VENEZUELA Y EL DISCURSO MÍTICO DE “LA REVOLUCIÓN”: PASADO Y PRESENTE…
Hemos sostenido, en diversos ejercicios teórico políticos, que la “Revolución”, en su sentido de movimiento político transformador, al menos en Venezuela, adquiere características de “mito”, según la significación del vocablo que nos proporciona el DRAE, esto es y tomando de allí la cuarta acepción: “Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene”.
En tanto gesta
mítica, la “Revolución” ha de
expresarse en un discurso formulado desde la misma perspectiva grandilocuente y
trascendental. Así, el “discurso
revolucionario” se construye desde la “narrativa
extraordinaria”, los avances en una misma dimensión y la factura épica de
los pocos o los muchos logros que alcance. Otro aspecto esencial, es el “protagonismo heroico” de sus dirigentes
y combatientes, propio, precisamente, de esa “narrativa épica”. Al propio tiempo, establece inequívocamente a un
enemigo que siempre gobierna, sea un grupo o partido, a quien, invariablemente,
convierte en emblema de una “oligarquía
oprobiosa” a la que hay que destruir porque ella representa el pasado, un
pasado de “dolores, ausencias y carencias” para el “pueblo”
(siempre victimizado y preterido), pasado que hay que trascender a todo
trance y así acceder a un futuro de “progreso
democrático y rutilancias materiales” que solo en “Revolución” es posible alcanzar.
El discurso de
la “Revolución” se piensa, pergeña y
proyecta sobre esos ejes y allí suele permanecer aunque, poco a poco, las
veleidades del poder, si se logra su alcance, vayan subvirtiendo, erosionando y
finalmente terminando con sus contenidos de valor real. Así, el discurso
revolucionario concluye por trocarse en simple ejercicio retórico, a los solos
efectos de su supervivencia en el inconsciente colectivo y con el mero objetivo
estratégico de la conservación del poder a ultranza.
Hemos dicho
también en aquellos ejercicios, que, específicamente en Venezuela, la “Revolución” tiene dos acepciones, la de
“Revolución” en sí misma (cambiar el
todo político, económico y social, sobre ese todo, revertido de forma y fondo
completamente) y la de “Re-Evolución” (retomar
el camino de una evolución, también económica, política y social, suspendida
por los actores políticos, por mala gestión o pésima interpretación de sus
contenidos iniciales). Sin embargo es posible colegir de la evidencia empírica,
que ambas interpretaciones se imbrican en distintos tiempos históricos,
construyendo una fórmula discursiva, que se laza y entrelaza como las fibras de
una cuerda tejida.
Durante nuestra
gesta emancipadora, acaso el primer movimiento que bautizado como “Revolución”, parece haber existido en
nuestra tierra de gracia, se puede observar un ejemplo del primer tratamiento
conceptual, referido en el párrafo anterior. En un documento de autor anónimo y
publicado en la ciudad de Londres, en el año del Señor de 1828, quien lo
escribe (inglés de nacimiento y nacionalidad atesorada grandemente, según el
mismo anónimo hace saber en el documento en reiteradas ocasiones) afirma:
“Una Revolución es una conmoción social que no solamente
remueve la superficie de una sociedad, sino que cala muy hondo en busca de
valores nuevos que poner de manifiesto. Toda la cadena que une a la vida
social, desde el noble hasta el siervo, experimenta el reflujo de su poder. Así
cuanto exista de virtud, hasta lo que en una situación normal hubiese
permanecido soterrado, fluye a la superficie, sale a la luz y se extiende a una
esfera más dilatada. Los premios gordos de la sociedad no van entonces a parar
solamente a los más distinguidos elementos, sino que favorecen también a otros
que los merecen. Temporariamente, se subvierte entonces el orden social y el
rango que otorga el nacimiento sufre una rectificación con la suma de elementos
nuevos que sin aquella conmoción no hubieran tenido jamás oportunidad de entrar
a formar parte de ese círculo. Bien puede ser, y acaso pueda afirmarse con
propiedad, que de no producirse esos súbitos cambios sociales, de no estallar
revoluciones que determinan cambios de gobierno, los mejores talentos y
virtudes no tendrían ocasión jamás de ponerse de manifiesto, permaneciendo
soterrados en las bajas capas sociales. Una confirmación de esta hipótesis
podría ser esta gran lucha que por su libertad libra Suramérica.”[1]
De manera que
para este británico protagonista, la “Revolución”
adquiere características de “conmoción
social” dónde todo lo que exista antes de su ocurrencia, “ya no existirá” luego de su
prosecución. La acción revolucionaria “cambia
todo”, colocando al de “abajo” en
posición preeminente y al de “arriba”
en el fondo de la estructura social. No hay miramientos, ni frenos, ni
estimaciones posibles: todo ocurre en
instantes y sobre esos instantes, se dan cambios sustantivos en el otorgamiento
de privilegios y prebendas, antes reservados a lo más alto de la sociedad. Los
más resaltantes talentos, insurgen de lo más bajo de las capas sociales,
manifestación práctica que jamás hubiese ocurrido de no darse la “Revolución”.
