El sistema "castrocomunista": aproximación empírica funcional.
La aproximación que intentaremos en líneas subsiguientes, tratará acerca
del funcionamiento, tras bambalinas técnicas, del sistema político, económico y
social castrocomunista, imperante en Cuba hoy, de acuerdo a la evidencia
empírica disponible, más allá de los logros que alguna vez, la mundialmente
afamada Revolución Cubana, alcanzase
a lo largo de sus dos primeras décadas de procelosa existencia.
Para nadie es un secreto que, bajo el paraguas protector de lo que se llamó
el “Socialismo Real”, representado
esencialmente por (y en) la hoy extinta
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en el contexto de la Guerra Fría,
la República de Cuba, Fidel Castro y quienes lo siguieron entonces, lograron
importantes avances en educación, salud, protección social y organización
política interna (no así en materia de producción y productividad industrial),
concentrando todos sus esfuerzos, específicamente en materia de producción, en
lograr la llamada “Cuota Azucarera”
para honrar “los pagos” acordados con
la URSS como contraprestación de la ayuda, tanto en materia técnica como
financiera, pero muy especialmente militar, concretada en materiales y equipos,
así como en entrenamiento técnico y profesional.
La llamada “Crisis de los cohetes”
(1962), sobrevenida con ocasión de la
instalación en la caribeña isla de un sistema de cohetería soviético, apuntando
a territorio norteamericano (suerte de “apuesta
estratégica mutua” hecha por Fidel Castro y Nikita Kruschev para “intimidar” al gobierno de los Estados
Unidos, a cuya cabeza se encontraba entonces John F. Kennedy y en el contexto, reiteramos, de la
Guerra Fría), detonó para los cubanos una consecuencia económica de
significativo peso, luego de resuelta tal situación política entre las dos
potencias que, dicho sea de paso, colocó al borde una tercera guerra mundial al
orbe conocido. En efecto, el gobierno de los Estados Unidos impuso a Cuba un embargo económico que, hasta el sol de hoy, materialmente no ha levantado y
únicamente en muy cortos períodos, apenas ha suavizado.
No obstante, por aquello de una combinación de “solidaridad con el débil que resiste” e intereses compartidos
entre empresarios individuales en otras latitudes y dignatarios de la cúpula
castrista (quienes compartieron, comparten y seguirán compartiendo “beneficios mutuos”), la economía isleña
logró sobrevivir en medio de dos hechos evidentes: la riqueza “in crescente" de esa cúpula
castrista y la pobreza (prácticamente indigencia) de la mayoría del pueblo
cubano. Hoy el sistema castrocomunista se ha “exportado”
con éxito incuestionable a Venezuela y Nicaragua, intentándose exportar a
Ecuador y Bolivia, fracasando en el primero y con relativos resultados en el
segundo.
El sistema político castrocomunista dejó de ser, hace más de 40 años, “la Revolución transformadora” que prometiera Fidel desde sus
púlpitos encumbrados, allá en sus encuentros siempre multitudinarios, pletóricos
de seguidores “ávidos por escucharlo”, en
virtud, acaso, de dos rasgos esenciales de su personalidad carismática: su
dominio sobre la palabra inteligentemente articulada y su indoblegable e
inobjetable voluntad de poder. Sometido, sin embargo, a la ineficiencia
proverbial y sistemática de su aparato burocrático, además de la imposibilidad
de “adecuar” tanto conocimientos como personal, necesarios
y suficientes, además de adaptados a los requerimientos de los tiempos, la Cuba
de Castro quedó aislada de los progresos mundiales en materia industrial,
tecnológica y técnica, llegando a frisar tales niveles de ruina económica, que
obligaron al castrocomunismo a “consolidar”
relaciones dudosas con el narcotráfico internacional (Pablo Escobar Gaviria,
1986), para generar divisas y adquirir magros adelantos tecnológicos para la
subsistencia cotidiana del régimen.
