EL VOTO INÚTIL...

 

En 1988, con ocasión de las elecciones presidenciales en Venezuela, el Profesor Juan Carlos Rey, una de las figuras más descollantes en la Ciencia Política nacional, escribió un artículo que titulase entonces “Polarización electoral, economía del voto y voto castigo en Venezuela: 1958–1988”. El artículo es un muy bien sustanciado análisis (y no huelga esta consideración respecto del trabajo del Profesor Rey), sobre la polarización electoral existente entonces entre los partidos Acción Democrática (AD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), junto al denominado “voto castigo” como elemento de singular influencia en aquella polarización.

A partir del desarrollo teórico expuesto por el Profesor Rey, en tanto la identificación conceptual de la llamada “economía del voto”, así como el ya referido “voto castigo”, nos atrevemos a formular, apenas someramente, una tercera categoría de voto y que nos hemos atrevido a definir como: el voto inútil. Para sustanciar nuestra aproximación teórica a esta categoría, echaremos mano de algunos de los conceptos de la Teoría de Juegos, así como la interpretación etimológica castellana del vocablo “útil” y su simétrico “inútil”.

Comencemos por la aproximación etimológica. Según el DRAE, por “inútil” se entiende, en su primera acepción, aquello que es “no útil”; por “útil” se entiende aquello “que trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés”, de manera que, por extensión, lo “inútil siendo lo “no útil”, se traduce entonces en aquello que “no trae o produce provecho, comodidad, fruto o interés”.

El acto de votar no es, para la gente común, un evento “cómodo”. Largas colas, por lo general a  la intemperie y, en algunos países, sujeto a la vigilancia intimidante de “matones a sueldo” de algo o de alguien interesado en forzar un resultado conveniente a sus intereses particulares; procesos engorrosos y funcionarios electorales exultantes de todo menos de empatía, el voto, en nuestra opinión, no puede ser visto como “acto de solaz esparcimiento”. De modo que la calificación de “comodidad” que nos trae el vocablo “útil” es más “no útil” que cualquier otra cosa.

Definitivamente el acto de votar si trae “frutos” y satisface algún “interés”. Para quien sirve a un Sistema Político Estado en calidad de funcionario, ha cumplido con su deber, sea por convicción, conveniencia o miedo. El Sistema Político Estado que se ha sujeto a un proceso de consulta electoral, es quien provee, al funcionariado a su servicio, de los medios de subsistencia, sea como un empleado sin otra cosa que su remuneración por el trabajo realizado o sea un “funcionario conchupante” que por la vía de la concusión y el cohecho, se ha hecho de una vida muelle que, en otras circunstancias, como ciudadano común, hubiese sido imposible lograr.

El otro “interés” es posible identificarlo con la defenestración, por vía electoral, de un Sistema Político Estado (a cualquiera de sus niveles, esto es, municipal, estadal o nacional) que no satisface ese “interés” y por tanto el elector no atisba “fruto” alguno. Así, el opositor al Sistema Político Estado imperante, deberá votar en contra de aquel y, por el contrario, quien le sirve, ya lo hemos dicho, por supuesto que a favor.

El ciudadano común tenderá a votar, como puede apreciarse desde la observación de la evidencia empírica disponible, por aquello que “sienta y padezca” o “por convicción política e ideológica” o, simplemente, por elemental empatía por quien se vota. En cualquiera de esas circunstancias antes mencionadas, el triunfo de la opción escogida, representará el “fruto” esperado y, por ende, la satisfacción total del “interés”. En tal sentido el voto habrá sido “útil”.

Ahora bien, cabe preguntarse ¿Qué ocurre si la opción escogida pierde el proceso electoral? Definitivamente habrá ocurrido que el acto de votar, dicho simplemente, el voto, “no trae o produce provecho, fruto o interés”, vale decir, el voto habrá sido inútil. De modo que “el voto inútil” es aquel “que no trae o produce provecho, fruto o interés a quien ejerce ese derecho o deber o derecho y deber o, únicamente, deber, dependiendo del país del que se hable”. La derrota electoral de la opción escogida, representa “la inutilidad del voto”; antes por el contrario, el triunfo convierte al voto en “voto útil”.

El razonamiento anterior y ya entrando en el terreno de la Teoría Política electoral, nos retrotrae al concepto de “economía del voto”. Y al respecto afirma el Profesor Juan Carlos Rey:

“…la llamada “economía del voto” (…) es decir, cierto cálculo en virtud del cual algunos de los electores que estiman que su candidato preferido tiene poca o ninguna posibilidad de ganar, deciden votar por uno de los candidatos de los principales partidos (…) a fin de no “perder” su voto…”[1]

De manera que, encadenándonos con el razonamiento anterior, un votante podría elegir ejercer su derecho a favor de una opción con más chance, si la propia resultara menos probable en ganar, vale decir, “la economía del voto” trata de hacer “útil” el voto que se está depositando. Si aun ejerciendo el deber o el derecho, desde la perspectiva de la “economía del voto”, la opción escogida perdiera, el voto se convertiría en “inútil”, porque ni siquiera un fruto o provecho elemental se obtendría. Por vía contraria, tenemos la categoría del “voto castigo”. Respecto del “voto castigo” hace saber el Profesor Rey:

