Fidel Castro, castrocomunismo y la marcha final hacia “la inmortalidad”: una reflexión final.

 

En un par de trabajos previos disertamos sobre el origen del sistema político castrista; la entronización del movimiento “26 de julio” y la concreción definitiva de lo que bautizamos como sistema político castrista, así como su descripción funcional. En líneas subsiguientes trataremos de esbozar, teóricamente, lo que presumimos indujo el nacimiento y consolidación del castrismo como sistema político, bajo el liderazgo carismático dominador de Fidel Castro y lo que podría llegar a ocurrirle como consecuencia de los sucesos políticos, económicos y sociales, acaecidos desde el 11 de julio de 2021.

En aquellas líneas insistíamos que el castrismo cubano bajo el liderazgo de Fidel Castro, había alcanzado, para mediados de la década del sesenta, suficiente capacidad organizativa para iniciar sus primeros intentos de exportación exitosa, iniciativas que se pensaron desde la estrategia de la promoción y sustento de grupos alzados en armas, bajo la égida de los partidos comunistas locales o movimientos marxistas independientes de la férula soviética. No muy acordes con esta estrategia, los soviéticos (todavía en el contexto de la Guerra Fría) eran sin embargo persuadidos por Castro de que una vez triunfante el movimiento revolucionario en cualquiera de nuestras naciones, los gobiernos caerían en manos del partido comunista local, dada su mayor capacidad de organización y acción. La expansión del castrismo como sistema político, se detuvo (entre otros factores) por la caída del muro de Berlín, la intensificación del embargo económico sobre la isla y la ocurrencia allí del llamado Período Especial.

Con el auge de los llamados “gobiernos socialistas” surgidos de movimientos políticos (mal definidos) como “revoluciones”, experimentados en Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre las postrimerías del siglo XX y la primera década del siglo XXI, Castro y su sistema político, aprovecharon los intersticios que estos triunfos (en menor o mayor medida) ofrecían, para la conveniente penetración a la “iniciativa exportadora” del sistema político castrista. Hoy es evidente su éxito en Venezuela, convertida casi en una provincia más de la Cuba “revolucionaria”, provincia, por cierto, particularmente dotada de ingentes recursos económicos y naturales, sobre todo en hidrocarburos indispensables para el funcionamiento de la economía local antillana.

Pero cabe preguntarse ¿Cómo crecieron y se desarrollaron diversas instancias de poder a despecho de otras? ¿Qué y por qué se “exporta” del castrismo como sistema político? ¿Qué destino le espera al castrismo a la luz de los sucesos del 11 de julio de 2021? Vayamos al encuentro de las respuestas de estas primeras interrogantes planteadas.

En principio hay que explorar la significación política, ideológica e incluso simbólica de la Revolución Cubana en América Latina, desde el triunfo en su propia guerra civil, en 1959. Hay que tener claro que Fidel Castro, aun no siendo el único actor relevante en la gesta armada cubana de ese tiempo, representa al líder carismático dominador de más trascendencia en ese hecho histórico, cuya relevancia (la del hecho) se basa en que, por medio de las armas, un pequeño grupo de jóvenes, con apenas una formación superficial para el combate armado, lograran organizar, entrenar y encuadrar un ejército popular, que derrota de manera aplastante una dictadura militar latinoamericana, soportada por unas Fuerzas Armadas completas, bien adiestradas y mejor dotadas, símbolo por antonomasia del poder en esos tiempos, especialmente en Cuba.

Juventud, arrojo, heroísmo, triunfos importantes en combates y batallas (Santa Clara y Santiago), orlan la épica patética de aquella gesta, en tiempos de una suerte de combinación entre rememoración republicana, lucha de civilidad democrática y aires revolucionarios libertadores. Una tromba de aire fresco sopla, como una brisa huracanada, sobre los predios de una América Latina que parece estar soltando “las ignominiosas cadenas” de la opresión militar. Uno a uno van cayendo los gobiernos dictatoriales del continente, quienes sostenidos por los Estados Unidos inicialmente y tras un cambio de política de aquella nación sobre estos “inconvenientes apoyos”, se debilitan en sus propios países, propiciando el necesario “reacomodo de fuerzas”.