Paralelamente, el mantenimiento de un costoso aparato militar y de
inteligencia, tanto nacional como internacional, obligaron al castrismo a consumir
ingentes cantidades de sus ya magros ingresos, exclusivamente en esos fines,
utilizando como subterfugio “un estado
permanente de guerra” al estar bajo la amenaza latente de un “ataque militar por parte del imperialismo o
de alguno de sus aliados cipayos”. Al propio tiempo, la necesidad de
mantener activa una eficiente estructura de propaganda, así como a sus
operadores internos, obligó al castrismo a invertir otro importante monto
disponible, en la oportuna y conveniente asignación de prebendas, pago de
estipendios, hasta simples sobornos fuera del país, para garantizarse “la adhesión sin condición”.
Con una economía postrada, más por imposición que por obligación, Cuba
tiene que importar los bienes y servicios que consume casi en su totalidad y
debido a las restricciones internas impuestas al libre comercio entre
ciudadanos cubanos, la distribución de bienes y servicios se hace casi “de revolucionarios para revolucionarios”,
ergo, la cúpula y sus adherentes. Esa manera de “concebir la realidad” hoy día, sin duda alguna, más allá de lo
ideológico, ha generado dos sociedades contrapuestas y en pugna: la que recibe y la marginada.
Recibe aquella que hace comparsa con el castrismo, en suerte de carnaval de
miedo y conveniencia, transformándose en “sociedad
cómplice por obligación” de una dictadura que trasciende las creación
socialista, trocándose actualmente en una más de las tantas que ejercieran
familias específicas, sobre las empobrecidas masas de nuestras naciones en
otros tiempos. Los Castro han pasado a ser los Trujillo o los Somoza de este
tiempo, solo que parloteando un discurso en clave marxista y sin el apoyo
irrestricto de los Estados Unidos del que disfrutasen sus antecesores. La
familia Ortega en Nicaragua, transita la misma senda.
Paradójicamente, la otra parte de la sociedad, esto es, la marginada, se
corresponde con la inmensa mayoría de la población, generando dentro de aquella
la ocurrencia casi obligatoria a un sinfín de prácticas deleznables para
sobrevivir, que contradicen “la antigua
moral revolucionaria” y que van desde la prostitución hasta el narcotráfico
o desde el soborno hasta el hurto menor. La creación social del “hombre nuevo”, hoy día se ha visto
absolutamente frustrada por la cruel realidad de la miseria material colectiva
y la falta evidente de oportunidades, si no se hace parte de la multitud de
adherentes “buscadores de la vida”,
mediante la adulación, el cohecho y la concusión. Quien se opone de manera militante
a este estado de cosas social, económico y político, haciendo materialmente
patente esa oposición, le espera la cárcel, en el mejor de los casos; la tortura
y la muerte en el peor.
Sabiendo de la necesidad, prácticamente vital, que los Castro y sus
allegados tienen de la pervivencia de este sistema político deforme en Cuba (de
sucumbir, tendrían que esconderse en quién sabe dónde), han establecido una
eficiente red de delatores y represores, a todos los niveles sociales de la
isla, de modo que aquellos, especialmente para no perder la dádiva prebendaria,
se dedican a espiar, encarcelar y torturar a los otros, en cualquier lugar u
ocasión, ejerciendo con eficacia sus “artes
de chivatería y represión”.
Para los más altos en la jerarquía, los “premios
metálicos” por servicios cumplidos, en ingencia de dólares del imperio.
Para los más bajos: cinco pesos, el pollo y el pan. Esa manera de concebir un
orden social particular, privilegiando la delación contra el pago del soborno,
disfrazándolo a veces de estipendio y otorgando prebendas según sea la cuantía
y figuración de la adhesión, la ha exportado el castrocomunismo, junto a sus chivatos y
torturadores, a países como Venezuela y Nicaragua, hoy gobernados por gamonales
autocráticos, con la misma pretensión del sistema político antillano: la perpetuación en el poder.
