada fibra,
haciendo competitivamente desfavorable para la industria textil del norte, no
solo la materia prima que adviene del sur de su propia patria, sino la
hilandería con sede en los más pujantes estados del sur de Estados Unidos, esto
es, por ejemplo, Misisipi, Alabama, la propia Virginia y la muy bella Georgia.
Desde 1820 venían discutiendo sureños y norteños, representados por
diputados y senadores en el Congreso de la unión, la vigencia de la institución
de la esclavitud. El compromiso legal conocido como “Compromiso de Missouri”, donde norte y sur acuerdan que la
institución de la esclavitud debe extenderse a los territorios de la Luisiana,
luego de su compra a la monarquía francesa, así como la incorporación de
Missouri a los estados esclavistas, pero excluyendo de aquella a todos los
territorios al sur de frontera de aquel estado, hacen parte crucial de un
intento de acuerdo respecto de aquella importante discusión. Por años se mantuvo
una agria disputa, mientras el norte industrial tenía que afrontar, por pequeña
que fuese, la erogación para mantener el costo de la mano de obra en sus
actividades industriales, en el sur los algodoneros terratenientes así
como industriales, se veían beneficiados de la mano de obra gratuita por vía de la esclavitud. El sur se enriquecía grandemente y el norte industrial, competía
fuertemente con aquel y al interior del propio territorio estadounidense. Dos
naciones en competencia: un mismo patio que compartir.
A la confrontación por el respeto a la condición humana, sostenida por los
abolicionistas, desde diferentes aristas de la sociedad de entonces, habría de
sumarse la acritud nacida de la avidez por la riqueza y la envidia por un éxito
no compartido por parte de la industria, banca y comercio del norte. Así las
cosas, norte y sur llegaron a 1850, cuando derrotado México en la guerra
sostenida con los Estados Unidos e incorporados importantes territorios como
Nuevo México y California, el congresista David Wilmot, representante del
estado de Pennsylvania, propone que la esclavitud como institución, jamás
debería permitirse en aquellas nuevas tierras incorporadas a la Unión,
solicitando tal condición a perpetuidad. Finalmente, el llamado “Wilmot Proviso” no obtuvo la aprobación
del Congreso; California, Utah y Nuevo México se añadieron a la Unión como estados
esclavistas, pero la presión ejercida por Wilmot y los abolicionistas, generó
la eliminación y prohibición de la esclavitud en el Distrito de Columbia y la
creación de los estatutos regionales, de cumplimiento limitado, para la protección de los esclavos fugitivos.
Con estas ocurrencias, norte y sur vivieron en una incómoda paz hasta que
el Congreso aprobó, por mayoría, la definitiva Ley de Protección al Esclavo Fugitivo, interpretando el sur esta aprobación
como un atentado directo a su forma de vida, al promover, alentar y proteger la
fuga de esclavos desde las prósperas plantaciones del sur hacia “la norteña tierra prometida”. Así se
establecieron “trenes ocultos” de
transportes clandestinos y correos humanos, para proteger a los esclavos en
fuga, dentro y fuera del sur, financiados por abolicionistas del norte.
Bruce Catton, periodista e historiógrafo estadounidense, ganador del Premio
Pulitzer de historia y quien dedicara su vida al estudio de la Guerra Civil en
los Estados Unidos, hace saber en este párrafo, algunas las ocurrencias que detonaran
los enfrentamientos violentos previos a la guerra, a partir de 1855. Dice
Catton allí:
“Patrullas de civiles
antiesclavistas chocaban con patrullas de civiles esclavistas, produciéndose incendios y destrucción de graneros, robo de
caballos y esporádicos intercambios de disparos. El asentamiento libre de
Lawrence fue saqueado por una turba esclavista y, en venganza, el líder
antiesclavista John Brown y sus seguidores, dieron muerte a cinco pisatarios sureños cerca del arroyo Pottawatomie. Cuando se llevaron a cabo las elecciones
presidenciales, cada quien acusó a cada cual de que las elecciones habrían sido
injustamente amañadas, poniendo en funcionamiento un boicot y, posteriormente,
conduciendo procesos electorales propios, al margen de la legalidad nacional.”[1]
Entre 1855 y 1856, la confrontación entre ambas formas de aproximarse a la
realidad continuó siendo sujeta de agraz discusión cotidiana hasta que, en 1857,
sobrevino una crisis económica que obligó a los industriales del norte a exigir
un reajuste de tarifas que los algodoneros del sur, más fuertes en lo patrimonial,
consideraban práctica inoficiosa, lo que los llevó definitivamente a pensar que
el sur podía, sin la reata del norte, sobrevivir con éxito a cualquier
situación financiera comprometedora, que el norte, aparentemente menos sólido, siempre terminaría viendo como catastrófica. Menester
entonces pensar en subsistir como provincias independientes, además con
gobierno propio.