Pero la percepción romántica que se tuvo (aprovechada por los comunistas casi de inmediato), dentro de una importante mayoría de los jóvenes de ese tiempo, en cualquier parte de la tierra dónde se estuvieran experimentando deseos sinceros de cambio, es que “David había derrotado a Goliat”. Un David representado en aquella “turbamulta entusiasta de jóvenes barbudos” que bajaban triunfantes desde la sierra cubana; que venían empantanados y ruinosos desde la manigua o cubiertos de arenosos vestigios desde el mar; un Goliat representado por los militares batistianos, “corruptos, ladrones, siempre viciosos” y más en el fondo, por quien parece ser o haber sido su sempiterno patrocinante: el gobierno de los Estados Unidos. Castro encarna a los “guerreros” de y por la libertad, pero más aún, reiteramos, la posibilidad cierta de que es posible derrotar a las dictaduras o a los gobiernos reputados de “enemigos del pueblo” mediante la lucha armada popular.

Y ese sentimiento, trocado luego en convicción, se siembra en las juventudes progresistas en el mundo entero, excepción hecha de los países tras la llamada, por Winston Churchill, “Cortina de Hierro”, dónde Fidel y la Revolución Cubana, se presentan como émulos en la lucha contra “el imperialismo norteamericano”, puesto en términos de una idea concreta: la derrota de los enemigos poderosos y de sus imperios asociados, siempre es posible por la vía de las armas, aun siendo apenas un magro grupo de jóvenes valerosos. ¡Patria o muerte: venceremos!

Sucedidos los eventos nacionalizadores de intereses norteamericanos en Cuba; los intentos de asesinato contra Castro; la voladora del barco La Coubre, cargado de armas y municiones, mediante sabotaje de la CIA y en el puerto de La Habana; la reiterada actividad de sabotaje sobre las plantaciones de caña y su producción; y, finalmente, la fallida invasión de Bahía de Cochinos, Castro declara el  “carácter socialista” de la Revolución Cubana y se alinea definitivamente con los intereses de la Unión Soviética, en el contexto de la Guerra Fría. Tras la crisis de los cohetes en 1962, establecido el bloqueo naval (luego levantado) y declarado el embargo económico contra gobierno y empresariado cubano, Castro, acaso como un rey cartaginés en medio de las guerras púnicas respecto del imperio romano, se transforma en el adalid de la lucha “contra el imperio yanqui” desde aquella pequeña isla antillana, suerte de nueva Cartago del Caribe.

Así las cosas, Castro y su revolución (porque a estas alturas “la revolución” como movimiento transformador le pertenece por entero a Fidel como “la crisis y la derrota” al imperialismo) comienza su camino hacia la inmortalidad y, en consecuencia, en la dirección protagónica de todo aquello que signifique la rebeldía y la resistencia hacia la dominación del “imperialismo norteamericano”.

Carecía de importancia dónde usted pudiese encontrarse en el mundo: el discurso revolucionario emocionado, emocionante y, sobre todo, histriónico de Fidel Castro, impregnaba todo y a todos.

Y del discurso pasó a la acción: el soporte a los grupos guerrilleros sur y centro americanos, su organización, promoción y hasta apoyo logístico; los contingentes revolucionarios pro-independentistas en el África todavía bajo dominio colonial; la OLAS; el movimiento de los “No Alineados”; la guerra en Angola; el apoyo a Nelson Mandela en su lucha por la igualdad sur africana. Y en cada triunfo: la imagen de un Fidel exultante, verboso, discursero, enfundado en su uniforme verde oliva o aquellos que se hubiesen diseñado para las FAR. Vimos a Fidel desde su incipiente madurez de lo que llaman hoy “adultez contemporánea”, hasta su vetusta y honrosa ancianidad. Fidel, siempre Fidel, el comandante en jefe: ¡IOrdene!...Definitivamente: la historia lo había absuelto…

¿Pero qué ocurría al interior de Cuba? ¿Cómo se fue configurando el poder político? ¿Cómo se veían los cubanos respecto de ese poder? ¿Cómo fueron creciendo los Castro como dinastía tal cual los Somoza en Nicaragua? ¿Qué pasó con el “sacrificio revolucionario” exigido al pueblo cubano versus la vida muelle de todo aquel que se acercase a la Nomenklatura o a su servicio incondicional?