“En segundo lugar, estaría el mecanismo llamado “voto castigo” que consiste en un voto puramente negativo contra el partido de gobierno, que no expresa una actitud positiva hacia el candidato en favor del cual se emite sino el deseo de minimizar la probabilidad de que resulte ganador el candidato menos deseado, que en este caso es el del partido de gobierno.”[2]

En esta categoría “voto castigo”, que en el contexto del artículo de Rey está referido únicamente al candidato del gobierno de turno, si acaso su partido o él mismo Presidente de la República, optase como candidato en una elección popular, desde nuestra perspectiva de la “utilidad” del voto resulta perfectamente aplicable a cualesquiera de las partes contrincantes, porque pudiese ser que aún en antagonía con el gobierno, el  candidato más probable a su derrota, fuese tan aborrecido como aquel que representa a la tolda oficial. En tal sentido el “voto castigo” hará más daño en la medida en que logre “frutos más apetecibles” a quien vota. Y ver rodar a la opción opositora, bien podría ser la causa de “mayor utilidad” para el votante.

Desde la perspectiva de la Teoría de Juegos, un jugador ha obtenido el resultado esperado cuándo “los útiles” (medida de los pagos) recibidos  como recompensa, en cada jugada, son aquellos cuya cuantía representa, al menos, el mínimo esperado. Nuestro voto será “inútil”, si jugando como elector, “el pago” recibido resulta en la derrota de nuestro candidato. También será “inútil” si jugando al “voto castigo” la opción “castigada” resulta triunfadora.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Qué clase  de utilidad tiene un voto en un proceso electoral fraudulento, amañado o con opciones constreñidas por voluntad del poder fáctico? ¿Qué sentido tiene votar si el voto es artificialmente constreñido en tanto ejercicio libérrimo? ¿Existe el voto útil si la opción derrotada, como estrategia, trata de deslegitimar el proceso por cómodas y amplias opciones de poder? ¿Qué utilidad tiene votar, si devenida la derrota, cualquier contrincante puede invocar la existencia de un fraude electoral? Respondamos cada una de esas preguntas con su correspondiente razonamiento desde nuestro planteamiento.

¿Qué clase  de utilidad tiene un voto en un proceso electoral fraudulento, amañado o con opciones constreñidas por voluntad del poder fáctico? No tiene ninguna utilidad. El voto aún se exprese por “economía del voto” o “voto castigo” será manipulado por el poder fáctico, porque el “interés” o “fruto” esperado, son aquellos en sintonía con los que espera el poder fáctico. Ergo, el voto en estas condiciones, para los electores no alineados al poder fáctico, es un “voto inútil”.

¿Qué sentido tiene votar si el voto es artificialmente constreñido en tanto ejercicio libérrimo? Ninguno. La constricción del voto (mudanzas de centros electorales a distancias insalvables, por ejemplo), vulnera el derecho a votar libremente. Esto es, el fruto o el provecho esperado por el votante, sea por “economía del voto” o por la opción de “voto castigo”, está limitado por razones físicas, externas al votante y, en consecuencia, variables incontrolables. Ergo: “el voto es inútil”.

¿Existe el voto útil si la opción derrotada, como estrategia, trata de deslegitimar el proceso por cómodas y amplias opciones de poder? No, no existe. El votante aun votando por quien quiera, sea por economía, voto castigo, compromiso o simple empatía, no tiene garantía de que su voto sea efectivamente contado, porque todos los votos sufragados en un proceso deslegitimado o sujeto a constante deslegitimación, como estrategia de campaña de algún contrincante, podrían no tomarse en cuenta o, lo peor, totalmente invalidados por efecto de una deslegitimación artificial. Ergo: el voto se convierte, en estas condiciones, en “voto inútil”.

¿Qué utilidad tiene votar, si devenida la derrota, cualquier contrincante puede invocar la existencia de un  fraude electoral? Ninguna utilidad puede esperarse de votar. Si del ejercicio del sufragio, como postura de jugador, se espera obtener un “mínimo de útiles” y cualquiera que sea el resultado, alguna de las partes contrincantes siempre invoca la trampa, el proceso en sí mismo y todas sus ocurrencias, es totalmente “inútil” a cualquier jugador y, en consecuencia, reproductor sin remedio de “votos inútiles”.

De tal manera que hoy día, en cualquier proceso electoral que se mire y en cualquier nación del mundo (Rusia, Cuba, China, Nicaragua, Venezuela, Perú, Chile, Bolivia, Turquía, Israel, Bielorusia y más recientemente, los Estados Unidos de Norteamérica), el voto pareciera haber resultado totalmente inútil para el votante, porque todas las respuestas esperadas a las preguntas previamente formuladas, se corresponden a sus respectivas realidades electorales. Y nótese que son países que van desde el más revolucionario pensamiento socialista hasta el más acendrado derechismo capitalista. Pareciera ser más importante el logro y conservación a ultranza del poder político y el mantenimiento artificial de los tan cacareados principios democráticos, como inútiles decorados teatrales, que de la consagración del derecho universal de participación de los pueblos, en la propia construcción de sus destinos, acaso, el único que les queda. Hágase pues la voluntad de los tiranos. Democracia: riquiescat in pace…

 

Comentarios

Entradas populares