ENTRE EL DESEO, EL DEBER Y LA OBLIGACIÓN. LA ÚLTIMA JORNADA. (Marzo-Junio de 1830)
1.- Prolegómeno
indispensable…
Antonio José de Sucre y Alcalá, venezolano, General en Jefe del
Ejército Libertador de Colombia y Mariscal del Ejército Libertador del Perú,
según gracia concedida por el Congreso de esa sureña República, en virtud del
triunfo militar de Ayacucho, hazaña heroica que concediese, como prueba
irrefragable de su éxito, la libertad de aquella nación, aunque muchos peruanos
se empeñen hoy en negarlo…
Antonio José de Sucre y Alcalá, militar de carrera a fuer de
espada, lanza, plomo y pólvora, desde la temprana edad de 15 años. Leal a Simón
Bolívar, El Libertador, en todo lugar y todo tiempo, en cuanta comisión le
otorgase directamente o por mediación del Congreso de Colombia o de su
Vicepresidente, General Francisco de Paula Santander…
Antonio José de Sucre y Alcalá, el padre, el esposo, el hijo y el
hermano. Un hombre extraño a su mundo: cinco hijos distintos en cinco mujeres
también y velando con denuedo por todos. El hermano, el hijo, el sobrino que no
“dió descanso a su brazo, ni reposo a su
alma” para velar por los intereses y vida material de todos ellos, llevado
por un intenso amor de familia, el mismo que tanto extrañó toda su vida…
Antonio José de Sucre y Alcalá, el político por obligación y
cumplimiento irrestricto del deber. El hombre que a pesar de haber solicitado
con reiteración se le relevase de la “función
pública”[1],
nunca recibió respuesta positiva en contrario (especialmente y sobre todo de
Simón Bolívar), “función pública” a
la que, por cierto, el mismo Libertador terminase renunciando en momentos
postreros.
Es a este “Sucre, político por obligación y sometido al cumplimiento irrestricto
del deber” al que nos acercaremos; a quien seguiremos y observaremos en el
transcurso de sus últimos días sin gloria, en el camino de un político por
fuerza, lanzado a él por su impronta, su eterna lealtad al jefe y el sempiterno
compromiso patrio, rumbo a la cima de su propio Gólgota. No lo espera la cruz
de madera, sus clavos herrumbrosos y una corona de espinas: más bien la bala
traicionera del “miedo-pánico” vil de
sus enemigos y los de Simón Bolívar. Sí, Simón Bolívar, Libertador, el mismo que
habiendo luchado denodadamente por la libertad de su Patria del imperio
español, se empeñase luego, obstinadamente, en la materialización de un
proyecto político continental prácticamente irrealizable, no obstante el empeño
por lo “políticamente correcto” que
impregna el discurso político sobre el Libertador, en cuanto rincón del orbe se
le adore por convicción o conveniencia.
Las viejas apetencias personales
y la avidez de poder; los vicios inveterados que parecen perseguirnos en
América Hispana desde nuestros inicios como nación independiente, hicieron
estragos en ambas partes (bolivarianos y su antinomia), lanzándolos a todos,
finalmente, a la infaustos campos de la guerra civil. Al combate marcharon
juntos y en el combate, como sino fatídico, terminaron destripándose mutuamente.
2. Sucre político por obligación: un tema y un método propio…
Este trabajo se escribe sobre un
período histórico determinado y con base a un solo testimonio que se cruzará
con otros distintos, en otros lugares geográficos, para la precisión de un
contexto. La argumentación anterior exige seamos más específicos.
