“LA OLIGARQUÍA”: artilugio verbal del discurso político venezolano…
“El Sistema Político en Venezuela es todo”. A pesar de la fuerza perlocucionaria del acto de habla anterior,
que podría conferirle cierta calidad apodíctica y por tanto, de entrada,
hacerlo discutible con vehemencia, la presencia de la evidencia empírica parece
reforzarlo. Observándolo en su sentido lato, podemos decir (como lo hemos
planteado reiteradamente desde nuestra propia óptica teórico-política), que el
Sistema Político venezolano está constituido por dos grandes subsistemas, a
saber, el Sub-Sistema Político Estado y el Sub-Sistema Político Societal,
estableciéndose entrambos una compleja red de relaciones que configura nuestra
realidad política, económica y social.
Como hemos
sostenido en reiteradas ocasiones, la estructuración de las clases sociales en
Venezuela nace (y se hace) en esta interacción. Así, todo Sistema Político
genera una retícula oligárquica, dónde intereses políticos, económicos y
sociales, terminan trocándose en “intereses
de Estado”, deviniendo por consecuencia la existencia de una oligarquía
prebendada (y prebendaria) que origina, a su vez, una clase media que le es
tributaria (administrando en alguna medida parte de sus patrimonios derivados y
configurando la vitrina de los “éxitos”
ante el resto de la población, virtud de sus actuaciones), gran parte de la
cual aspira, algún día, por aquello de la “movilidad
vertical” que pareciera inducir la dinámica del poder político, ascender a “oligarquía por derecho propio”.
Luego de la
gesta emancipadora, el uso de las voces “oligarquía”
y “oligarcas” (inferible acaso por un
uso análogo respecto del concepto de “oligarquía
aristotélica”, siendo los generales de la guerra, herederos del poder
político, trocados luego y en el ejercicio de la función pública, en ricos
propietarios singulares, junto a sus allegados por consecuencia), nutre el
discurso político venezolano, cobrando particular fuerza en los prolegómenos y
duración de la Guerra Federal, y, más intensamente, durante la consolidación de
los liberales en el poder. El uso de la voz “oligarcas”
no solo separa a los “liberales” de
sus “enemigos naturales”, sino que
distingue a los “revolucionarios” de
un “enemigo interno” que se empeñan obstinadamente
(los liberales) en identificar en la “nefanda oligarquía oprobiosa”. El General Antonio Guzmán Blanco, en los años
tempranos de la contienda, utiliza el concepto como elemento distintivo
respecto de los “revolucionarios”.
Dice Guzmán:
“Dividida Venezuela desde 1840 en dos partidos, el uno pugnando por
la libertad, el otro armado con la autoridad; este heredero de la colonia,
aquél hijo de la república; el primero que marcha, hacia el porvenir, el
segundo, que se aferra a lo pasado; entre el oligarca i el liberal ha existido
siempre una distancia que no han podido acercar ni el tiempo, ni sus lecciones,
ni el prestigio de la mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus
conquistas morales, ni su magnanimidad, en fin.”[1]
Guzmán, en este párrafo específico de su discurso, se impone la
tarea de establecer una distinción sustantiva entre los grupos que se
enfrentan. Uno pertenece al pasado: ellos
son el futuro. Uno es “hijo de la
colonia”, ellos “hijos de la República”.
Y, perlocucionariamente “entre el
oligarca i el liberal ha existido siempre una distancia que no han podido
acercar ni el tiempo, ni sus lecciones, ni el prestigio de la mayoría popular,
ni sus triunfos materiales, ni sus conquistas morales, ni su magnanimidad”,
vale decir, el uno es la “obscuridad”
y el otro “la claridad”, paradoja
espacio temporal, “…plena como la luna
llena”.
Sin embargo los liberales del Mariscal Juan Crisóstomo Falcón, los gobiernos
que le sucediesen y, especialmente, el
Guzmanato, con más fuerza luego de la Revolución de Abril, produjeron el
nacimiento y existencia de una “oligarquía”
que nunca, mientras ellos fueron poder, se reconoció como tal. Si algunos “liberales” se hicieron ricos en el
camino “fue en virtud de que la Patria,
agradecida, los coronó con los fastos de la fortuna, por haberla vengado y liberado
de la odiosa oligarquía”. En todo caso, quien se haga rico al amparo del
Sistema Político que surge como consecuencia de la derrota de aquel que lo
precedió, virtud de sus acciones “liberadoras”,
no lo es tal, no es rico in stricto
sensus: es un “recompensado por sus
servicios” quien, además, es leal a la intencionalidad de quienes llevan a
la Patria por merecida “justa senda”.
Ese mismo principio argumental, esto es “el oligarca es el enemigo vencido” lo vemos reiterarse en el tiempo. Lo utiliza el general José Cipriano Castro Ruiz para identificar a los enemigos políticos de la Revolución Liberal Restauradora; lo propio hacen, especialmente los intelectuales positivistas, acólitos además del general Juan Vicente Gómez Chacón, al momento de inaugurar la Rehabilitación. Otro tanto ocurre y ocurrirá desde 1928 hasta 1945, con Rómulo Betancourt Bello y otros tantos connotados líderes de la civilidad democrática radical, para identificar a gomeros, lopecistas y medinistas. Y también lo harán los militares entre 1948 y 1958, respecto de los adecos, quienes por convertirse en “oligarquía política” a decir del coronel Carlos Delgado Chalbaud, terminan provocando su inexorable derrocamiento. Luego lo retoman los marxistas en su discurso político, quienes se traban en lucha armada y luego política con “los demócratas” entre 1960 y 1998.