“Guerra y Revolución”
parecen ser consustanciales y lo heroico se hace cotidiano, siendo sus protagonistas
“héroes por naturaleza” y la
narrativa dominada, ya lo hemos expresado, por lo “extraordinario”. No podemos precisar, en estas tan breves líneas,
si esta misma interpretación existiese en otros “héroes” de ese tiempo histórico, tampoco si fuese la misma
interpretación del líder carismático dominador de ese gran movimiento
revolucionario, a saber, el Libertador Simón Bolívar, pero lo presentamos como
un testimonio de esa “Revolución”
como “Revolución” en tanto definimos
previamente, en un tiempo donde otros
quizás la pensaran como “Re-Evolución”.
Un testimonio de esa naturaleza, es decir de “Re-Evolución”, lo presentaremos a continuación.
En plena “efervescencia”
de la “Revolución de las Reformas”,
nos encontramos con esta construcción discursiva (expresada incuestionablemente
en lenguaje republicano), hecha por el general Diego Ibarra, en un bando
fechado el 8 de julio de 1835:
“A los ciudadanos: La sangre venezolana corre en el Zulia; el
Oriente está al borde de la guerra civil y todas las ciudades de la República
están clamando por reformas: solo la nueva administración se opone a ellas, y
quiere hacer un ejemplo de carnicería de este infeliz país. La Guarnición de
Caracas, todos los Jefes del Ejército Libertador y todos los patriotas, han
oído estos clamores, han visto la aflicción de la patria, y han querido
remediarlos con una generosa insurrección. (…) Nadie tiene nada que temer salvo
quienes pretendan oponerse al justo levantamiento del Ejército y del pueblo:
que sean reformadas nuestra administración y peores leyes y que sea respetada
la sangre del último de los venezolanos. Ay de aquel que derrame una sola gota
de nuestra preciosa sangre.”[2]
El bando del general
Ibarra pareciese estar inscrito en la percepción de la “Revolución” como “Re-Evolución”.
Luego de advertir que el país “…está al
borde de la guerra civil…” (situación que por cierto para esa fecha no era
cierta), Ibarra afirma lo hace porque la “nueva
administración” se opone a las necesarias “reformas”, lo que sugiere que, de fondo y luego de la separación
de Venezuela de Colombia, transcurrido además el primer período presidencial
del general José Antonio Páez Herrera, la “Revolución”
no debe cambiarse, sino, antes por el contrario, acometer “reformas” para emprender un “nuevo
comienzo” desde cero y que se produzcan los cambios impostergables, es
decir, una suerte de “Re-Evolución”
hacia los principios ductores iniciales. Pero en relación al contenido del
discurso revolucionario, “el Reformismo”
trae los tremendismos propios de tal exordio: las apelaciones a lo extraordinario,
las invocaciones populares y un elemento novedoso: “la unión de Pueblo y Ejército”. Todos los patriotas, contimas “…todos los Jefes del Ejército Libertador…”
lo que proporciona gran amplitud participativa a esta nueva “Revolución”, acudiendo a los “…clamores de la Patria…” y pendientes
de sus aflicciones, proceden a obsequiarle, para “remediar los males”, nada más
y nada menos que una “…generosa
insurrección…”. Y advierte sentencioso que solo tendrán que temer aquellos
que se opongan “…al justo levantamiento
del Ejército y del pueblo…”. Más allá de las certezas que expone a estas
alturas el general Ibarra, respecto de las ocurrencias de la Revolución de las Reformas y de sus “multitudinarias adhesiones patrióticas”,
las referencias a lo extraordinario sucediendo a diario, son incuestionables,
el compromiso revolucionario por la patria un hecho expuesto y su compromiso
con una nación en peligro, obligación impostergable.
