La miseria humana
“Que el mundo fue y será una porquería,
ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…”
Tango “Cambalache”
Enrique Santos Discépolo (1934)
Verdad del tamaño de una catedral, que el mundo “fue y será una porquería”, no deja de llamar la atención, lo
menos, la proliferación de la “miseria
humana” en el mundo actual (siglo XXI), aun cuando Discépolo se refiriese,
paradójicamente, al siglo anterior. Desde la entronización del delito más
deleznable, humanamente hablando, cual es el estupro, más aún sobre niños y
niñas, pasando por la trata de blancas, aún peor, ejercido por “blancas, amarillas, marrones y negras”
mujeres, dedicadas con exclusividad a esa faena hamponil; hasta los genocidios,
represión colectiva e imposición autocrática de sistemas políticos a millones
de personas que no, definitivamente, no los han electo, la miseria humana
campea, tal y como lo predijesen para este tiempo, entre otros iluminados, Juan
de Jerusalén y Michel de Notredame, mejor conocido como Nostradamus.
“Cuando venga el año mil, después
del año mil…” letanía constante
de Juan de Jerusalén, utilizada para afirmar que luego del año 2000, se
repetirían las desgracias, una detrás de la otra, la evidencia empírica parece
confirmar que el referido iluminado se habría quedado corto con el imperio
galopante de la miseria humana, retorcida, aviesa, abyecta e inmoral, que se
cierne sobre la raza humana. Es sorprendente como esta suerte de nido de
víboras, retorciéndose sobre si mismo, va creciendo ante la mirada atónita de
aquellos que tenemos la dicha o, tal vez, el infortunio de poder atisbarla en
cada esquina del orbe en dónde nos asomamos y, peor aún, cómo siendo
relativamente fácil hallar soluciones, en un estertor más de ofidios que se
estrangulan entre sí, la miseria humana triunfa, naciendo en esa contienda un
nuevo grupo de víboras cada vez más enredado, acaso más aún en sus miserias
mortales.
En la política real, entendiendo a esta última desde la perspectiva del
poder y sus conflictos, la miseria humana, en lo que va del siglo XXI, parece
no conocer límite alguno. La descarada mentira de los mandatarios,
especialmente de aquellos autócratas o en vías de convertirse en tales, ya no tiende
a la desfachatez: representa la esencia
absoluta de la desfachatez. Algunas muestras palmarias, recogidas en
compendio: los intentos de asesinato de Putin sobre sus más enconados
adversarios políticos rusos, afirmando luego que “nada tiene que ver el gobierno ruso en su ocurrencia”; las
prohibiciones y prisiones turcas de Erdogan, tras la terminante afirmación de
que el encarcelado pudiese tratarse de “un
enemigo peligroso del orden patrio”, aun cuando no se dispusiese de pruebas
irrefutables; los encarcelamientos
arbitrarios del nicaragüense Ortega sobre sus oponentes políticos, al tildarlos
olímpicamente de “traidores a la patria y
enemigos de la seguridad interna” sin comprobación alguna en la comisión de
tales delitos; la imposición del castrismo cubano a su pueblo, de un sistema
político caduco e ineficiente, que niega la libertad más elemental y, la poca
disponible, condicionada al apoyo irrestricto a “la Revolución”; la falta de diálogo de la oligarquía colombiana
con los sectores mayoritarios de un país que, agostado por un sistema de
siglos, no soporta más la dominación a ultranza de esa sempiterna oligarquía,
que se niega además a compartir el poder; la prestidigitación, tanto discursiva
como material, del chavismo “madurociliar” en Venezuela, a los fines
de torpedear todo intento electoral transparente, solo buscando atornillarse en
el poder y así permanecer en abierto usufructo corruptor de lo público. En fin,
una ristra interminable de miserias que “orlan”
al mundo político, cuasi cloacal, de hoy.
Si bien es cierto que la humanidad nunca ha sido, políticamente hablando,
moralmente muy distinta, lo que impele definir tales conductas como ejercicio
descarado de miseria humana, es que los dirigentes o mandatarios, en cada lado
de un conflicto político, se desgañitan en discursos y complejas construcciones
discursivas, solo para mentir descaradamente, ante pueblos que, gracias a las
tecnologías de información y comunicación, tienen acceso, de una u otra forma,
a información más confiable y, para colmo, en tiempo real. El afán por “torcer los hechos” es tan
impresionante, que de ser posible “revivir”
a Esopo, la confirmación empírica de sus fábulas morales, se trocaría en
ejercicio elemental.
