Ahora bien, con independencia del contenido de “verdad catedralicia” que carga la expresión previa, existen en el mundo equipos militares y armamentos de guerra desarrollados por la tecnología dominante en estos tiempos; también se aprecian elementos propios del protocolo y el ceremonial militar; otro tanto puede hablarse de una “sicología militar” y existen especialistas que hablan de una “sociología militar”. La Planificación Estratégica, tan en boga hoy día, así como su derivación táctica, son fruto de la Ciencia y el Arte Militar; y, también, hay importantes estudiosos de la relación civil-militar, tanto fuera como dentro del país. En fin, el “mundo militar” da para todo, sobre todo en los países hispanoparlantes donde su actuación ha sido tan decisiva en la marcha de nuestras vidas nacionales.
Estos aspectos están referidos a campos del conocimiento de naturaleza académica y cuentan, reiteramos, con reconocidas figuras en el “mundo civil” dedicadas a su estudio científico. Empíricamente es posible afirmar que dentro de esos estudiosos existen prominentes figuras del “mundo militar” que, cumplido su servicio activo en calidad de profesionales de las armas, se dedican luego al estudio sistemático de tales temas. La Historia Militar uno de los campos más amplios y que, en nuestra humilde opinión, abreva de las fuentes ofrecidas por todos los demás, tiene y ha tenido importantísimas figuras del “mundo militar” dedicadas a su investigación. Y es precisamente desde este punto de vista que, anclándonos cual pivote, viramos hacia la existencia de ese personaje que, birlando un vocablo de nuestro dilecto maestro Doctor Fernando Falcón Veloz, nos atrevemos a definir como “el militarólogo”.
Más allá de los equipos, los temas de planificación militar, tanto táctica como estratégica y el largo etcétera correspondiente, existe una temática muy amplia de la que solo conocen los “militares”, entendiendo por este último al profesional que permanece buena parte de su vida útil al servicio de la carrera de las armas, sea tropa profesional, suboficial u oficial dentro de una organización militar. Solo ellos, sean morales o inmorales, púdicos o impúdicos, líderes o rastreros, ladrones o prístinamente honrados (como los hay en cualquier organización humana), conocen sus interioridades, su vida cotidiana y sus realidades. Solo ellos están en capacidad de saber lo que ocurre “adentro” y solo ellos pueden estar en capacidad de explicar el tamaño de las cuotas morales que hay que pagar en el ejercicio de sus deberes.
Luego de ellos, están sus familiares inmediatos, quienes los acompañan o terminan siendo acaso las víctimas involuntarias de una vida difícil, por mucho que desde afuera se estime lo contrario o parezca lo contrario. Dicho en términos jurídico- académicos: solo los militares tienen conocimiento de causa, respecto de la vida militar.
Pero en nuestras sociedades estructuradas sobre la base del poder como motivación, dónde las búsquedas de vida se circunscriben al esfuerzo en lograr mando, riqueza y reconocimiento, uno de los componentes del “reconocimiento” lo constituye la “figuración” y esta última tiene correlato directo con la “exposición en los medios”. Y allí sale a relucir el protagonista de estas líneas: “el militarólogo”. Por esta categoría entendemos a aquel profesional liberal, con independencia de su titulación académica, que, con una sapiencia cuasi monástica, opina de la “vida militar y sus ocurrencias” con absoluta propiedad y de manera pública.
El “militarólogo” pudiera ser “militar” en cuyo caso su existencia, empíricamente de nuevo, pudiese ser justificada porque “nadie sabe más de zapatos que un zapatero”. La media estadounidense suele ser en particular cuidadosa en esos temas: la mayoría de sus “militarólogos” son “militares profesionales” en situación de retiro. Pero en Hispanoamérica es amplia la fauna de “militarólogos” civiles que quieren “calzar” el oficio, no habiendo calzado otro par de botas que aquellas de goma para lavar un automóvil o trascender un pantano.
En Venezuela, hoy más que nunca, hay “militarólogos políticos”, “militarólogos académicos”, “periodistas militarólogos” y “analistas políticos militarólogos”. Los primeros tienen un discurso político que siempre gira en torno al “clima interno de la Fuerza Armada”; parecen soñar con “golpes y conspiraciones ocultas”; argumentan reiteradamente acerca de la “incomodidad en los cuarteles” y creen interpretar el “sentir de la oficialidad subalterna y sobre todo de la tropa”; comúnmente hablan con absoluta propiedad de la dureza de la “vida militar en las actuales condiciones” y sobre los “desaciertos de los mandos superiores”. En fin el “militarólogo político” vive de la “vida militar” sin haberla vivido jamás y lo más sorprendente: sin estarla viviendo.