Veinticuatro
años más tarde, el general Antonio Guzmán Blanco ha vuelto al camino de la “Revolución” como “Revolución en sí misma”, es decir, como cambio radical de todo
para salvar la Patria. Dice en un discurso publicado en el “Eco del Ejército”, con fecha 7 de septiembre de 1859:
“Las revoluciones son grandes esfuerzos del mundo moral, obedeciendo
á leyes superiores, como las físicas; esfuerzos con que despedaza i arroja de
sí la sociedad todo lo viejo, inútil ó que entorpece el movimiento del
progreso; son crisis en que el destino de los pueblos estalla por medio de una
grande innovación, la hace lograr, i quedar rejuvenecida la sociedad, viviendo
largo tiempo con nuevas ideas, con cosas i hombres nuevos.”[3]
Lo viejo, lo
deleznable, es “arrojado de la sociedad”
por “inútil” o por constituirse en
obstáculo al “…movimiento del progreso…”;
“crisis que estallan” en medio de las
sociedades, rehaciéndolas y garantizándoles una larga vida entre “nuevas ideas, con cosas y hombres nuevos”.
Lo nuevo para llevarse lo viejo, parece decir Guzmán, crisis temporales
estallando cual explosivos regeneradores, y lo más curioso de este discurso es
que, sorprendentemente, se adelanta a aquello que treinta años después, el general
José Cipriano Castro Ruiz ofrecerá, luego del triunfo de la Revolución Liberal Restauradora, a la
nación: “nuevos hombres, nuevas ideas y
nuevos procedimientos”.
El discurso
mítico de la “Revolución” ofreciendo “cambios extraordinarios” que hacen “rejuvenecer” a las sociedades; la
crisis como remedio total, luego de la acumulación venenosa y obstaculizante de
desaciertos, yerros imperdonables que son atribuidos a una “oligarquía oprobiosa” que detenta el poder en tiempos
pre-revolucionarios. En el mismo discurso publicado por el “Eco del Ejército”, Guzmán hace la
siguiente declaración:
“Dividida Venezuela desde 1840 en dos partidos, el uno pugnando por
la libertad, el otro armado con la autoridad; este heredero de la colonia,
aquél hijo de la república; el primero que marcha, hacia el porvenir, el
segundo, que se aferra a lo pasado; entre el oligarca i el liberal ha existido
siempre una distancia que no han podido acercar ni el tiempo, ni sus lecciones,
ni el prestigio de la mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus
conquistas morales, ni su magnanimidad, en fin.” [4]
Guzmán afirma
que las “dos facciones” existen desde
1840, apenas cinco años después del bando del general Ibarra y en clara alusión
al “paecismo conservador”,
identificando a este último como “…heredero
de la colonia…”, “…armado con la autoridad…” y “…aferrado a lo pasado…”. Como lo indica
en el párrafo anterior, la oligarquía representa lo deleznable, lo que
obstaculiza, lo que impide avanzar hacia el porvenir, avance que solo es
posible en “Revolución” y con los “revolucionarios”. Y finalmente hace la
escisión mítica que hace todo discurso revolucionario: la distinción entre “ellos” y “nosotros”, vale decir, entre el “enemigo de la “Revolución” y los “Revolucionarios”. Entre el “oligarca”
y el “liberal” hay una distancia
insalvable, de tal magnitud que “ni el
tiempo, ni sus lecciones” han logrado acortar, pero peor aún y
atribuyéndose de nuevo calidad de apoyo irrestricto del pueblo (una vez más
víctima) tampoco lo han hecho “el
prestigio de la mayoría popular, ni sus triunfos materiales, ni sus conquistas
morales” toda una “épica patética”
(Castro Leiva), solo posible tras las banderas de la “Revolución”. Y es la “Revolución”,
solo la “Revolución”, la que reconoce
una virtud también extraordinaria en el pueblo: “su magnanimidad”.
