El líder carismático dominador y la tiranía: ¿Solución de continuidad? Otro ejercicio teórico político.


La Teoría Política es plétora de conceptos formales y bien desarrollados tanto por politólogos como por filósofos políticos. Como hemos anotado en otras oportunidades, en esta suerte de “nuevo enciclopedismo” en el que se ha convertido el periodismo hoy día, se ha producido un vaciamiento conceptual en lo teórico político, construyendo, paralelamente, una “nueva realidad” cognoscitiva, la mayoría de las veces ausente de base, además tendente a una adjetivación discursiva que, paulatinamente, ha ido trocando unos conceptos por otros e incluso, ha llegado a diluirlos, acaso sin medida formal de recuperación.

Estas líneas pretenden cumplir con el doble propósito de formalizar algunos conceptos y, al propio tiempo, hacer, precisamente, un ejercicio de intersección conceptual entre dos grandes definiciones politológicas, a saber, la que hemos construido bajo la denominación de “líder carismático dominador” y aquella que hemos pergeñado (en artículos previos) como “tiranía”, en tanto forma de gobernar.

La intención subyacente es probar, brevemente y por vía empírica, que todo líder carismático dominador, deviene en tirano, pudiéndose llegar a afirmar que entre los dos conceptos, acaso operativamente, podría llegar a existir cierta suerte de “solución de continuidad”[1]. Las combinaciones posibles, esto es, un líder carismático dominador que no devenga en tirano pero gobierne en un contexto autoritario o un tirano quien además sea líder carismático dominador pero que acaso gobierne más allá (o más acá) de un contexto autoritario, con ciertas “liberalidades democráticas” (por ejemplo, algunas formas electorales o de participación popular y de representación), no serán abordadas en estas líneas; tampoco la más común, esto es, cuando el tirano no es un líder carismático dominador y gobierna (o gobernó) de manera autoritaria como por ejemplo, en nuestra región, los casos de Nicolás Maduro Moros, Daniel Ortega Saavedra o Raúl Castro Ruz. Nos concentraremos en la implicación líder carismático dominador (LCD)> tiranía (T). Vayamos pues a su encuentro. 

El Líder Carismático Dominador (LCD).

Dice Max Weber respecto del carisma:

“El carisma puede generar una transformación desde dentro, que nacida por necesidad o admiración, signifique una transformación radical de las actitudes básicas y de la orientación de las acciones con una orientación (sic) totalmente nueva de todas las actitudes respecto a todas las formas de vida concretas y respecto al “mundo” en general.”[2]

El carisma resulta fuerza arrolladora de cambio, convirtiéndose acaso en “…el gran poder revolucionario en épocas tradicionalistas.”  Afirma Josep Redorta que el carisma “…puede ser visto como la habilidad de inspirar devoción y entusiasmo en los demás…”[3]

El carisma define al líder y ese líder define a la realidad (una vez hecho el líder del poder político), al despertar la devoción y el entusiasmo tanto de quienes lo siguen como del pueblo en general, virtud de una esperanza y una posibilidad cierta de cambio, mismas que expone con convicción en su discurso. Decía Napoleón Bonaparte “Solo se puede gobernar un pueblo ofreciéndole un porvenir. Un jefe es un vendedor de esperanzas.” 

Alcanzado el poder político, los líderes carismáticos ejercen su dominación afianzándose, en primer lugar, sobre su prestigio. Dice Gustav Le Bon:

“El prestigio es una especie de fascinación que un individuo, una obra o una doctrina ejerce sobre el espíritu de los demás. Esta fascinación paraliza las facultades críticas y colma el alma de asombro y respeto. La multitud escucha siempre al hombre dotado de una fuerte voluntad, pues los individuos reunidos en masa pierden toda voluntad y se tornan instintivamente hacia quien la posee.”[4]

Pero ese prestigio ha de ser reconocido y legitimado para garantizar en el tiempo la dominación carismática[5]. Ese reconocimiento al líder carismático tiene una particularidad  “…es una devoción totalmente personal, nacida del entusiasmo, de la esperanza…”[6]  pero también  “…del desamparo…”[7]  En tal sentido, el reconocimiento ha de ser ejercicio permanente mientras dure la dominación carismática, y solo cuando se hace como tarea sistemática, ha  de producirse la legitimación reiterada, esto es, la relegitimación de la dominación carismática es función del reconocimiento  continuo. Solo así el líder carismático[8] puede conservar el poder.