La gota que derramó el vaso sobrevino en 1859, cuando de nuevo, el viejo
líder abolicionista John Brown, asaltó el arsenal del Ejército de los Estados
Unidos, en Harpers Ferry, en el valle de Shenandoa, Virginia Occidental. Con el
armamento que lograse recabar, se proponía iniciar la gran rebelión
antiesclavista al interior del sur. Identificado, rodeado y asediado por una compañía de
infantes de marina, al mando del entonces coronel Robert E. Lee, fue capturado
y posteriormente ahorcado por traición y sedición. Pero la acción de Brown fue
interpretada por los líderes del sur, como un sentimiento generalmente compartido en el
norte industrializado. Y así, entre percepciones, interpretaciones y hechos
concretos, provocados al calor de las circunstancias, Estados Unidos de
Norteamérica hizo su entrada a una cruenta conflagración civil interna, que amenazó con destruir
la nación que, en 1776 y luego en 1787, a través de la aprobación de su
novedosa Constitución, hubiesen intentado establecer sus padres fundadores.
Arribaron al Fuerte Sumter dos facciones de una misma nación, enfrentadas
por la división que surgiese de la interpretación de la realidad, separadas
además por razones económicas, políticas y sociales, azuzadas por discursos
distintos, pletóricos de convicciones pero también de conveniencias, odios y
ambiciones de riqueza y poder. Hoy día la sociedad de Estados Unidos vuelve a
exhibir esas antipáticas y mortales divisiones, representadas en un racismo
ancestral subyacente, contra los negros, los extranjeros y los migrantes,
configurando todos una suerte de enemigos no deseados; la pobreza, que cabalga por igual
en el ámbito urbano, en las barriadas de negros y latinos, y en el campo, entre el
campesinado histórico blanco, que desfallece de mengua ante la caída del valor
de la producción agrícola; que habita entre los jóvenes profesionistas urbanos,
mejor formados intelectualmente, pero entregados con obsesión a la pronta
acumulación del dinero, porque solo mediante el dinero se obtiene representación
y reconocimiento. En adición, agostada aquella sociedad por el consumo cada vez mayor de
drogas pesadas (6 de cada 10 estadounidenses han consumido o son sujetos de adicción a las drogas), está rodeada por un mundo delincuencial poderoso, que
vive constantemente del vicio galopante en aquellas comarcas bajo la égida del viejo "Tío Sam".
De manera que ya no son solo dos secciones, norte y sur, confrontadas por
diversas razones pero atadas a una indefectible forma diferencial y
diferenciada de ver e interpretar la realidad: la situación luce peor. Se trata
de muchas y variadas divisiones, alimentadas en la ignorancia y de la
ignorancia, promovida esencialmente en los discursos que provienen de todas sus
aristas. Y, en este sentido, sea dada la posibilidad potencial de una
confrontación civil armada a gran escala, esto es, acaso “Civil
War 2.0” al tratarse de una versión, más grande y más letal, que aquella entre
norte y sur.
Una pandemia que crece inexorablemente; enemigos mundiales menos
escrupulosos y más ambiciosos, hacen peligrar el futuro de aquella importante y
notoria nación del norte. La fractura social llegó inoportunamente, con la
presencia además de un Primer Mandatario llevado por sus propios intereses,
dada su condición de líder carismático dominador. Estados Unidos nunca antes se
había enfrentado a una situación tan peligrosa. Nunca como antes, le tocará exclamar al pueblo estadounidense y de manera terminante “IN GOD WE
TRUST” porque pareciera que de sus políticos de
oficio, poco o nada le queda que esperar…
[1] Catton, Bruce, The Civil War. FIRST
MARINER BOOKS. New York, 1996. Pág.16.
Texto traducido por el autor de estas líneas.
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