Finalmente,
Guzmán clava la daga de la venganza, impulsada por la fuerza de las
admoniciones que hace a “la oligarquía”
respecto de su papel en la dominación del pueblo, en la sustracción de sus
derechos, en el no reconocimiento de su identidad e impronta, lo que implica su
necesaria destrucción. Sentencia Guzmán entonces:
“(…) Sin la oligarquía los partidos de Venezuela amarán la libertad
i practicarán la igualdad sin esfuerzo, por convicción, por hábito y hasta por
conveniencia. Con la oligarquía eso es imposible, porque tal minoría cree al
resto de sus compatriotas seres inferiores, en quienes el uso de la libertad es
insubordinación i usurpación de derechos la igualdad. La oligarquía defiende
sus preocupaciones con toda la ceguera de la injusticia del fanático, en
contraposición al pueblo que defiende sus derechos con todo el despecho del
Soberano ofendido.[5]
El “Soberano ofendido”, “la oligarquía ciega”, la consideración
de todos los demás “…compatriotas como
seres inferiores…”; también con
independencia de los contenidos de realidad que estos juicios de valor hayan
tenido en ese tiempo, sobre en el trato hacia negros, zambos y mulatos, la “Revolución” identifica a su “enemigo oligarca” como ciego, fanático y
despectivo frente a sus compatriotas, en suma, anclado en un pasado colonial
que hay que defenestrar para siempre. Y esta defenestración solo será posible,
gracias a la “Revolución”, culminando
un Guzmán decisivo y terminante: “…por
eso es menester que los pueblos triunfen en esta vez de un modo definitivo,
desbaratando los pocos elementos oligarcas que quedan…”
Ochenta y seis
años más tarde, dice Rómulo Betancourt en mensaje radial dirigido a la nación,
el 19 de octubre de 1945, al primer día de nacimiento de la Revolución de Octubre:
“Los enemigos de la Revolución Popular y Democrática triunfante
querrán detenerla, para que de nuevo se entronicen la inmoralidad
administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos que
secularmente han venido caracterizando a los gobiernos venezolanos. El pueblo
venezolano, todas las clases sociales democráticas de la Nación, nos
respaldarán con su fervor solidario; (…) para que de las limpias manos del
pueblo surja un Presidente de la República lealmente asistido de la confianza
nacional.” [6]
Una nueva “Revolución Popular”, en ese momento
también “Democrática”; una nueva
amenaza personalizada en los enemigos, los eternos enemigos de la “Revolución”, los que pretenden
entronizar de nuevo “…la inmoralidad
administrativa y la despreocupación ante los problemas públicos…”; una vez
más, el apoyo de todo “el pueblo
venezolano”, de todas las “clases
sociales democráticas de la Nación” que manifestarán, sin la menor duda
posible, su respaldo y “fervor
solidario”. Y solo mediante esta
nueva “Revolución” y bajo el tutelaje
de los revolucionarios, será posible que “…de
las manos limpias del pueblo…” siempre inocente y victimizado “…surja un Presidente de la Republica
lealmente asistido de la confianza nacional.” Y como ratificación de esa fe
popular en su nueva “Revolución”,
Betancourt introduce en su discurso la misma locución que ciento diecisiete
años antes, expresara en su bando al pueblo de Caracas y en pleno amanecer de
la Revolución de las Reformas, el general
Diego Ibarra: “la unión de pueblo y
Ejército”. Expresa Betancourt:
“Sabíamos que nos respaldaba el fervor colectivo, la fe y la
confianza del pueblo; y también que
éramos capaces, unidos la Nación y el Ejército con lazo firme de solidaridad
para hacer surgir del desbarajuste político y administrativo al que el personalismo
autocrático condujo a Venezuela, un régimen estable, con la seguridad colectiva
garantizada, con los servicios públicos normalizados, con la maquinaria estatal
marchando de manera firme.”[7]
La fe y la
confianza pertenecen a la “Revolución”;
y “unidos la Nación y el Ejército con
lazo firme” ponen fin al “desbarajuste
político y administrativo” y hacen surgir “un régimen estable y seguro”
funcionando “de manera firme”. El
mito de la “estabilidad permanente”,
solo garantizada por la mano firme de los revolucionarios y solo en “Revolución”.