Ahora bien, tras el ejercicio continuado de la dominación carismática sobreviene el líder dominador, una calidad de tal que termina por agostar, gracias a su carisma, todas las vías y todos los caminos, con independencia de adónde o a quienes conduzca. Eduardo Spranger definió al “líder dominador del tipo político”“…como aquella persona que, en su forma más pura, pone al servicio de su voluntad de poder todas las esferas de valor de su vida…”[9]  

Josep Redorta, citando a Spranger, ofrece los rasgos característicos de ese “líder dominador”…:

a) Para él lo fundamental es el poder, el mando, el ámbito de dominio.

b)  Sigue y tiene siempre un programa de finalidades, sujetándolo a todos y haciendo uso de todo tipo de medios para ejecutarlo, sean correctos o incorrectos.

c) Se considera libre de toda norma pero las impone a los demás, incluso por vía coactiva.

d) “Sus disposiciones son indiscutibles, inatacables, coacciona para que sean elogiadas primero por quien ha de cumplirlas después, y todo el grupo está sujeto a las leyes, solo él se considera libre totalmente, y si las cumple, será únicamente a objeto del “buen ejemplo”…” [10]

e) Todo aquello que va en aumento de su poder, es bueno y conveniente; lo que no, es malo y rechazable.

f) Define actos y deseos; lo que él desea, debe ser deseo compartido; cómo él actúa deben actuar todos.

g) “Cae siempre en el paternalismo rígido y explica al grupo que “los hace sufrir porque los quiere”…” [11] 

h) Opera según la lógica de amigos o enemigos. Lo que se percibe como lo segundo, se rechaza por estorboso.

i) “Cuando su pasión por el poder es desorbitada, queda lentamente rodeado por un equipo de trabajo que se desvive por complacerle y adivinar su pensamiento, ya que suele recompensar estas “atenciones” interpretándolo como “fidelidad personal”…”[12]  

j) “Nunca admite un segundo al mando” que tenga talla para mandar al grupo en su ausencia. “Su poder se manifiesta en su ausencia.”[13]  

k) Resulta ser un personaje absorbente. Se inmiscuye en todos los asuntos por elementales que sean. “Quiere decirlo todo y visarlo todo. Nada escapa a su fiscalización.”[14]  

l) Cada individuo en su entorno es percibido como un instrumento para el logro de su programa.

m) El peligro del líder dominador estriba en que al rebasar el punto de no retorno en el ejercicio de su dominación “…ya no puede distinguir entre la adulación y la justa alabanza, o la objeción y la rebeldía…”[15] 

De modo que es posible, con base a las prescripciones teóricas expuestas por Weber, Redorta, Le Bon y Spranger, construir una definición general formal de “líder carismático dominador de tipo político” como aquel líder que habiendo alcanzado el poder político por cualquier vía (sea pacífica o violenta, legítima o no, legal o ilegal, conforme un marco jurídico previamente aceptado como sociedad organizada) y gracias, además, al ejercicio de esa cualidad extraordinaria que llamamos carisma, ejerce el gobierno desde una óptica absolutamente personal, atando a todo y a todos un plan preconcebido, cuasi providencial, absorbiendo la casi totalidad de las funciones o ejerciendo, por vía de terceros, las acciones que considera absolutamente indispensables para el logro de su ideario, materializado en su ya referido “plan providencial”, incluso más allá de las estructuras formales tanto administrativas como legales .

 

La tiranía como forma de gobierno: los clásicos griegos, los romanos, Alfieri y Seijas…

En un artículo previo, que figura en este espacio y que titulásemos entonces “El tránsito inexorable de las tiranías”, pergeñamos a partir de las reflexiones que sobre el particular hiciesen Platón, Aristóteles, Marco Tulio Cicerón, Vittorio Alfieri y Rafael Fernando Seijas, la siguiente definición de “Tiranía”:

“Forma de gobierno en la que quien la ejerce no solo hace las leyes a su real saber y entender, capricho y satisfacción de intereses (bien sean materiales o de poder), sino que puede, en el camino de su aplicación, violarlas, ignorarlas, entorpecerlas o destruirlas según, precisamente, el balance positivo o negativo de esos intereses en juego, sustituyendo en consecuencia por la arbitrariedad sus contenidos e ignorando todo sistema de administración, sobreponiéndose a él así como a las instituciones, aun siendo ambos sujetos-objetos de su propia creación.”