Fidel Castro siempre fue un talentoso “constructor de ilusiones”, como corresponde a todo líder carismático dominador de naturaleza política, a la hora de convencer acerca de la infalibilidad de su proyecto único. Propietario indiscutible del verbo, la platea y la construcción argumental inteligente, Castro se dirigía a las ingentes masas de cubanos, casi diariamente, durante cualquier cantidad de horas y al través de cualquier medio, explicando con grandilocuencia los “proyectos de futuro” y con ese romanticismo contagioso, encantaba también a importantes especialistas en el mundo, hasta llegar a poner su “grano de arena” en la construcción de un “hombre nuevo” alfabetizado, culto, decente, honrado, de buenas costumbres, amante de su familia, buen patriota, dispuesto además a ser sujeto del último suplicio por la Patria y la Revolución. De nuevo, todos unidos en un sonoro y sincero “Patria o muerte: Venceremos”.

Pero tras cada “magna epopeya” una derrota aplastante. Y la reconvención dura hacia “alguien o algo”; la distribución de la culpa hacia el “enemigo interno”, personificado en los “contrarevolucionarios”, los “mercenarios al servicio del imperialismo”; o, definitivamente, hacia el “enemigo externo”, simple y llanamente: “el imperialismo norteamericano”. Países y sus gobiernos, incluso personas naturales, invirtiendo por solidaridad o por conveniencia política o financiera. El resultado: “¡Fidel no paga, cojones, pero es Fidel!”.

Mientras el fiel Raúl, “Modesto”, siempre al servicio incondicional de Fidel en cualquier “aventura” que emprendiese, desde las travesuras en Birán, pasando por el colegio La Salle y terminando una madrugada entre balas en Moncada o tras abandonar el Granma; el mismo joven comunista quien hiciera su entrada a La Habana junto a su hermano mayor, se empeñó en la organización de un potente aparato militar, de espionaje tanto interno como externo y de policía a todos los niveles, desde el gendarme citadino hasta el chivato de cuadra.

Fidel iba pensando en una nueva “locura” como el desecado de la ciénaga de Zapata, mientras Raúl construía un aparato de gobierno, para llevar la nave a buen puerto, con el menor daño posible. Así se fue construyendo el poder real tras la sombra: ORI, G2, FAR, MININT etc. Fidel viajando por el mundo, creando nuevas fantasías, proyectando el sistema político creado por él en cuanto foro mundial se le ofreciese y Raúl construyendo una cada vez más poderosa Nomenklatura, a la que añadía yernos, sobrinos e hijos.

La banda de los “históricos” (devenida hoy en gerontocracia) haciendo lo propio, esto es, replicando la célula pentagonal de poder devenida del liderazgo carismático de Fidel, cada quien con su cada cual, en cada lugar que ocupase cada “histórico”. Mientras, el pueblo cubano “cumpliendo con su deber de resistencia revolucionaria”, pasando trabajo cuándo y cuánto fuese menester, disfrutando de lo poco que una economía “bajo permanente estado de guerra” ante “el potencial ataque del imperialismo”, podía ofrecerle: educación gratuita, asignación de vivienda, asistencia médica y el disfrute infinito de un país innegablemente lleno de bellezas naturales.

Mientras, la Nomeklatura siempre viviendo muy por encima de la población general, hacía exhibición vulgar de sus privilegios, justificando tales excesos con el viejo argumento vacuo de que la dirigencia, al dedicarse a tiempo completo a la construcción de la revolución, no debe, ni puede, estar sometida a mortificaciones elementales como la comida, el techo y/o la educación. Devenido el llamado Período Especial y viendo el pueblo cubano que él llevaba la peor parte, sin sacrificio alguno de parte de la Nomenklatura, comenzó su proceso interno de reflexión respecto de la conducción y marcha de la Revolución. No obstante, una vez más, las voces disidentes fueron acalladas, billete y privilegios o prisión y muerte mediante.

Llegó Hugo Chávez, la Revolución Bolivariana en Venezuela y un segundo aire para Fidel y su Nomenklatura. Parte de los “privilegios” compartidos por ambas creaciones “revolucionarias” pudieron llegar a mayor número de cubanos. Al propio tiempo, un tentáculo ponzoñoso de la creación revolucionaria castrista, se clavó en las entrañas de Venezuela, ante el hecho de que ambas construcciones, habrían de vivir en simbiosis, de tal manera que la vida de la Revolución Bolivariana debería estar inextricablemente unida a la esencia vital de la Revolución Cubana.