Lo más triste es que el denominador común es la mentira y el numerador de
aquella su fracción equivalente, la manipulación informativa intencional. Uno
de los maestros actuales, más avezado en miseria humana y manipulación, hasta
el punto de decir que “se puede construir
una realidad alternativa desde la construcción de hechos no necesariamente
reales, pero posibles en esa realidad alternativa”, es Donald Trump. Una
excresencia de la muy conocida bestia inmoral de la industria de la
construcción neoyorquina, Trump emergió al mundo político norteamericano
precisamente en un ejercicio de miseria humana del Partido Republicano,
tratando de derrotar a su adversario del Partido Demócrata, a todo trance y sin
importar las consecuencias. Trump voló todos los fusibles morales de aquella
aparentemente sólida democracia liberal anglosajona, haciendo uso de un amplio
espectro de triquiñuelas y manejos turbios, que hubiesen caracterizado su
gestión empresarial, sacando un importante beneficio financiero en el camino. Y
aún hoy, tampoco sin importar las consecuencias finales, luego de haber intentado
una suerte de golpe de Estado, en un país que jamás lo habría experimentado,
sigue esparciendo basura informativa de todo tipo, buscando dinamitar el
gobierno de su oponente.
Y eso nos lleva al conflicto entre talibanes y potencias occidentales,
Estados Unidos con mayor intensidad. Para derrotar, precisamente, a ese
terrorismo internacional (luego del atentado del 11 de septiembre de 2001, en Nueva
York), que se había instalado en Afganistán, tras el triunfo talibán en esas
tierras, más específicamente Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden (quien,
dicho sea de paso, había contribuido también al triunfo talibán sobre los
invasores rusos), Estados Unidos buscó la creación de una “Alianza Internacional” para el combate al terrorismo islámico, una
suerte de jugada que le permitiese no asumir totalmente “el costo, tanto material como político, de la guerra”. Hoy, 21
años más tarde, la retirada de las naciones de la alianza del territorio afgano,
se ha convertido en el más gigantesco espectáculo de miseria humana que los
seres de esta tierra, pertenecientes a nuestra especie, hayamos contemplado en
lo que va del siglo XXI.
En el “campo de batalla” una
multitud de nacionales de Estados Unidos, España, Italia, Canadá y Alemania,
los últimos en abandonar el país, luego del triunfo talibán, hacen una
abigarrada y multiforme cuantía de gente que, junto a los afganos que
colaboraron con esas naciones por más de cuatro lustros, en calidad de
empleados de todas clases, pugna por escapar del país, en vuelos que salen del
aeropuerto de Kabul, sitiado, en adición, por la fuerza militar talibana, grupo
informe sin orden ni concierto. Las expresiones de miseria humana, son
muestrario que hacen palidecer al más estoico de los observadores, frente al
tamaño sufrimiento causado a las familias que en vano esperan, en especial, sus
aterrorizados niños.
Apiñados contra un muro infranqueable, sumidos muchos hasta las rodillas en
aguas residuales, imploran por un puesto en los aviones que salen del
aeropuerto hacia un destino desconocido y un futuro incierto, pero, en
apariencia, mil veces mejor que aquel que les espera bajo un gobierno talibán.
Entre el muro y los afganos que intentan
huir, talibanes que los amenazan y golpean con varas, como suerte de
prolegómeno de lo que los espera, si no lograsen acaso huir. Entre y dentro de
ellos, mimetizados por sus ropas y apariencias, los miserables asesinos del Isis-K,
quienes, agazapados, esperan para darles un zarpazo explosivo, porque el
talibán es su enemigo, no importa dónde y quienes lo representen. Dos
explosiones han dado cuenta ya de más de 170 afganos y 13 soldados estadounidenses.
Y el espectáculo doloroso del desastre, parece continuar su marcha inexorable. La miseria humana en todo su macabro
esplendor de muerte.