En primer lugar, para precisar el
tiempo histórico y los lugares geográficos, tomaremos el período que discurre
desde el 10 de marzo hasta el 8 de mayo de 1830, período en que el General
Antonio José de Sucre funge como “comisionado”
del Congreso de Bogotá (Simón Bolívar mediante) para “entenderse” con los “separatistas
venezolanos” quienes han resuelto escindirse de Colombia. Hablará el
General Sucre por y en su propia “voz”,
aquella que surge de sus cartas dirigidas al Libertador, relatando el periplo
en calidad de lo que ya definimos como “político
por obligación” (oficio que además detesta) y que obligado por la lealtad
hacia su dilecto Jefe, asume como “comisión
irrecusable”. Siete, cual número cabalístico, serán los documentos
examinados; trece, cual número de mala suerte, de sino inevitable de “mala fortuna”, los textos
seleccionados.
Sucre “hablará y opinará” desde las ciudades de Táriba, La Grita y Bogotá
pero, principalmente, desde la Villa del Rosario de Cúcuta, población dónde
permanecerá más tiempo y culminará, muy desgraciadamente para él, su última comisión. Para precisar el contexto, apelaremos
a los diarios de “otros” quienes no
siendo protagonistas y tampoco “propios”,
hubiesen conocido de las incidencias de tales gestiones, especialmente ubicados
físicamente (no necesariamente políticamente) en los lares del “separatismo”. Apelaremos especialmente al
testimonio de Sir Robert Ker Porter, Ministro de la Gran Bretaña en Venezuela,
entre los años de 1827 y 1842, quien asienta algunas de tales ocurrencias
políticas, en su afamado diario diplomático y desde la ciudad de Caracas.
Ambas fuentes, las cartas del actor
principal y el diario de un “relativamente
imparcial” observador, gozan de una fortaleza argumental profunda y poco
vulnerable respecto del tema: lo que allí está escrito, se hizo en su momento
bajo la sombra de la privacidad. Ninguno de los actores, fuesen principales o
secundarios, acaso pensaron entonces que sus papeles y por consecuencia sus
opiniones plasmadas allí, fuesen algún día del dominio público. Lo que se
escribió entonces, se hizo desde la secreta e íntima expresión de sus
pensamientos y convicciones. Y por eso el discurso político de aquellos
protagonistas, goza de tanta veracidad: no está mediado por la publicidad, ni
por el afán egoísta de “quedar en la
historia como figurón de primera fila”, afición que parece acompañarnos,
especialmente en el quehacer político, a quienes poblamos este continente.
Vayamos pues a su encuentro.
3.- 1830: annus horribilis.
El principio del fin de un “político por
obligación”…El padre, el jefe, el amigo: el compromiso ineludible.
Corre el año de 1830. Es aciago
para los republicanos bolivarianos. Encendida en guerras civiles, la América
del Sur que se liberase del imperio español casi totalmente para 1828, se mata
ahora entre pueblos propios para ver quien domina a quien, virtud de la
ambición de los generales victoriosos, acaso mandato maldito que viene con el
sable y el morrión. Desde las costas de Venezuela, hasta los fuegos fatuos del
Cabo de Hornos, los “Generales de la
Patria”, al menos buena parte de aquellos, pugnan por sus espacios de poder
y los más ambiciosos, lo hacen por fuerza, tras su buena tajada del botín.
Pareciese que algunos dijesen “no luchamos
en balde”; si para algunos “el sacrificio por la Patria” alcazaba
alturas de convicción absoluta, para otros no ascendía de la estatura moral de “un peso oro”.
“Oro, incienso y mirra” tenían al menos que producirles estas
matanzas, cual sangrientas ofrendas mágicas reales, en homenaje a un grupo de
hombres de lances, lanzas y charreteras. “Coronas,
cetros y mantos reales” esperan otros gamonales, cubiertos de sombreros emplumados
y morriones enjaezados de tricolores patrios, sobre albos corceles de gloria,
con los pueblos sometidos a sus pies. Dirían aquellos: ¡Cómo debía de ser, después de tanta lucha y tanta sangre, harta
recompensa!