Diecisiete años
más tarde, el ahora Presidente Constitucional de la República de Venezuela, el
otrora revolucionario del 45, Rómulo Betancourt Bello, es sujeto de una asonada
militar, tras la cual se escuda un Movimiento
Revolucionario Militar. A él le arrostran los complotados en su proclama:
“Por la traición al glorioso 23 de enero, la implantación de un
régimen de terror por Betancourt y su camarilla, la reiterada suspensión de
garantías constitucionales, la farsa de la Reforma Agraria, se busca la
restauración democrática y la reconstrucción del país” [8]
Otro intento “Revolucionario” y los que un día
llevasen ese “título honroso” ahora
son acusados de “traidores”, de “implantadores de un régimen de terror”,
de “farsantes” en términos de sus
ofrecimientos y en una nueva vuelta al concepto de “Re-Evolución”, los “revolucionarios” de turno manifiestan
su voluntad de ir tras la búsqueda de “la
restauración democrática y la reconstrucción del país”, mitos que parecen
haberse estado preconizando (y aun persiguiendo) en todo movimiento intitulado
por sus promotores como “Revolucionario”.
El 4 de febrero
de 1992 se produce una nueva intentona militar que busca derrocar el gobierno
del entonces Presidente Constitucional de la República de Venezuela, Carlos
Andrés Pérez Rodríguez; el movimiento militar fracasa. Sin embargo, seis años
más tarde, por vía de los procedimientos constitucionales vigentes para
entonces, a los fines del alcance del poder político, el teniente coronel Hugo
Chávez Frías asciende al poder y se convierte en Presidente Constitucional de
la República. Se trata del mismo oficial militar que hubiese asumido “la responsabilidad absoluta” en la
ejecución del intento de golpe militar de 1992.
Luego de
múltiples peripecias que huelgan mencionar en estas líneas, el 4 de febrero de
2013, al cumplirse 11 años del intento de golpe de Estado (que luego se trocase,
por conveniente prestidigitación discursiva, en “Rebelión Militar”), Chávez
dirige una carta a la nación con ocasión de ese “Revolucionario” aniversario, en el marco de un proceso bautizado (con
la grandilocuencia propia del discurso natural del que venimos escribiendo),
como “Revolución” Bolivariana” que
contrariamente a la “Revolución” de
Independencia, a la “Revolución” de la Reformas, a la “Revolución” Federal y a
la “Revolución” de Octubre, ha sido paulatina, con un número pírrico de
bajas, si se compara con las antecesoras, utilizadas más de una vez como
comparación discursiva y al través de medios menos tumultuarios, pero no
huelgarios en lo tumultuoso de los tiempos que reproduce. En esa misiva, dice
Chávez a la nación y al referirse emotivamente a la “revolucionaria jornada”:
“En aquella memorable jornada quedaron reivindicadas todas las
luchas de nuestro pueblo, en aquella memorable jornada nuestras libertadoras y nuestros
libertadores volvieron por todos los caminos, en aquella memorable jornada
Bolívar se hizo razón de ser y entró en batalla por ahora y para siempre.