 

Líder Carismático y Tiranía: ¿Implicación directa?

 Tomando como ejemplos un par de personajes relevantes en  la historia contemporánea mundial como referencia, esto es, Adolf Hitler y Fidel Castro, podemos afirmar que ambos expusieron e intentaron realizar “planes providenciales” que prometían, básicamente, “progreso indetenible”, “consagración de un esquema de valores y creencias” susceptibles de permanecer in tempore y la definitiva “liberación de sus pueblos” tanto del yugo interno (una burguesía rapaz y expoliadora) como del enemigo externo (las potencias extranjeras importadoras del mal y la pobreza a sus tierras de origen).

En el caso de Adolf Hitler “el Reich de los mil años”, “la supremacía de la raza aria” ergo alemana, su única poseedora por derecho; la liberación de la burguesía banquera germana y judeo-europea, como enemigos internos; y del Imperio Británico, el bolchevismo ruso y la viciosa (además débil) democracia liberal anglo norteamericana, como enemigos externos, justificaban la creación e imposición del ideal nacional socialista y la reconstrucción de un nuevo Reichtag alemán moderno y, por ende, el necesario esfuerzo bélico para lograrlo. Hitler perdió su guerra contra el mundo pero el nazismo, nos atrevemos a afirmar, no ha desaparecido: apenas permanece “soterrado” como sistema político.

Luego de vencida militarmente la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, la invasión estadounidense de Bahía de Cochinos y la definitiva declaratoria de la Revolución Cubana y más tarde la propia República de Cuba, como futuras “realizaciones socialistas”, había que construir un modelo político, económico y social que respondiera a la estructura ideológica del socialismo real existente. Así, Fidel Castro se concentró en crear una estructura totalitaria de carácter socialista, que abarcara todos los ámbitos de la sociedad cubana, desde un léxico propio, hasta la educación, la salud, el estamento armado y la economía, todo dentro de un sistema específico de creencias y valores, no necesaria y voluntariamente compartido, pero de naturaleza ineludible y obligante.

Simultáneamente y con el respaldo de los hechos (la invasión, el bloqueo y la persecución permanente de los gobiernos de Estados Unidos), creó dos enemigos formales, a saber, internamente, la burguesía apátrida, luego los enemigos contra revolucionarios y, finalmente, los arrestos “pequeño burgueses y desviasionistas” de los propios camaradas compatriotas revolucionarios, sujetos permanentes de la “propaganda capitalista”. Luego, el enemigo externo, representado por el “imperialismo norteamericano” y la “maquinaria voraz del capitalismo mundial” junto al “fascismo rampante”. Estas construcciones discursivas hicieron, hacen y harán posible la dominación carismática de Castro, aún después de muerto, como lo demuestra la primera sustitución voluntaria de que fuese objeto por parte de su hermano Raúl Castro (para nada carismático líder) y un tercer individuo posterior a este y delfín de Raúl, más bien un tecnócrata proveniente del más acendrado burocratismo político y militar: Miguel Díaz-Canel.

Como vemos en estos dos ejemplos, existen condiciones que permiten, en principio, pre- calificar a ambas figuras históricas como “líderes carismáticos dominadores de tipo político”. Ambos llegan al poder empujados por los hechos y su incuestionable “carisma” en tanto característica providencial y relevante respecto de sus iguales; legítima y legalmente construidos en el caso de Hitler (su nombramiento inicial como Canciller alemán y luego la ratificación de los poderes por el parlamento alemán de mayoría nazi), legitimado y posteriormente legalizado por los hechos en Cuba, en el caso de Castro (la derrota militar de la dictadura corrupta de Batista y la creación de sucesivas Constituciones por el parlamento cubano, hasta su definitiva “entronización formal” luego de la aprobación de la Constitución Cubana de 1971, que concentró en su figura la dirección de las Fuerzas Armadas, la dirección del Partido y la presidencia del Consejo de Estado).