Todo el mundo sucumbe ante los embates de una pandemia mortal. Y la miseria
humana allí se ha solazado. Primero, algunas empresas farmacéuticas manipulando
la información acerca de la efectividad de sus vacunas o la prontitud en su
fabricación, para obtener pingües beneficios en la firma de contratos
anticipados y la sobre valoración de sus papeles en bolsa. Un directivo de una
de aquellas empresas en la industria, manipuló deliberadamente la efectividad
de la vacuna, antes de tiempo y explotados los valores sobre los precios de sus
acciones en bolsa, vendió toda su participación, obteniendo, súbitamente, una
riqueza equivalente a 6 años de su salario. Descubierto, apenas renunció y se
retiró a un exilio dorado. En otro orden de ideas, la pandemia, las acciones
para su combate, las estadísticas sobre contaminados y muertos, han sido
utilizados por facciones políticas en diversas naciones del orbe, como
instrumento eficaz en la pugna interpartidaria o para señalar “culpables externos” ante la ineficacia
e ineficiencia de los gobiernos en combatir la pandemia. Otros, se han dado a
la tarea de obtener riquezas vulgares, vía especulación, por el efecto que los
confinamientos han tenido sobre la población humana en general. Miseria humana y pandemia: socios rentables
a toda prueba.
Explotación, amenazas, persecuciones, violaciones, violencia intrafamiliar,
han surgido de lo más profundo de la miseria humana, de modo que la pandemia ha
desatado los demonios de la especie animal dominante, como nunca antes ninguna
circunstancia equivalente lo había hecho. Homofobia, tortura y asesinato;
señalamiento absoluto de culpables por raza, credo, nacionalidad y condición
social, han exacerbado las persecuciones
internas en los países, especialmente hacia los refugiados de otras naciones, a
quienes se les acusa de ser responsables de los más absurdos males sociales,
los mismos que durante siglos y mucho antes de su llegada, afectaran a las
sociedades de los países de acogida. Hasta en “promesa electoral” se ha metamorfoseado el odio hacia el
extranjero, ofreciéndose la expulsión de todos aquellos de una nacionalidad
específica, para la protección material de la población en los países. Carnaval multicolor de miseria humana: dolor
y espanto ante su presencia.
Millones de personas en el mundo (se
habla de un número equivalente a 40), pululan entre fronteras, con cuatro
bártulos al hombro y acaso un par de pequeños niños llevados de las manos,
buscando con desesperación un lugar dónde poder ejercer el derecho a vivir en
paz. Y detrás de ellos, en ejercicio de incuestionable miseria humana,
organizaciones criminales coludidas con funcionarios de gobiernos locales,
facilitando los cruces ilegales de fronteras o siendo sujetos de un
ofrecimiento que nunca se cumple, pero por el cual les han esquilmado hasta el último
centavo al emigrante. Y lo peor: entre la diáspora de gente que huye, los
miserables delincuentes de siempre, “buscalavida”
inmanente a la desesperación de la miseria, viendo cómo logra por aquello del
azar, infiltrarse en otras sociedades, para seguir su vida delincuencial sin
tasa y medida. Son esos los que se coluden con las bandas locales y terminan
siendo “indentificados” como “pendones de una nacionalidad”. Miseria humana trashumante: llaga permanente
en un alma ya lacerada por la incertidumbre.
Y así, por aquí, por allá; en cada arista, como un fractal que se abre en
cada esquina, con cada vuelta, aparece, impertérrita, una muestra más de miseria
humana. Siglo XXI, entrando al culmen de su primer cuarto, ejercicio increíble
de desfogo, sin definiciones claras, bajo el imperio incuestionable de la más
vil de las miserias humanas. Caretas abiertas, en rictus de desfachatez, sin
otro patrimonio moral que la oportunidad aviesa para el engaño. “Cuando venga el año mil, después del año mil”…Ha
llegado, Juan y cuánta verdad premonitoria, pero cuánta amargura notar su
existencia, precisamente ahora cuando la vida entra en su camino final. Dios
tenga misericordia de esta humanidad, porque quien escribe estas líneas, poco o
nada ya espera de ella. Acta est fabula…
Buenas tardes!!! Cuanta verdad en su análisis, de lo que somos a través de lo que va de la existencia humana. Dios tenga piedad de todos nosotros.
ResponderBorrarMil gracias por sus palabras.
BorrarProfundo, tan vigente como la premonitoria sentencia de Juan y las líricas de Enrique Santos Discépolo.
ResponderBorrarAgradecido de su consideración.
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