¿Comportamientos políticos inveterados o vicios del oficio?. Mirando el espejo de la historia hispanoamericana.


En nuestro mundo de habla hispana, no hay hueso político sano, ni ayer, ni hoy y parece que así será siempre. En opinión de dos historiógrafos mejicanos (Iglesias y Fuentes Aguirre), uno del siglo XIX, liberal para más cuentas y otro del siglo XX, conservador sí, pero en sus investigaciones absolutamente circunscrito a la evidencia que proveen fuentes y testimonios, quienes además insisten en que el error de observación de nuestros historiadores, especialmente los mejicanos, consiste en mirar la historia con “ojos del presente”, las “figuras proceras” no lo fueron tanto y es más la espina en la tuna, que el floreado hermoso de un tiempo auspicioso.

Según ambos investigadores,  el inventor del fraude electoral, léase bien, “el fraude electoral” en el México decimonónico de la “República Renacida” (convertida además en práctica electoral en los años que devinieron de aquella) fue, nada menos y nada más, que el epítome del procerato civil hispanoamericano, ejemplo de los revolucionarios rojos de todos los tiempos (fueran liberales radicales, más tarde marxistas, ambos tan amantes del rojo garibaldino), adalid de la libertad republicana, representante del “estoicismo y sufrimiento del indígena preterido, quien a fuer de resistencia, se yergue victorioso sobre sus miserias” … sí, en efecto: el propio Don Benito Juárez…

No pretendemos hacer, por esta vía, una campaña de descrédito contra figuras históricas de otras tierras, hoy, virtud de su impronta libertaria, de proyección continental. Simplemente queremos singularizar “comportamientos políticos” que trascienden las fronteras del tiempo y del espacio y que los inmediatistas, sobre todo los “opinadores de oficio” en todos nuestros espacios políticos hispanoamericanos, constriñen a la actualidad, en tanto su ocurrencia.

Don Benito Juárez, Benemérito de las Américas y según cita el Dr. Armando Fuentes Aguirre, ofrece uno de esos tantos “comportamientos políticos”, como ya mostrásemos previamente. En la página 680, de su obra contentiva de 714 y dedicada a la vida del prócer oaxaqueño, nos desliza el académico saltillense el siguiente párrafo:

 “Juárez se proclamó defensor de la Constitución del 57, una ley que incorporaba a México al grupo de naciones regidas por la ley y, sin embargo, él mismo dio ejemplo de sistemáticas violaciones de esa norma. En abierta contradicción con ella se re-eligió una y otra vez; gobernó al margen de la Ley Máxima, ejerciendo aun en tiempos de paz facultades extraordinarias que en verdad suspendían a todos los efectos, la vigencia misma del orden constitucional.”.

En la página 692, nos proporciona esta información, respecto de la contienda electoral de 1871 y las actividades proselitistas de los servidores del Estado:

 “Los empleados públicos fueron amenazados con la pérdida de sus empleos si no participaban en las actividades de propaganda en favor de Juárez. Algunos que se atrevieron a manifestar el menor asomo de simpatía en favor de Lerdo o Díaz fueron de inmediato despedidos de sus empleos.”.

Y un par de páginas previas, concretamente en aquella distinguida con el número 689, nos hace saber:

“…persiguió con inaudita saña a sus enemigos políticos. Anuló el pacto federal (…) al convertir a los gobernadores prácticamente en sus empleados. Hizo nugatoria la división de poderes cuando maniobró inmoralmente para comprar, aun pagándola con dinero, la voluntad de los legisladores. Corrompió los procesos electorales, a los que plagó de toda suerte de malas artimañas. Se erigió, en fin, en un presidente omnímodo que no reconocía más voluntad que la suya propia”.