Así las cosas y reiterando el concepto de “líder carismático dominador de tipo político”, esto es, líder que habiendo alcanzado el poder político por cualquier vía (sea pacífica o violenta, legítima o no, legal o ilegal, conforme un marco jurídico previamente aceptado como sociedad organizada) y gracias, además, al ejercicio de esa cualidad extraordinaria que llamamos carisma, ejerce el gobierno desde una óptica absolutamente personal, atando a todo y a todos un plan preconcebido, cuasi providencial…” es posible observar y ratificar a la luz de la exposición anterior, que tanto Hitler como Castro calzan en esa definición, aun estando en las antípodas ideológicas cada uno de ellos.

Ahora bien ¿Es posible calificarlos, teóricamente en lo político, como “tiranos”? Recordemos, una vez más, la definición de tiranía:  

“Forma de gobierno en la que quien la ejerce no solo hace las leyes a su real saber y entender, capricho y satisfacción de intereses (bien sean materiales o de poder), sino que puede, en el camino de su aplicación, violarlas, ignorarlas, entorpecerlas o destruirlas según, precisamente, el balance positivo o negativo de esos intereses en juego, sustituyendo en consecuencia por la arbitrariedad sus contenidos e ignorando todo sistema de administración, sobreponiéndose a él así como a las instituciones, aun siendo ambos sujetos-objetos de su propia creación.”

Los hechos son demostrativos de algunos de los extremos de esa definición. Comencemos por Adolf. El gobierno administrativo de los nazis no obedecía a ninguna organización formal. Ministerios con funciones duplicadas; distintos funcionarios de un mismo nivel pero con competencias equivalentes y conflictos de intereses, obligaban a la marcha y contramarcha en la creación y aplicación de normas legales que no atendían a otro principio que la obediencia ciega a las órdenes (o las que se creían eran) emanadas del Fhürer. De hecho, Adolf Hitler no ejercía función alguna de gobierno formal. Las únicas materias que atendía formalmente eran la militar-policial y la política en términos de la “competencia por el poder”. Era famosa aquella frase de Hitler, en la que afirmaba categórico que “los problemas son una continuidad y suelen resolverse solos”. No obstante, si se lograba interesarlo en una materia distinta de las ya citadas (pe. Albert Speer y el diseño de Germania, además de su plan de renovación urbana de Berlín), daba órdenes e instrucciones y muchas de las “nuevas construcciones” debían ser “visadas por él mismo”.

De modo que se puede afirmar que muchas de las formulaciones legales del gobierno nazi, obedecían a los intereses, el real saber y entender de Adolf y su entorno, siendo susceptibles de ser cambiadas, adaptadas o simplemente eliminadas a discreción del Jefe o de quienes asumían su papel por mampuesto. Es posible entonces concluir, en términos de nuestros extremos teóricos, que Adolf Hitler fue un líder carismático dominador de tipo político, quien además dirigió su gobierno nazi como un tirano. Como puede verse, no es una calificación visceral, fruto del mecanismo irracional de la emoción-pasión: se trata de una construcción teórica en lo político.

En el caso de Fidel Castro, la situación, aunque mucho más formal en términos institucionales, no dista con mucho en el fondo. Castro, como buen marxista, era ateo, en consecuencia, se creó una legislación que regulase las actividades religiosas, con mano férrea, pero sin prohibirlas de un todo. Castro era homofóbico (nada raro en un hombre de su tiempo): se proscribió y se penó la homosexualidad en la isla, mostrándola incluso como una “desviación sexual” propia del capitalismo burgués.

Castro, como marxista convencido y permanentemente confeso, era contrario a la empresa privada o a los emprendimientos de tal naturaleza, por considerarlos “desviaciones pequeño burguesas”: la actividad privada estuvo proscrita en la isla hasta tiempos previos a su muerte, que se consintiera en la existencia de pequeños establecimientos, dedicados exclusivamente al servicio del turista y como “trabajadores individuales por cuenta propia”.