Se matan en Argentina y Chile; se
matan los peruanos por recuperar el viejo Alto Perú, con los bolivianos que
pugnan por mantener su nueva república y, entre los mismos nuevos bolivianos,
para determinar si es Gamarra o La Mar quien se quede como mirandino “Inca” en su propia tierra; lo hacen los
peruanos con los colombianos, quienes “defienden”
a sus “hermanos invadidos”; se
aprestan a hacerlo “los colombianos de la
vieja Nueva Granada” con los que aspiran ser “no colombianos en Venezuela”. Y todos los contendientes,
absolutamente todos, entre los límites que definen la novel Bolivia, así como en
Guayaquil, Quito, Bogotá y Caracas como centros de la nueva nación americana
del sur, se dividen entre “bolivarianos”
y “anti-bolivarianos”. Los primeros
son llamados por los segundos “defensores
de la tiranía y el oprobio” mientras los primeros les endilgan a los
segundos, motes de “sediciosos y
separatistas”.
Atrás quedaron las banderas de la
libertad, ondeantes orgullosas al viento; los republicanos sueños compartidos,
expresados emocionadamente en cada retórica de ocasión y siempre tiznados de patetismo
épico, estilo que tanto gusta a los actores políticos de ese tiempo,
especialmente a los “repúblicos tribunos
laudatorios”; los agasajos de los “pueblos
agradecidos a sus benefactores”; los fuegos de artificio y los obsequios de
“coronas de diamantes”; las “espadas de oro y piedras preciosas”
ofrecidas y otorgadas por los municipios agradecidos a sus libertadores; los bailes
rutilantes, con sus respectivos amores subrepticios, bajo las luces mortecinas
de trémulos candiles y durante el curso de noches de pasión desenfrenada: bien
vale el pecado si se comete con un soldado, héroe vencedor de mil batallas ¿Qué
importa alguna sagrada virginidad, si se pierde con un apuesto guerrero?. Todo,
todo esto ha quedado atrás. Son ahora “titanes
del oprobio”; adalides de una tiranía naciente que pretende sustituir otra
ya caída; “impostores de la libertad que
tratan de imponer un rey por otro” o, en el mejor de los casos, “un dictador vitalicio”. Los bolivarianos encarnan el epítome de la
traición: ¡Mueran de una vez y para
siempre! ¡Viva la nueva libertad…!
Hartos los unos por conveniencia,
otros por convicción y los terceros (la mayoría) por las exacciones ejecutadas
sobre sus escasas propiedades so pretexto de mantener una guerra que ya les es
extraña, no quieren saber de Bolívar. Aquel que fuese visto como centinela
permanente de sus sueños libertarios, ahora es percibido como la encarnación de
nuevas cadenas, vendidas con artilugios retóricos o cruentas expresiones de
terror por sus gamonales en albaceazgo. Parecen querer decir de manera general “Ya no te queremos, Bolívar y ya no nos
resultan caras tus aspiraciones: ¡Maldito seas Bolívar, vete de una vez…!
Antonio José de Sucre y Alcalá es
un bolivariano sin tacha; lo es, además, sin tasa y medida. Lo fue, lo es y lo
será hasta el último momento de su vida. Ha desempeñado cuanta comisión le ha
ordenado el Libertador, a lo largo de casi cuatro lustros de servicios a la
Patria.
Sin queja, sin exposición
estridente de sus amarguras, sus carencias materiales o sus inmensos apremios
de salud, Sucre siempre ha estado allí. El héroe de Ayacucho, a sus 34 años, es
un despojo viviente, quien además, en la mayor estrechez económica, trata de
cumplir con la última comisión asignada: evitar lo inevitable. Viene de Quito
hacia Venezuela, a convencer a los separatistas de “su error”. Pero viene convencido de que tal gestión acaso se trate,
también, de “craso error”, pero el
deber se impone y hay que cumplir con Bolívar. Un Bolívar que languidece en Bogotá,
enfermo, decepcionado y acechado por sus enemigos. “Vámonos, José, esta gente no nos quiere” retumba la sentencia en
su mente febril, ya agostada por la tisis.
A este 1830 se enfrentan ambos.