Y entonces murió Chávez, líder carismático dominador de la Revolución Bolivariana; más tarde lo hizo Fidel, líder carismático dominador de la Revolución Cubana y esta dupla, pero en especial Fidel, arribó a la ruta final hacia “la inmortalidad revolucionaria”, siempre “intempore, etérea, suprema e inmaculada”. Sin embargo, cuando las sucesiones carismáticas de los sistemas políticos creados por líderes carismáticos dominadores, luego de su desaparición física, no son debidamente resueltas, sea por que no se logra la unción correcta del heredero; sea porque se escoge la persona inadecuada; sea porque el ungido es demasiado mediocre frente a la impronta y el carácter del ausente, los sistemas políticos entran en crisis, más temprano que tarde. Y si la retícula oligárquica dejada por el ahora ausente, sigue haciendo exhibición vulgar de sus privilegios, en contraste con la penuria y miseria general de la población, en algún momento sobreviene el estallido social, vale decir, el sistema político entra al entorno del caos, tras trascender su umbral de inestabilidad, por la acumulación paulatina de perturbaciones[1].

El 11 de julio de 2021, luego de 62 años, el sistema político castrista se ha dispuesto a trascender su umbral de inestabilidad y ha entrado en la acumulación máxima de perturbaciones, perdiendo el carácter refractario que hasta esa fecha lo habría caracterizado.

Una sucesión carismática deficiente (tanto en forma como en fondo) hecha por Raúl Castro en el dirigente del PCC, Miguel Díaz Canel, con independencia de su experiencia militar y política, insuficiente en impronta histórica y calidad de liderazgo respecto de él y más aún de Fidel Castro, unida adicionalmente a una grave crisis económica y social, generada por un sistema político que ha demostrado más de una vez su ineficiencia, dirigido además por una gerontocracia caduca, a la que se suma una pandemia sin control efectivo y eficaz por parte de la Nomenklatura, que, no obstante tan grave situación, no renuncia o se niega a renunciar, a sus privilegios vulgares respecto de las carencias generalizadas, amenaza con inducir la trascendencia del sistema político castrista, hacia otras creaciones sistémicas, hoy de naturaleza imposible de determinar con exactitud. En términos teóricos, el sistema de conflictos en su máxima rotación, esto es, sistema de conflictos políticos, sistema de conflictos socio económicos y sistema de conflictos civiles-militares, intersectados y en máxima rotación, inducen entropía in crecente al interior del sistema político castrista.

Lo cierto es que la trascendencia, más o menos estable entre equilibrios, que el sistema político castrista habría tenido, desde sus inicios el 8/01/1959 hasta el 11/07/2021, ha finalizado. A partir de ahora, si no se dan giros drásticos en términos de libertad, participación política, distribución de actividades y riquezas, modificación estructural de instancias de poder y, sobre todo, búsqueda de la minimización del sufrimiento elemental colectivo, el futuro del castrismo luce incierto. Y, ciertamente, aquella absolución que la historia, según Fidel, le hubiese otorgado, quedará trocada en resuelta culpabilidad, siendo de hecho sujeto de la sanción eterna por las muertes, tortura y cárcel que un día tanto criticase y señalase a Fulgencio Batista, y que durante 62 años se han estado sistemáticamente aplicando como medios disuasivos sobre la población cubana. Para su desgracia, el velo entrambos se habría descorrido, dejando ver el rostro de una más, de las crueles y longevas dictaduras latinoamericanas.

Y como diría el Dr. Ernesto Guevara en una oportunidad, hoy se estaría en presencia de hechos extraordinarios, sucediéndose cotidianamente y “cuando lo extraordinario sucede a diario, hay la revolución…” ¿Será esta “la revolución” dentro de la revolución?... ¡Patria y Vida!...



[1] El desarrollo de toda esta construcción teórica puede hallarse en dos publicaciones del autor, a saber, “La célula pentagonal de poder” en http://servicio.bc.uc.edu.ve/derecho/revista/mp2013/art02.pdf  y “Una mirada interdisciplinaria…” http://saber.ucv.ve/browse?type=author&value=Itriago+Camejo%2C+Pedro+Guillermo

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