Castro, como era lógico suponer, odiaba al “imperialismo yanqui” por lo que cualquier actividad que supusiese la participación de algún americano no socialista, por pequeña que fuese, debía considerarse al margen de la ley y, en consecuencia, “contrarrevolucionaria” convirtiéndose, por añadidura, esta calificación en acusación penal universal para todo aquel que entregasen los “chivatos del castrismo”. La “chivatería” se convirtió en la forma de subsistencia de una importante cantidad de cubanos, incluso más allá de la investigación policial formal, esto es, bastaba con la “denuncia verbal” de algún “buen revolucionario” para iniciar la acusación contra cualquiera que se calificara, reiteramos, de “contrarrevolucionario”.

 

Las exposición previa permite colegir que se construyó un ordenamiento jurídico (o parte importante de él) desde la perspectiva del líder carismático dominador y sus intereses, pudiéndose saltar sus contenidos formales, así como las instituciones encargadas de su aplicación, solo mediante la denuncia verbal hacia el presunto indiciado, al tacharlo de contrarrevolucionario. En definitiva y desde nuestra aproximación politológica teórica: Fidel Castro también fue un tirano.

De modo que mediante este superficial esfuerzo metodológico, consistente en cruzar ejemplos empíricos con construcciones conceptuales previas en lo teórico político, hemos podido pergeñar una argumentación formal, más allá de la visceralidad propia del discurso de ocasión, motivado más por un arresto de emoción-pasión antes que de un razonamiento producto de su fuente natural: el pensamiento.

Esperamos haber cumplido con usted, querido lector, si acaso llegó hasta aquí. Ideal si toda argumentación periodística, de esa suerte de “periodismo enciclopédico” de la actualidad, abrevase de la fuente teórica: cuanta claridad pudiese arrojar al debate en lugar de tanta basura inútil como hoy arroja…La luz es poca y la obscuridad avanza…

 

 



[1] Esta proposición desde el punto de vista de la Teoría Política, bien podría significar un más extenso trabajo de investigación, que además explore opciones posibles de comprobación concreta, en diversos estadios de la historia política latinoamericana y, porque no, mundial. En esta oportunidad, solo pretendemos plantear la idea como forma de “divertimento intelectual” tan propicio (y necesario) en estos tiempos pandémicos.

[2] Weber, Max; Sociología del Poder. ALIANZA. Madrid, 2007.Pág.120

[3] Redorta, Josep; El poder y sus conflictos. ARIEL. Barcelona, 2005. Pág.40

[4] Redorta…Op.Cit…Pág. 41

[5] Respecto del deber que nace de esa “dominación carismática” afirma Max Weber: “El profeta genuino, el príncipe guerrero genuino, cualquier líder genuino realmente anuncian, crean, exigen nuevos mandamientos. Lo hacen en el sentido primigenio del carisma, es decir, en virtud de una revelación, de un oráculo o de una inspiración, o en virtud de su voluntad que es reconocida por proceder de quien procede por una comunidad militar o una comunidad religiosa o la comunidad de un partido político. El reconocimiento de esa voluntad es un deber.” Weber…Op.Cit…Pág.117.

[6] Weber…Ídem…Pág.114

[7] Weber…Ibíd…Pág.114

[8] [8] “Los líderes carismáticos y fuertes están dotados de extraordinarias cualidades congénitas, muy por encima de la, generalidad. Por esos atributos se les identifica como capaces de realizar diversas proezas. Sólo el líder carismático tiene la capacidad de superar el conservadurismo que produce la organización y de soliviantar a las masas en apoyo de grandes cosas, tiene una profunda fe en sí mismo, producto de un pasado de luchas victoriosas que lo hacen tener conciencia de sus aptitudes….” Robert Michels  citado por Rosendo Bolívar Meza. Bolívar Meza, Rosendo; La Teoría de las élites. Pareto, Mosca y Michels. Revista Itzapalapa , N°52, Año 23, Enero-Junio 2002. Pág.401.

[9] Redorta…Ídem…Pág. 55

[10] Redorta…Ibíd…Pág. 55

[11] Redorta…Ibíd…Pág. 55

[12] Redorta…Ibíd…Pág. 55

[13] Redorta…Ibíd…Pág. 55

[14] Redorta…Ibíd…Pág. 55

[15] Redorta…Ibíd…Pág. 55

 

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