Uno, Bolívar, que insiste en su proyecto de mandos hereditarios, de Presidentes
vitalicios; de federación a medias; de conciliación de intereses
inexorablemente enfrentados; de Constitución, no importa si ya no es “boliviana”. El otro, Sucre, agobiado
por el deber que cumplir, motivado
por la indeclinable lealtad al Jefe, que más que Jefe, es amigo y casi un
padre; sentimientos, sensaciones y emociones que se confrontan con el amor a la
esposa, a los hijos, a la familia, en suma: su verdadero y nunca cumplido deseo. La única aspiración de Sucre para
aquel aciago 1830: acceder definitivamente a un espacio para ser Antonio José,
Toño, el esposo, el padre, el hermano, el tío afectuoso. Un espacio propio para
dejar de ser Antonio José de Sucre y Alcalá, General de Colombia, Mariscal de
Ayacucho y Jefe Supremo- fundador de Bolivia. Apenas el hombre…
¡Maldito 1830…Vete de una vez…!
4.- Sucre “político”: El último periplo: convicción, despedida y muerte ¿Para qué?...
El 10 de marzo de 1830, llegan a
la población de la Villa del Rosario de Cúcuta, el señor General Antonio José
de Sucre y el señor Obispo José María Esteves, alto prelado de la Iglesia en la
ciudad de Santa Marta. Vienen como “comisionados”
del Congreso de Bogotá, más bien del propio Simón Bolívar, para “conversar” con el gobierno separatista
de Venezuela, a los fines de recoger “sus
inquietudes” y llevarlas como planteamientos formales al Congreso en Bogotá.
Al llegar allí, escribe Sucre a “Su
Excelencia el General Simón Bolívar, etc.; etc.; etc….”, una misiva breve,
donde resalta dos aspectos esenciales:
"Nuestro viaje se embaraza cada día
más. Nos han dado en el tránsito bestias tan malas, que apenas han hecho cuatro
leguas de jornada. En Pamplona dieron al señor Obispo para su silla, una mula
chúcara que por poco lo mata."[2]
Sucre manifiesta a Bolívar inequívocamente
que, al menos hasta Cúcuta, el viaje ha sido en particular “embarazoso”, dejando deslizar en alguna medida que a pesar de sus “altas investiduras” desde Pamplona les
han empezado a prodigar “malos tratos”:
les han dado “bestias tan malas” que
apenas han hecho “cuatro leguas por
jornada”. Si se toma en consideración que para ese entonces resultaba
difícil que alguien ignorase de quien se trataba el portador de las cartas para
efectuar requisa de bestias, es bastante probable pensar que estos “malos tratos” pudiesen haber sido
intencionales, ora por la exacción de las bestias, ora por la exacción ya casi
permanente, que encarnaban las autoridades militares republicanas. De hecho, la
mula dada al señor Obispo es tan bravía, que casi le provoca la muerte, acaso
en algún despeñadero de aquellos que abundaran en tan agreste camino para ese
tiempo.
Desde otro punto de vista y con
absoluta franqueza, el General Sucre, desliza su opinión personal respecto de
aquel viaje y sus posibles resultados. No obstante los obstáculos que hasta ese
momento han confrontado, dice el Mariscal de Ayacucho: "En fin voy adelante, y a pesar de mis pocas esperanzas, me
esforzaré cuanto pueda para sacar el mejor provecho a la comisión."[3]
Sigue adelante, acaso llevado
más por lo que parece ser el compromiso
que impone “el deber por cumplir”. No
obstante “sus pocas esperanzas” pero
dotado de su voluntad característica, no deja de hacer manifestación expresa de
sus posibles esfuerzos para “sacar el
mejor provecho a la comisión”. El hombre que ha batallado contra la
adversidad por diecinueve años, parece estar perdiendo las esperanzas; razones
no le faltan. Sin embargo, no ceja en su empeño por lograr “algo”, suerte de resultado patentizado en “el mejor provecho”, lo que pudiera ratificar, en alguna medida, la
pérdida de “esas esperanzas”. No es
el “gran provecho” ni tampoco la
certeza del “provecho glorioso” de
otros tiempos, es el franco
reconocimiento por obtener “el mejor de los provechos” desde la perspectiva de
la desesperanza. Ha visto mucho Sucre sobre estos particulares desde Ayacucho,
pero específicamente, desde su experiencia como Jefe Supremo en Bolivia. Ya
sabe del poder de las apetencias y de las apetencias por el poder.