Solidificado y consolidado un estamento militar cuya existencia es
inextricable a aquella del castrismo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Cuba hoy, en la “actualidad actual” y
valga el redundante recurso discursivo, nada tienen que ver con el Ejército
Rebelde que bajara victorioso de la sierra en 1959. Pletórica de generales “multiestrellados” al mejor estilo del
gamonalaje latinoamericano de la medianía del siglo XX (anótense a Fulgencio
Batista y a Rafael Leonidas Trujillo entre ellos), cubiertos de condecoraciones
de “latonería multicolor”, sin otra
heroicidad que la chivatería oportuna contra sus propios compañeros de armas o
la reducción y desaparición de cuadros militares contrarios, hacen parte
sustantiva de la Nomenklatura, ya sea, reiteramos, por miedo o conveniencia.
Junto a la burocracia militar del MININT, que eficientemente organizaran Raúl
Castro y su familia inmediata (Alejandro Castro, por ejemplo), hoy hacen el
equivalente que Cantillo o Cañizares hicieran en el gobierno batistiano. No hay
diferencia: están haciendo lo mismo y hasta peor que sus antiguos enemigos. Pero
en el ejercicio del poder omnímodo, existen dos circunstancias agravantes: la
ceguera conceptual y la amnesia moral.
Hoy, una vez más, estos militares de alto grado, que fungen más como
pretores y centuriones ocupantes del suelo cubano y su pueblo, son además “empresarios” de variada índole,
monopolizando actividades comerciales y empresariales de múltiple naturaleza,
al través del consorcio GAESA que administra, casi de manera vitalicia, quien
fuera yerno de Raúl: el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. Este
nuevo engendro de “militar-empresario-usufructuario”,
el sistema castrocomunista lo ha exportado a países como Venezuela y Nicaragua,
siendo, en el caso venezolano, resultado desafortunado para los militares y el
país en general, pero tremendamente lucrativo para personajes específicos en la
corporación militar venezolana.
De manera que el sistema castrocomunista hoy, al que me niego a
arrequintarle el gentilicio por respeto al pueblo cubano, funciona más como una
organización comercial mafiosa que como un sistema político, económico y social
de corte “revolucionario”; lo hace
con pleno conocimiento de sus actuaciones y con absoluta convicción en sus
resultados, dado que la única razón de su existencia es sostener a una cuasi dinástica familia
y sus allegados, así como a una inmensa burocracia prebendada, colgajos
tumorales de la cosa pública (enquistados a base de soborno, miedo y
tortura, en el peor de los casos; rangos, privilegios, dinero y títulos, en el
mejor), como únicos detentadores y usufructuarios del poder político en la
antillana isla mayor.
La Revolución Cubana, aquella
dónde lo extraordinario sucedería a diario y Cuba, como nación, premiaría el
heroísmo de sus protagonistas (ejemplo mejor de la negación de esta afirmación,
la encarnan el general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de La Guardia, el
mayor Amado Padrón y el capitán Jorge Martínez, chivos expiatorios del “narco negocio rauliano”), ya no existe.
Una dictadura que baila al ritmo del “discurso
democrático” de ocasión y al son interpretado en clave
marxista, por agotamiento instrumental de su propio discurso político, impera
sobre Cuba con el mayor desparpajo.
La Nomenklatura (ejemplo, los “líderes
históricos” y sus familias, los hijos de Fidel, de Raúl, sus nietos y
sobrinos, además de la gerontocracia militar, que se ha enriquecido a la sombra
olivarda de un heroísmo ya marchitado por sus propias ejecutorias), constituye
un espécimen peor que aquel que alguna vez constituyera la oligarquía
batistiana. No hay justificación para tanta miseria humana y tanto engaño,
salvo aquella que deriva del ejercicio continuado del poder omnímodo, como ruta
inevitable hacia la imperiosa supervivencia.
Y, una vez más, como diría Sir John Acton: el poder corrompe y el poder
absoluto, corrompe absolutamente…
Excelente análisis histórico. Se agradece el detalle de no "gentilizar" los fenómenos que son obra de particulares y no de los pueblos. Fue un placer leerlo. 👏
ResponderBorrarMil gracias por sus comentarios.
BorrarEste análisis histórico constituye una joya, una valiosa fotografía de lo que queda de la mayor de las Antillas.
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