Donald Trump y los “trumpistas” venezolanos: relato de una fantasía, con epílogo a ritmo de merengue venezolano.
“El enemigo de mi enemigo es mi
amigo”. Este poderoso proverbio que algunos atribuyen a las milenarias
civilizaciones árabe, por una parte y china, por la otra, está de alguna manera
materializado en el discurso estratégico del antiguo brahmán hinduista
Chanakia, también conocido como Kautilia, consejero de la dinastía mauría,
liderada por el señor Chandagrupta, entre los años 350 y 283 antes de Cristo.
En simple razonamiento: si tengo un reino enemigo y este es, a su vez, enemigo
de un tercer reino, ese tercero podría convertirse en amigo y aliado de mi
reino, al enfrentar ambos a un enemigo común.
Fue doctrina en las relaciones internacionales durante la Segunda Guerra
Mundial, ante el hecho incontrovertible de la necesidad de las alianzas entre
las potencias occidentales capitalistas y la potencia comunista soviética
contra el eje nazi japonés-nacionalista. Lo fue, en contrario, con las
democracias liberales, en su alianza con las dictaduras militares
personalistas, contra la comunista Unión Soviética, durante la Guerra Fría. Y
la hemos visto sobresalir, más recientemente, en las alianzas de los distintos
gobiernos de los Estados Unidos de Norteamérica y las monarquías absolutas
árabes, en su pugna político-económica con Irán y China. En fin, es doctrina de
general aceptación en la formulación general de estrategias tendentes a la pura
y simple confrontación por el poder político mundial.
Los protagonistas de las alianzas, formuladores de estrategias y
distribuidores de recursos para su materialización, son los factores de poder;
a los pueblos solo les queda el consuelo de sus resultados, si están acaso
pendientes de aquellos y, posiblemente, la consecución de “material conveniente” para su cotidiana parla insustancial de
esquina, botiquín o salón social…
En Venezuela, la evidencia empírica pareciera demostrar que la gente
(entendiendo por esta a la gente común, la que no crea, ni participa en la
formulación de estrategias y planes), de alguna manera, cree que su opinión
pudiese influir en la marcha final de las acciones que se derivasen de la
construcción de los diversos cursos estratégicos. De hecho, los políticos de
oficio, en su discurso cotidiano, le hacen creer al “pueblo de a pie” que “su
opinión cuenta”. El venezolano pedestre se “engolosina” con un pretendido protagonismo (de hecho inexistente),
terminando por hacer correr “ríos de
opinante saliva” y como añadido,
vinculándose afectivamente (como resulta costumbre criolla) con todos o
algunos de los decisores protagonistas.
Esa “vinculación afectiva” va más
allá de la antigua impronta de quien “se
admira” o en exagerada actitud “se
idolatra”, olvidando la historia personal previa de aquella persona,
porque, al fin y al cabo: el enemigo de
mi enemigo, es mi amigo. Una situación de esta naturaleza es la que
avizoramos hoy, en la muestra inequívoca de “emoción-pasión”,
que muchos venezolanos (especialmente en la oposición política a esta ordalía
roja que actualmente dirige los destinos de la nación), sienten y muestran sinceramente por el señor Donald S.
Trump, presidente saliente (hasta ahora) de los Estados Unidos de Norteamérica.
Entendible y comprensible humanamente porque “cada cabeza es un mundo”, no logramos entenderla, sobre todo en
aquellos que conocemos la trayectoria de Trump como empresario, su origen,
desempeño y acciones, así como el proceso que lo conduce y hace llegar a
Presidente de la primera potencia del mundo; y, finalmente, su comportamiento antes
y durante su segunda campaña electoral, aunado al muy negativo saldo de sus
consecuencias inmediatas, sobre todo para la pervivencia del sistema político
estadounidense. Visto todo con absoluta objetividad, vayamos al encuentro de
nuestra argumentación.
Donald Trump es un producto natural de la sociedad neoyorquina, más
específicamente, de la mafia empresarial de la construcción. Hijo de Frederick
(Fred) Trump (Bronx, Nueva York, 1905), Donny es uno de los cuatro vástagos de
la familia. Fred hizo su fortuna trabajando duro, en el “non santo” negocio de la construcción en la “gran manzana”. Se le conoció por una extraordinaria capacidad para
ser Dr. Jekkyl en la mañana de oficina y Mr. Hyde en la noche de operaciones
ocultas; como en la muy afamada novela de Robert Lewis Stevenson, quien retrata
a un médico quien logra, mediante sus experimentos secretos, aislar la poción
de la maldad, esto es, una suerte de bebedizo que al tomarlo, transforma a
aquel pacífico y culto galeno en un avieso ser, capaz de la mayor de las
maldades, sin arrepentimiento alguno, pues la poción elimina por completo
cualquier reserva moral humana conocida, Fred es una persona en público y otra
en la obscura nocturnidad de sus acciones.