El 14 del mismo mes, ya en
Venezuela, han alcanzado las alturas de Táriba. Una misiva de más larga
extensión es enviada desde allí por Sucre a Bolívar. Resaltan de ese documento
tres textos esenciales. En el primero de ellos, hace saber el prócer cumanés:
"…al amanecer de hoy nos ha venido una intimación para que no
pasemos adelante. La intimación viene desde Valencia, y la transmite el general
Piñango. De todo damos hoy cuenta al Congreso por un extraordinario, y Ud. será
enterado allá de todo, pues no hay tiempo de repetir."[4]
No los van dejar pasar. El
General Judas Tadeo Piñango los ha intimado a retirarse mediante orden emitida
desde Valencia. Sucre informa de esta situación al Libertador y manifiesta lo
hará saber al Congreso. Por ahora las más íntimas sospechas del Mariscal,
parecen estarse cumpliendo: estos esfuerzos serán inútiles. Sin embargo, en el
próximo texto es más explícito; manifiesta su voluntad indeclinable de seguir
adelante y, al propio tiempo, hace interesantes señalamientos:
"Nosotros hemos resuelto, sin embargo, continuar; pero es sólo por
cumplimiento, pues estamos ciertos que de La Grita nos hacen retroceder. (…)…no
quiere Páez que vaya la comisión, es porque soy yo uno de los comisionados.
Dicen que él cree que si yo voy le haré
mal; y aún tiene (dicen) la simpleza de
temer que me darán votos. Supongo que todas estas serán sospechas de las
gentes, pues no es probable que todo esto sea cierto. (…) Lo que sí es, es que
no quiere que pase la comisión; y por tanto, estaremos esta semana en
Cúcuta."[5]
“Nosotros hemos resuelto continuar” y con este acto de habla, el
prócer cumanés pone de manifiesto un rasgo de carácter que le ha permitido
sobrevivir todos estos años: a pesar de
la adversidad, seguiremos adelante. Y señala al responsable verdadero de
las intimaciones: “No quiere Páez que
vaya la comisión…”, en apariencia, para él, porque hace parte de la
comitiva y le dicen que si pasa, el Centauro de los Llanos tiene la convicción
de que Sucre “le hará mal” e incluso “tiene la simpleza de temer” de que le “darán votos”. Sin embargo, Sucre no da
pábulo a rumores y manifiesta que “no es
probable que todo esto sea cierto”. Y parece tener razón. Apelando a otro
testigo, lejos de él y en otro lugar, Sir Robert Ker Porter, concretamente en
Caracas, hace saber en su diario que Páez le ha dicho haber recibido, muchos
meses atrás, correspondencia secreta del Libertador donde este le propone un
plan monárquico y la consulta al pueblo para su aprobación[6],
pero que:
“No obstante, si la voz del pueblo se declaraba opuesta al proyecto,
Bolívar sugería que Colombia se divida en tres secciones, cada una de ellas con
un presidente propio así como una legislatura distinta, pero que él sea
investido del mando permanente de sus tres ejércitos consolidados, con el
título y atributos de generalísimo. A todo esto el general Páez respondió a S.E
con su acostumbrada firmeza y franqueza, junto con sentimientos amistosos,
desaprobando in toto el plan de monarquía y el de generalato absoluto.”[7]
De manera que de ser ciertas las
reservas de Páez, la visita de los comisionados para los separatistas, acaso no