Coloque usted, mi querido lector, el apellido que usted quiera, de cualquier gamonal o mandatario en nuestra tierra hispanoamericana de hoy y verá que tales “comportamientos políticos” no distan con mucho a aquellos que se han observado en todo lugar y tiempo. Pruebe con Maduro, Ortega o Castro, por ejemplo; Urquiza, Rosas o Mitre, en tiempos más pretéritos y contraste sus resultados con la evidencia histórica disponible. Y conste que  no estamos “observando” a la historia con ojos de hoy: simplemente, hacemos el reto del ejercicio. No somos, no fuimos y no seremos, en lo político, “las vírgenes vestales” y menos “los héroes mitológicos” que nos han pretendido vender. Mortales, como cualquier otro, sumidos además en los avatares del poder: poder que corrompe y absoluto, lo hace absolutamente…

Otra muestra, pero del extremo sur, bastante más allá del Río Grande o Bravo. En 1857, mientras en el México de Juárez, entonces Presidente de la Suprema Corte, el Congreso aprobaba una nueva Constitución (que, dicho sea de paso, indujo la división de los mejicanos entre “liberales” y “conservadores”, conduciéndolos inexorablemente a una nueva confrontación armada conocida más tarde como “La Guerra de los Tres Años” o “Guerra de Reforma” o “Guerra de la Reforma”), en la ciudad de Buenos Aires se aprestaban para la realización de un proceso electoral, a los fines de la escogencia de un nuevo gobernador provincial.

Esta vez, nuestro “notable” protagonista es Domingo Faustino Sarmiento, militar de ocasión, escritor, periodista, poeta y político argentino, quien llegara a ser Presidente de la nación austral y a quien algunos escritores de manuales escolares, suelen llamar “El Gran Civilizador”. Así las cosas, en aquel 1857, el partido “liberal” gobierna en la ciudad porteña, capital rioplatense que en ese momento se confronta con el resto de las provincias (litorales y mediterráneas) por la libre navegabilidad ribereña y la percepción absoluta de los derechos aduanales derivados. En conscuencia, en la bella pampa porteña, se confrontan, de forma más que contumaz, dos partidos, a saber, los llamados “pandilleros” liberales y los “chupatintos” confederados, también conocidos como “unitarios”. Los segundos reciben ese mote de los primeros porque “acostumbran hablar de política mientras chupan, en los almacenes, grandes cantidades de vino carlón”. Los segundos, los llaman “pandilleros” precisamente por sus “comportamientos políticos”.  Y sobre aquellos, vamos a transcribir parte de una carta que “el gran modernizador” Domingo Faustino Sarmiento, liberal mitrista (seguidor del entonces coronel Bartolomé Mitre), le envía a su amigo Domingo de Oro sobre “las eficientes prácticas” de los liberales para alcanzar “tan aplastante triunfo electoral”: “Nuestra base de operaciones ha sido la audacia y el terror, que empleados hábilmente, han dado este resultado admirable e inesperado”.

Más adelante añade esta “pitancita”, que se la permite la condición de poseedor el gobierno provincial en las manos, mientras se realizan las elecciones: “…bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los mazorqueros, en fin, fue tal el terror que sembramos en toda esta gente, con estos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición.” Por “mazorqueros” entendían los “pandilleros” a los partidarios de la Confederación, dado que la gran mayoría, en las otras provincias, se dedicaba a las actividades de la agricultura, más no a la ganadería estanciera, núcleo comercial de la “oligarquía porteña”, como solían llamarla entonces su contraparte.

Finalmente, “el gran poeta” Sarmiento, cierra con esta “profunda reflexión” bien práctica por cierto: “El miedo es como una enfermedad endémica en este pueblo; esta es la gran palanca con la que siempre se gobernará a los porteños; manejada hábilmente, producirá infaliblemente los mejores resultados.” El espejo inexorable de la historia, muestra el rostro de nuestra inveterada alma política. ¿Trascenderemos algún día estos “comportamientos políticos” o hacen parte de nuestros grotescos fantasmas, habitantes de nuestra propia y al parecer obscura cripta? Ya se verá…

Fuentes: 

Fuentes Aguirre, Armando; Juárez y Maximiliano, la roca y el ensueño. DIANA. México, 2006.

Iglesias, José María; Autobiografía del Sr. Lic. D. José M. Iglesias (1893)  en el texto de Fuentes Aguirre citada.

Ramos, Jorge Abelardo;  Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Tomo I. DISTAL. Buenos Aires, 1999.


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