Trump padre es figura de culto por su rápido ascenso en los círculos
financieros de Nueva York, pero también hombre muy temido por su enorme capacidad
de hacer daño sin ser detectado, y menos
descubierto. De inversionista exitoso en la moderna urbe erizada de rascacielos,
concretamente en Wall Street, a promotor de incendios nocturnos, en aquellos
inmuebles viejos que se niegan a vender sus vetustos propietarios y que impiden
la expansión de sus proyectos inmobiliarios; de pródigo donante para obras de
caridad, sobre todo en los barrios de mayoría blanca pero más pobre, en “la ciudad que nunca duerme”, hasta
probable prestidigitador en un negocio de millones, dónde él sale muy bien
librado, tras la quiebra aparatosa y “accidental”
de alguno de sus “socios de ocasión”.
Fred es un tipo de cuidado; tiene una conexión directa con el gobierno de la
ciudad y otra con los mafiosos más y mejor conocidos en ella. Es posible que
Fred, habiendo hecho lo que hizo y como lo hizo, siga siendo a ojos vista de
toda la ciudad, aún hoy, un sempiterno ganador, un indiscutible “winner”, dónde resulta casi
imprescindible serlo. No tolera a los “loosers”
y menos en su familia. De allí viene Donald, probablemente el único de sus
hijos que apruebe sus métodos, los conozca y aplauda, y, lo más importante: aspire
a imitar.
Donny trata de emular a Fred en todo, pero cada vez que lo intenta, comete
un gran error. Y cuándo el error es irreparable, papá Trump está ahí para
remediarlo. Trata de intimidar “a
alguien”, comete un crimen y el padre lo salva, gracias sus contactos en la
policía y el gobierno de NY. Se compromete en grandes proyectos de construcción
en otros estados, engaña a sus inversores, se queda con el dinero de empleados
y proveedores, se declara en quiebra y Fred paga sus deudas, para sacarlo del
predicamento. A cada error mayúsculo de Donald, la promesa a su poderoso
progenitor: “Never again”. Pero así
continúa y continuará. Se hace de una reputación dudosa como promotor de
inversiones, pero la esconde tras una muy eficiente campaña de promoción
personal. Más de la mitad de ese “éxito
empresarial” es ficticio pero ¿Quién puede probar lo contrario?... La
eficiente media norteamericana, la misma que construye héroes de cobardes y
ángeles de villanos, ha sido puesta al servicio de Donald Trump, como dicen los
americanos de continuo “a sucess and good
looking guy” quien lo puede todo, cuando quiere, aun no debiendo y tampoco
pudiendo.
¿Y qué tipo más conveniente a los seguidores del llamado Tea Party, cuando
no se dispone de una figura política lo suficientemente potente y, en adición,
convincente para oponerse a Hilary Clinton en las elecciones de 2016? Como un
día pretendiesen hacerlo los banqueros y políticos conservadores alemanes, en
la agonizante República de Weimar, la misma que se asoma a un futuro sin
certezas políticas a la primera década de los años treinta, esto es, hacer
elegir a la “figura política del momento”
, Adolf Hitler, como canciller de Alemania, bajo la arrogante premisa de poder “manipularlo a su antojo”, el Partido Republicano
propone, en 2016, a Donald Trump ser su
candidato presidencial, bajo la también arrogante interpretación de que no
siendo “un político de oficio”
tendría, necesariamente, que sucumbir a los manejos de las viejas figuras
prominentes del partido del “elefante
combativo”.
Hoy miden su tamaña equivocación, exceso de confianza y petulancia
conservadora, con resultados adversos contundentes. Con un país al borde del
colapso y el partido destruido, entre otras cosas, por esa manía de Donny de “torcer la realidad” a base de sus incontables
y truculentas manipulaciones de la verdad, vieja práctica mal aprehendida y
peor aprendida de Fred. Pero resulta tan carismática la figura creada por la
media americana (merced también de él mismo y su denodado esfuerzo), que los
preteridos “wasp” (white anglosanxon and protestant plus,
today, anticomunist and racist) de todas las horas en los Estados Unidos (entre
otros hitos históricos ancestrales, luego de la “Guerra Civil”, finalizada en 1865 y la llamada “Reconstrucción” comenzada
en 1866), se hacen sus correligionarios incondicionales y se aprestan a
encender la tea de una suerte de una nueva Guerra Civil, versión 2.0.
