El discurso incendiario: ilusión, peligro y realidad…

 En tiempos de crisis política, económica y social, tiempos además de “ríos revueltos”, es común escuchar “encendidos discursos vindicativos” que reclaman “lavar con sangre” los daños infringidos intencionalmente a la sufrida población bajo una tiranía, por parte de quienes la ejercen y, por lo general, asumiendo, la tiranía, la naturaleza de “siempre oprobiosa”. Improvisados “héroes y heroínas” de templete, “aguerridos combatientes” de la pluma o el teclado, con discursos políticos llenos de “alegorías patrióticas”, que gravitan entre el republicanismo jacobino y el liberalismo contestatario, llaman siempre a “finales épico-patéticos”, suerte de crepúsculos wagnerianos de dioses mitológicos. Pero solo a eso: a un difuso final que no contabiliza los muertos y menos la destrucción que la guerra implica.

Los guerreros artificiales afanados por y en la arenga, antes que la comunicación política mediante ejercicio discursivo, al desconocer el efecto letal de las balas y el mortal tronar de cañones y explosivos, especialmente bajo el amparo de la obscuridad de la noche, creen posible llamar a la muerte sin contemplaciones, contra aquellos que, siendo tiranos inequívocos, humillan a países enteros. Justeza en el sentimiento, imprescindible recordar que sin la cobertura de  aspectos indispensables de carácter estratégico, suficientes elementos tácticos disponibles y la certeza del triunfo con un mínimo de sufrimiento, inútil llamar al combate, por no decir estúpida sugerencia. Ergo: ir tras la ilusión, invocar al peligro y chocar con la humillante realidad de la derrota.

El primer peligro consiste en que los tiranos, impunes por constitución, son capaces de cualquier acción violenta, prevalidos de su poder y del control que sobre cuerpos armados, titulares del monopolio exclusivo de la violencia, ejercen, además de estar suficientemente dotados de mesnadas de partidas parapoliciales y paramilitares, sujetas a la acción cruel contra la disidencia y la oposición política. De manera que, de entrada, en las tiranías la opción de resistencia interna armada, se hace tarea poco probable. Por otra parte, poseedora de recursos financieros sin límite, sobre todo para la conservación del poder, para las tiranías siempre será posible comprar a delatores, chivatos y traidores de toda laya, sobre todo en tiempos de escasez y estrechez económica.

Cuando las tiranías empiezan a auto percibirse débiles, emprenden la búsqueda de “aliados estratégicos internacionales” que pudiesen viajar desde potencias extranjeras a quienes convienen tales alianzas, en el contexto de guerras internacionales inter bloques de poder, hasta grupos armados disfrazados de guerrillas ideológicas, organizaciones del crimen internacional y cárteles multinacionales de la droga. La tiranía es la forma de gobierno más apropiada a los Estados-Mafia, de ahí que tales alianzas favorezcan su estabilidad política interna y prevengan una acción popular que conduzca a la guerra civil.

El otro peligro lo configura el amplio margen de maniobra jurídica que tiene la tiranía, en especial si se trata, reiteramos, de un Estado-Mafia. Siendo la tiranía “propietaria inequívoca” de tribunales, jueces y fiscales, está en la posibilidad cierta de forjar acusaciones penales sin pruebas, imputación de delitos inexistentes y, en consecuencia, titular además del control sobre ergástulas y policías, someter a la cárcel, tortura y desaparición a la voces disidentes y a la intimidación de aquellas probables por surgir. De manera que son muchos y variados los peligros y poco probables los resultados positivos a una invocación al combate interno abierto.

Para alcanzar el thelos vindicativo, la disidencia hacia la tiranía, debe tener la certeza de que cuenta, reiteramos, con un fuerte apoyo internacional, tanto táctico como estratégico; estar dispuesta a hacer los pactos más extravagantes y asumir el costo, tanto político como material, de la destrucción, la muerte y el sufrimiento, que causan las confrontaciones civiles internas, además de aquellos “costos transaccionales” que los acuerdos por el apoyo internacional, suscritos con las potencias extranjeras coadyuvantes, la evolución de la guerra interna hubiese exigido hacer . Simple: si se obtiene una victoria contra la tiranía, se quedaría con unos compromisos acaso difíciles de cumplir, de tenerse que encarar la reconstrucción de un país o buena parte de él.

En suma: el discurso guerrerista épico-patético, ofrece vanas ilusiones, además de peligros de gran envergadura, conduciendo a una pasmosa realidad: peor el remedio que la enfermedad. Entonces ¿Qué hacer? ¿Rendirse? ¿Resignarse a vivir en oprobiosa tiranía ad infinitum? Nunca. Lo que se debe hacer es pensar; reflexionar a partir de la experiencia concreta; observar los resultados y diseñar estrategias cambiantes, tal cual hace el cáncer con un organismo humano. Las tiranías sobrestiman su poder; se consideran invulnerables; y en su arrogancia condescendiente, siempre “ofrecen” brechas, grietas por donde infiltrarse y es allí donde la disidencia, actuando con sabiduría y mucha sagacidad, debe ir minando la confianza entre tiranos, en los funcionarios de bajo nivel y elementos del aparato represor, capaces de traicionar y, por ende, suministrar información estratégica sensible, útil además a su destrucción.

Solo entrando como el Caballo de Troya, como el virus de la gripe, como la bacteria de la lepra, lentamente, en silencio, sin estridencias, ni inútiles convocatorias a la muerte colectiva. Como el viento, apenas pasando entre los árboles. Acaso como la muerte misma, cuando se padece una enfermedad terminal: cierta, silenciosa y corrosiva…

 

 

 

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