pudiera ser otra cosa sino que plantear una de las dos opciones, que, desde
noviembre de 1829, se habían hecho públicas, dando como resultado la Asamblea
de Caracas en noviembre y la de Valencia en diciembre. Ya era público y notorio
en Venezuela (al menos en las provincias relevantes, esto es, Caracas,
Valencia, Cumaná, Barinas, Achaguas y Trujillo) el mentado proyecto monárquico
y se habían deslindado, desde hacía tiempo y de Bolívar, importantes aliados
como los Generales Pedro Briceño Méndez y Carlos Soublette, ambos además
emparentados con el propio Libertador. Acaso sea por estos vientos que Sucre
barrunta lo peor, afirmando en un tercer y concluyente párrafo de su carta del
14 de marzo:
"…declaro que yo no insistiré ni haré muchas diligencias por
pasar, pues no tengo esperanzas de nada útil. Acaba de llegar el señor Miranda,
que fue a La Grita mandado por nosotros de Mérida, y no han querido dejarlo
pasar. (…) Supongo que en todo el mes se acabará la Constitución. Lo celebraré,
y con eso no pararé en Bogotá, sino que seguiré al Sur inmediatamente."[8]
Con la misma voluntad que mostrase
para seguir, le dice a Bolívar que “…yo
no insistiré ni haré muchas diligencias en pasar…” porque definitivamente “…no tengo esperanzas de nada útil…”.
Esta comisión no vale la pena; se está perdiendo el tiempo. Y como Sucre estima
(quien sabe si así lo esperaba) en apenas un mes “…se acabará la Constitución…” y al fin, sin parar en Bogotá,
tomará rumbo a su casa, acción premeditada que expresa en un acto de habla
concluyente: “…seguiré al Sur
inmediatamente…”
El 22 de marzo le envía otra
carta al Libertador, esta vez desde la Villa del Rosario de Cúcuta, donde han
tenido que regresar, procedentes de la población de La Grita, por la intimación
que le hiciese un cuerpo de tropas acantonadas allí, tal cual lo hubiese
supuesto en su carta de ocho días antes. En esa epístola, Sucre le anuncia a
Bolívar que los separatistas, en cabeza de Páez, han designado a tres
comisionados para entenderse con ellos y manifiesta de nuevo una petición que,
desde 1825, ha sido constante en él. Dice el Mariscal allí:
"Nos hemos vuelto de La Grita porque no nos han dejado pasar; y
porque vienen como comisionados del general Páez el general Mariño y los
señores Tovar y Narvarte a tratar con nosotros. (…) Insisto de nuevo en
que me releven de esta comisión. Soy el
menos a propósito para lograr nada útil en estas cuestiones puramente personales.
Me conozco y conozco las cosas. Harán pues bien en relevarme."[9]
En Caracas han nombrado a los
comisionados. Se trata de del General Santiago Mariño, el Doctor Andrés
Narvarte y Don Martín Tovar Ponte. Pero
Sucre es meridianamente claro en el sentido de que le “…releven de esta comisión…”. Conoce a los comisionados; a uno de
ellos, en particular, el General en Jefe
Santiago Mariño, a quien “ventea”
desde niño y, precisamente, porque los conoce, él se conoce y “…conoce de las cosas…”, no puede salir nada
bueno de su gestión. Y una vez más insiste: “Harán
bien en relevarme…”. Pero, por enésima vez, sus peticiones no son
escuchadas.