Nuestra segunda categoría es el “militarólogo académico”. La más inocua de todas las categorías, representa al estudiante o al estudioso académico, que dedica todo su esfuerzo investigador a tratar de encontrar “elementos ocultos” casi “esotéricos” en la “vida militar”. No debe confundirse con el investigador en Historia Militar o en relaciones civiles-militares, campos científicos especializados con métodos y doctrina para su abordaje desde hace importante cantidad de luengos lustros.
Se trata de aquellos que, obstinadamente, tratan de encontrar “comportamientos crípticos universalizables a los Tenientes” o “miradas sospechosas en los Generales” o “indisposiciones visibles en las tropas respecto de la presencia de un Presidente” basándose en la observación empírica. Alguno de los “militarólogos académicos” pudieran serlo, de nuevo empíricamente, acaso porque fueron cadetes y no culminaron sus carreras, quedando en consecuencia “picados de culebra”; otros, por una sed insaciable de figuración y este tema, en particular “esotérico” (por lo secreto), los convierten necesariamente en “libros públicos de obligante consulta”; y finalmente, porque habiendo sido militares profesionales, dedicaron sus esfuerzos académicos posteriores a estudiar acerca de su ámbito de existencia, esfuerzo por demás legítimo si se ha pasado una vida tratando de “corregir entuertos”.
En todo caso, reiteramos, es la más inocua de las categorías y en algunos casos, algunos de sus protagonistas, ejercen o han ejercido actuaciones honrosas, produciendo en su devenir trabajos de investigación igualmente honrosos.
La segunda y tercera categorías son las más “peligrosas”, abundantemente verbosas y de discurso convenientemente confuso. Se trata de los llamados “periodistas militarólogos” o “periodistas que cubren la fuente militar” y de los inefables “analistas políticos militarólogos”. Por lo general profesionales del mundo civil, de esa parte del mundo civil de la periferia más distante del mundo militar, se dedican a teorizar sobre lo que “ocurre al interior de los cuarteles” presuntamente basados en “fuentes confiables”, buscando todas las interpretaciones susceptibles de ser utilizadas como convenientes “tubazos periodísticos”. Con el eterno “se dice en los cuarteles” o “desde una fuente militar de las más altas” arman sus tramoyas respecto de lo que deseen lograr ellos (o sus jefes). El “periodista militarólogo” constituye el ave agorera del “eterno golpe militar silencioso, suave y en marcha o de las conversas clandestinas entre militares y políticos de oficio, en camino hacia la asonada sorpresiva”.
Los “analistas políticos” por su parte, una suerte de fauna multiétnica dónde concurre cualquier “bicho de uña” que sin empleo conocido o fuente de ingreso constante, acude a los abrevaderos de la opinión, a “manifestar su experta opinión” sobre cualquier tema político en boga, tienen su componente sustantiva de “militarólogos”. Cuando se “canchan el uniforme de tales” resultan verdaderamente peligrosos. Para hacerse notar, dicen cualquier disparate acerca de la vida militar, de la que conocen solo tres partes: nada, cero o la suma de los dos primeros. La “opinión erudita” tras la búsqueda del reconocimiento o el indispensable estipendio diario, constituye la herramienta del “militarólogo del análisis político ocasional”.
Así, mis estimados lectores, cuídense de los “militarólogos”, en la acepción que nos hemos atrevido a definir a partir de la voz expresada originalmente por el Doctor Falcón Veloz, especialmente atribuible a aquellos que deseando ser “faroles”, no llegasen ni a “farolillos”. Y si quieren saber de los “militares” búsquense a un “militar”, en cualquier situación, sean profesionales, asimilados, activos o retirados, que hayan ocupado sus puestos respectivos, durante una larga permanencia en la vida castrense. Porque en este caso, nunca ha pesado más, reiteramos, el contenido del viejo refrán: “zapatero a su zapato”.
Los “militarólogos”, sobre todo los fablistanes de arrestos castrenses o los analistas de “sesuda opinión” acaso no sean más que “simples briznas de paja en el viento” especialmente “…de paja…”
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