Quienes de la mano de Bolívar, Robinson y Zamora, nos levantamos en armas y
salimos aquella madrugada a jugarnos la vida por la patria y por el pueblo,
teníamos plena conciencia de que Venezuela había tocado fondo tres años atrás
con la rebelión del 27 de febrero de 1989 que nos había marcado el camino, el pueblo en esa fecha
ofrendó su vida combatiendo en las calles, el neoliberalismo salvaje que
Washington pretendía imponernos.”[9]
El ejercicio
discursivo épico patético de nuevo, pergeñado en lenguaje republicano: “memorable jornada” en evocación libertaria. Bolívar “entrando en batalla” y el “deber revolucionario” para con el
pueblo (una vez más victimizado y de nuevo preterido), patentizado en un
compromiso que obliga a gestas extraordinarias, a alzarse en armas y “a salir de madrugada” la hora señera
del sacrificio, a “jugarse la vida por el
pueblo”. La reiteración de la culpabilidad en quienes teniendo la
responsabilidad y obligación de conducir a la Patria por derroteros de
victoria, nada hicieron y más bien “la
han hecho tocar fondo”. Y, finalmente, el sacrificio del “pueblo” que ofrendó su vida combatiendo
en las calles contra un nuevo enemigo: “…el
neoliberalismo salvaje que Washington pretendía imponernos”.
Un día una “administración ciega” que se negaba a
conducir las necesarias “reformas”;
otro, una “oligarquía ciega”
defensora a ultranza de sus derechos y privilegios, frente a los ruegos y
necesidades del pueblo. Años más tarde, el “personalismo
autocrático” que había conducido a la patria y su sufrido pueblo, al “desbarajuste político y administrativo”;
luego un “traidor”, paradójicamente
una vez “revolucionario”, quien habría
burlado sus compromisos; y finalmente, un “enemigo
extranjero” que junto a una “oligarquía
local”, pretendiese imponer una fórmula económica, política y social,
atentatoria contra el pueblo y sus derechos. Imperiosa la identificación de un
enemigo preciso que hay que destruir, para conjurar el sufrimiento de un pueblo
que, siempre “débil, inocente, preterido
y agostado”, requiere de un salvador. El “Salvador de la Patria” solo el “revolucionario”,
que con su “Revolución”, puede
acometer “jornadas extraordinarias”
capaces de llevar a ese Pueblo y esa Patria por derroteros de esperanza y
prosperidad. Todos mitos; mitos que terminan configurando una “mitología revolucionaria” que alimenta
al discurso político del “tiempo revolucionario”,
que se extiende tanto como su creación primigenia logre mantenerse en el poder
político, con sus líderes carismáticos trocados luego en gamonales o los
gamonales derivados, vestidos luego como “líderes
revolucionarios” y que asumen con
denuedo la pervivencia ad infinitum
de su creación.
Y esa pervivencia de la “Revolución” en el tiempo, se hará práctica discursiva obsesiva. La
tarea de mantener “el mito de su
realización y sus logros épicos patéticos, extraordinarios e incomparables con
un pasado de oprobios” es imprescindible. Como muestras finales, veamos lo
que sobre el particular nos dice Antonio Guzmán Blanco, primero el 7 de
septiembre de 1859 y luego, catorce años más tarde, el 5 de julio de 1873:
“La revolución podrá quizás más que nuestra voluntad, burlará
nuestras previsiones irá más allá de nuestros cálculos, y no se detendrá hasta
no haber alcanzado sus fines, que no porque difieran de los deseos
individuales, dejarán de ser los fines de la patria.” [10]
“Y aquí nuestra gloria: a los 63 años de nuestra emancipación, le
toca a la presente generación empezar a realizar el portento de civilización y
de grandeza que soñaron nuestros padres. ¡Lo que estamos haciendo es muy
grande!”[11]
Ciento cuarenta
años más tarde, Hugo Chávez, en el contexto de su “Revolución Bolivariana” deja postrera constancia en su mensaje
final al país, el 8 de diciembre de 2013:
“Y en cualquier circunstancia nosotros debemos garantizar la marcha
de la Revolución Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución, construyendo
la democracia nueva, que aquí está ordenada por el pueblo en Constituyente;
construyendo la vía venezolana al socialismo, con amplia participación, en
amplias libertades…”[12]
La “Revolución” esa construcción política,
que pudiese hacerse militar en el combate y luego poder político en su logro,
tiene, en Venezuela, una construcción discursiva mítica que apunta a lo “extraordinario” como cotidianidad; al
héroe que, gracias más a su condición de “revolucionario”
que de combatiente heroico o político comprometido, es capaz del máximo
sacrificio por la “Patria y el Pueblo”.