La misma manipulación discursiva libre de ambages, sin rumbo cierto, que
apunte a moralidad secular alguna y de estilo aparentemente directo, que lo
convierte además en “Master of people”
en USA, la aplica en el caso de Venezuela y una parte de la oposición
venezolana (quien sabe a cambio de que concesiones futuras, especialmente a él
mismo y su cartera futura de inversiones), sucumbe a su parla tremendista, no
sin antes cobrarle su respectiva dote. Pero lo que es peor: lo hace una
importante cantidad de venezolanos de a pie, inocuos al destino de Venezuela,
convirtiendo a Trump en figura de adoración en sus altares personales,
polícroma estampita milagrera, con puesto preferente en sus sitios de oración,
así como en reserva estratégica libertaria, oportuna y conveniente para algún
momento aciago que atravesase, necesariamente y en su rojo devenir, el
malhadado Madurociliato.
Donny, como comisario de recia impostura del "Far West", llevaría al cinto
lustroso revólver plateado con el que “liquidaría
a los malos”, repondría “la ley y el
orden” en un pueblo sin orden ni concierto como Venezuela Town, haciendo,
finalmente, que todos “viviéramos felices
para siempre”, mientras él habría de alejarse al atardecer, a grupa de
brioso corcel blanco, al grito de “Hiao,
Silver”. Pero la realidad, por ahora, parece estar culminando de otra
manera. Trump finaliza su presidencia, no sin antes entregar, en el camino
proceloso de su relación con la oposición “guaideña”,
una sustantiva dote a los “formuladores
de estrategias” sin recibir cuenta clara acerca de su ingente uso; pelear con todos los funcionarios que algún
día destinase a Venezuela, a saber, Thomas Shanon, John Bolton y Elliot Abrams,
sin resultado sustantivo alguno; y, como epílogo, muy a nuestro pesar, aun los “sancionados” de aquí, posicionados como
los inequívocos “patrones del mal”.
En medio de nuestras penurias, los alumbrados venezolanos del común,
trocados en “trumpistas” merced de la
“magia covera discursiva” del
hechicero del peinado artificial amarillo, se han convertido en parlantes de
las “allegations” que Donald, su
familia inmediata y sus prebendados de alguna ocasión, han echado a rodar por
el mundo acerca su elección robada por la “izquierda
terrorista estadounidense”, pudiendo causar la destrucción interna del
gigante del Norte, para beneplácito de chinos, rusos e iraníes, por paradoja y en buena medida, dueños de la Venezuela
económica que hoy yace moribunda sobre su suelo, yacimiento también mortecino
por la pésima explotación de sus recursos, por parte del trío del mal antes
referido.
“Magallanistas criollos” (por aquello de MAGA que no Magallaneros), de blanco y rojo, soñadores de todas las horas
y todos los tiempos; los mismos que buscan por fuera lo que no tienen dentro,
revisen sus pensamientos y reflexionen. El
enemigo de mi enemigo no es necesariamente mi amigo, a menos que le
convenga: la historia de la humanidad es plétora de gráficos y palmarios
ejemplos.
Trayendo a colación una anécdota que contara reiteradamente en sus
programas meridianos de televisión, aquel recordado animador que fuese Renaldo
(Renny) Otolina Pinto, acerca de la actitud displicente de la mujer americana,
luego de hacer el amor y a la mañana siguiente, resumido en un escueto “Si te he visto, ni me acuerdo”, solía
contrastarla con aquella de la muchacha humilde venezolana de entonces, que en
una mañana similar, terminara formulando al tipo que la había tomado con pasión
la noche anterior, la lapidaria pregunta llena de esperanza y ausente de
certezas: “…pero señor, de verdad,
verdaita, ¿Usted se va a casar conmigo?...”. La entrega simple con la
esperanza de recibir alguna consideración moral, más que material. El eterno
sino criollo de ser la nada que lo da todo, sin recibir de lo que cree es todo,
absolutamente nada.
Y a guisa de epílogo, me permito rematar con algunos versos del viejo merengue
criollo “Juan José”: “Ay, Juan José, burro no se monta con
sombrero, ni zapato. Ni con sortija de mucho brillo, ni con pañuelo muy
amarillo, ni con bastón de puño de oro, ¡Ay Juan José…!” No somos
estadounidenses, a menos que vivamos en Estados Unidos y hayamos renunciado a
nuestra nacionalidad y, aun así, ustedes lo saben mejor que nadie: “…ni que vengan ricos, recomendaos…”
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