Y hoy en medio de esta turbamulta informe que llaman “Revolución Bolivariana”, lo usan sus capitostes y correligionarios hasta la saciedad, siempre en contra de sus “enemigos”, aun exhibiendo con descaro muchos “camaradas”, en su profundo rojo interior, la más vulgar de las riquezas materiales, obtenidas al amparo del Sistema Político imperante, esto es, más concretamente, en la administración usufructuaria de los recursos públicos, la mayoría de las veces de naturaleza dudosa. En suma: cada quien en su momento, en suerte de “Carpe diem”.
De manera que para ser un “oligarca”, desde lo que parece ser nuestra percepción criolla, resultan condiciones necesarias y suficientes ser rico, diríamos acaudalado en términos de posesión de bienes materiales; que ese caudal de riqueza sea producto del usufructo del poder y el cultivo de las relaciones con ese poder, especialmente si es político; que esos caudales permitan en y por su cuantía, ejercer influencia sobre el poder político e incluso ejercerlo directamente, si se trata de funcionarios civiles o militares al servicio activo y cotidiano del aparato público; que sin la existencia del Sistema Político imperante, esa riqueza, más bien la fuente de la cual mana, merma de manera sustantiva o desaparece; y que, concluyentemente, la naturaleza de las gestiones que mantienen activa esa fuente, “manando néctar aurífero enriquecedor”, sea de origen cuestionable, al tener su génesis en la más abyecta corrupción. Pero resulta esencial también, para que se cumpla la definición de “oligarca venezolano” que mientras se ejerzan las prebendas y recojan los frutos materiales de aquellas, no se adquiera la identidad de “oligarca” sino de “beneficiario de la recompensa por el sagrado deber cumplido con la patria, ”. Percepción y definición contraria posterior, corren juntas devenida luego la desgracia…
Podríamos decir entonces que el “oligarca venezolano” es una variante de peculiar identidad respecto del “oligarca aristotélico” que, dicho sea de paso, “deja de ser mientras de hecho se es”, develándose su “identidad oligárquica” solo cuando cae en desgracia el Sistema Político al que pertenece o a quien debe su riqueza, por cierto identidad y consecuente artilugio verbal, bastante útil al discurso político de ocasión. Y esta definición parece “acomodarse” al caso actual.
Para estos venezolanos “revolucionarios rojos” o de otras
latitudes arrimados a esta tierra de gracia, en virtud del “proceso inclusivo de cambio” (y hago mención del color no en
referencia a los republicanos españoles de 1936, sino porque estos de aquí han
escogido ese color y denominación), los “oligarcas”
están fuera de su seno. Los “oligarcas”
de hoy son los "acaudalados” del Sistema
Político defenestrado en 1998, quienes, según ellos (los revolucionarios), no
solo continúan actuando en su contra, sino que, además, tienen la suficiente
ingencia de recursos materiales y financieros como para competir con la “oligarquía roja” de cuya existencia reniega la “Revolución”, a pesar de hacer
exhibición cotidiana de automóviles de alta gama, casas palaciegas, atuendos de
marca, y joyas que harían palidecer de envidia al “más jeque de todos los jeques”. De manera que la “oligarquía roja” no existe; es un
espejismo creado por la maledicencia de sus “enemigos
ideológicos locales”, del “imperialismo
yanqui” y la “burguesía
internacional”. Y para aclarar, lo que existe en Venezuela, Cuba o
Nicaragua, son “Nomenklaturas”, esto
es, “conjuntos de dirigentes
comprometidos con la Revolución transformadora de los pueblos, quienes tienen
que tener suficientemente cubiertas sus necesidades básicas, para concentrar
todo su tiempo útil en las tareas que la Revolución les asignase” ni más,
ni menos, Merlot argentino mediante, que no el antipático francés, porque el
compromiso identitario con “Nuestraamérica”
así lo exige. Patria y suerte: gozaremos…
Y si tienen a sus hijos,
nietos y sobrinos, hasta primos, estudiando en las más prestigiosas
instituciones de educación, tanto básica como media y superior, dentro y fuera
del país (a pesar del incierto paréntesis pandémico, por ahora), especialmente
en ciudades rutilantes como Paris, Moscú, Fráncfort e incluso en el “odiado Imperio yanqui”, es por “razones de seguridad” o para que conozcan
“el monstruo desde adentro”. Ese conocimiento “especializado del monstruo”, exige tomar contacto estrecho con la catadura
de buenos vinos, así como la degustación maridada de los más exclusivos manjares, acompañados, en cada convite, del uso
permanente de ropa diseñada y confeccionada por el último modisto europeo y conducidos a los saraos mediante el uso y abuso de automóviles de lujo. Así las cosas, han de ver discurrir tan “dura existencia”, al cobijo de residencias
próximas a las altas burguesías de esos “pueblos
extraños”: solo de este modo el posible "mirar directamente a los ojos" a tan inefable criatura social y política. ¡La Patria bien vale el
sacrificio…! Y, como diría Bolívar, quien da todo por la Patria, nada pierde y
gana todo (sobre todo GANA)
aquello cuanto le consagra…
[1] “El Eco del Ejército.
Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.” Tomado del libro editado por la
Universidad Católica Andrés Bello con ocasión del Simposio titulado “Los tiempos envolventes del Guzmancismo”,
concretamente del trabajo del Doctor Tomás Straka Medina, titulado a su vez “Características de un modelo civilizador.
Ideario e ilusiones del guzmancismo”, páginas 112 y 113 del referido texto.
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