“Patria y Pueblo” que son redimidos
de sus penurias por los “revolucionarios”,
solo en “Revolución”. “Patria y Pueblo”
que son llevados a un porvenir de gloria y abundancia material gracias a la
prosecución de la “Revolución”, todos
mitos discursivos que dan vida, una y otra vez, a una idea de “futuro promisorio y bienestar abundante”,
que, invariablemente en el tiempo, terminan siendo eso: apenas expresiones
grandilocuentes en un discurso totalmente mítico de forma y fondo.
Mitos que, como
tales, jamás hemos logrado hacer materiales y, por tanto, tangibles en términos
de su permanencia en el tiempo. Victorias populares pírricas al principio,
devoradas luego por el monstruo de la corrupción, la concusión y el cohecho,
trocándose en viles desengaños después…
Noria que abreva en el río de los sueños que, como
diría Don Pedro Calderón de la Barca, apenas “…sueños son…”; verborrea
insustancial que aun hoy, sirve de mampara al más grande gazapo político en
nuestra historia republicana venezolana, una farsa aplastante: apenas un
doloroso mito más en una histórica colección de tales.
[1] ___, Bajo el signo del anónimo. Relato de un oficial Inglés sobre la Guerra a
Muerte (Recollection of a service of
three years during the WAR OF EXTERMINATION by an officer of the Colombian
Navy). CENTAURO. Caracas, 1977. Pág.138.
[2] Kerr Porter, Robert, Diario de un diplomático británico en
Venezuela. 1825-1842. FUNDACIÓN POLAR. Caracas, 1997. Pág.701.
[3] “El Eco del Ejército.
Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.” Tomado del libro editado por la
Universidad Católica Andrés Bello con ocasión del Simposio titulado “Los tiempos envolventes del Guzmancismo”,
concretamente del trabajo del Doctor Tomás Straka Medina, titulado a su vez “Características de un modelo civilizador.
Ideario e ilusiones del guzmancismo”, páginas 112 y 113 del referido texto.
[4] Idem… Pág.112
[5] Ibid…Pág.113
[6] Mensaje
radial de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigido al país por el
Presidente Provisional Rómulo Betancourt, el 19 de octubre de 1945. Catalá,
José Agustín; Papeles de Archivo. 1945-1947. Del Golpe Militar a la
Constituyente. Cuaderno Nª9. CENTAURO. Caracas, 1992. Pág. 110.
[7] Rómulo Betancourt explica a los venezolanos los motivos y objetivos de la recientemente consumada “Revolución” de Octubre. 30 de octubre de 1945. Consalvi…Ibíd…Pág.133. Las negrillas son nuestras.
[8] El Carupanazo, Proclama radial 04/05/2012.
[9] CARTA PÚBLICA DEL COMANDANTE HUGO CHÁVEZ A LA POBLACIÓN CON OCASIÓN
DE UN ANIVERSARIO MÁS DE LA REBELIÓN MILITAR DEL 4 DE FEBRERO DE 1992. 4/2/2013.
[10] “El Eco del Ejército.
Barquisimeto, 7 de septiembre de 1859.” Ibídem… Pág.112.
[11] Discurso del Señor General Antonio Guzmán Blanco con ocasión de los
63 años de la Declaración de Independencia de Venezuela. 5 de julio de 1874. ibídem…Pág.114.
[12] ULTIMO MENSAJE DEL COMANDANTE CHÁVEZ. TRANSCRIPCION VTV 8/12/2013.
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