En carta que dirige a Su
Excelencia el Libertador, el 6 de abril y ya instalado definitivamente en
Cúcuta mientras espera a los comisionados, hace una premonición e insiste con
reiteración en su petición de relevo, poniendo de manifiesto sus más caras
esperanzas personales, las mismas que viene exponiendo con insistencia, como ya
dijésemos, por lo menos y hasta ese momento, desde hace un lustro:
"Veo delante de nosotros todos los peligros y todos los males de
las pasiones exaltadas, y que la ambición y las venganzas van desplegarse con
todas sus fuerzas. (…) Quiero también excusarme de todo lance en que pretenda
reducírseme a aceptar puestos que mi corazón repugna, porque él solo apetece la vida privada. Demasiados hay que disputan los destinos
públicos, los mandos y la dirección de los negocios. Yo trato de pertenecer
exclusivamente a mi familia. Si se dice que esto es egoísmo yo diré mis
razones; y por nada quiero que se me
confunda entre los pretendientes al Gobierno, o mejor dicho entre los que
pretenden hacer de la República su despojo."[10]
Sucre atisba “todos los peligros y todos los males” que se derivan de las “pasiones exaltadas” y de la “ambición y las venganzas” que,
finalmente, terminarán desplegándose ante ellos “…con todas sus fuerzas…” No obstante sus 34 años, son casi veinte
conociendo a los personajes que se presume se confrontarán y escaldado como ha
salido de su experiencia política sureña, sabe perfectamente que ocurre cuando
la avidez por el poder se despliega en su amplio conjunto; la aspiración por
las luengas “tajadas” de tesoro
público; el afán por los privilegios que rodea toda intención de hacerse espacios
de poder político, desatan las aspiraciones, los deseos de venganza y las más
intensas, así como bajas pasiones. Y en tal sentido deja claro que no hará
parte de maniobra alguna (que en ese entonces suele definirse como “lance”, porque todo “lance” es, por definición, confrontación)
en que se pretenda, mediante nombramiento de algún alto destino público,
neutralizar a los muchos “aspirantes”
a la función pública que tanto detesta. Ya son “demasiados los que disputan los
destinos públicos” y Sucre, al definitivo destino que aspira, es al de “pertenecer exclusivamente a su familia”.
Finalmente, es explícito en afirmar que no quiere que se le confunda “…entre los pretendientes al
Gobierno…” más aún “…entre los que pretenden hacer de la
República su despojo”.
La convicción de Patria es también
un obstáculo para Sucre, colidiendo definitivamente con la comisión que se le
ha encargado. Enemigo del “parlamento
político” trata de limitar su función a la de un mensajero. En una misiva
que envía a Simón Bolívar el 15 de abril, es meridiano al afirmar que:
"Yo haré cuanto pueda para que esos señores sigan a Bogotá; más si
no lo logro, mandaremos su petición, o la llevaré yo mismo. De todos modos yo
emprenderé mi marcha al día siguiente de la última conferencia, pues ni quiero
estar aquí de cuenta de tonto conversando, ni quiero firmar la disolución de
Colombia."[11]
Sucre afirma que hará uso de todo
su poder de persuasión para que esos mismos comisionados se alleguen a Bogotá a
cursar sus peticiones y si acaso no quisieran hacerlo, él mismo los llevará en
pliego, pero que no esperen que permanezca en Cúcuta “…de tonto conversando…” y que mucho menos convenga en “…la disolución de Colombia…”. Sucre,
otra vez, es meridiano, pareciendo querer consignar terminante: “no me pongan a conversar, ni piensen que
voy a convenir en la disolución de una patria por la que he largado más que el
pellejo”. Incauto, Sucre no sabe que no habrá tal petición; que los
comisionados no tienen intenciones de ir a Bogotá y que la separación, a estas
alturas, es casi materia decidida; solo falta su ratificación. Decepcionado, aborda un segundo tema en la
carta, pero, no obstante, se dirige al amigo con la resolución de cumplir con
el compromiso adquirido. Antonio José de Sucre, corrido en más de una plaza
entre “Generales en Jefe” (deseosos
todos de poder político y material), le dice al que siente y obedece como su
único e inmediato superior:
"Me ha dicho Aranda que Ud. está firmemente resuelto a separarse
del mando. En consecuencia de esto, y sabiendo que los comisionados pretenden
que el Congreso admite (admita) la renuncia de Ud., he pensado para cuando lo
propongan oponerles "que Ud. ni ninguno de los Generales en Jefe puedan
ser Presidente o Vicepresidente de la República, ni Presidente de ninguno de
los Estados (si hay federación) a lo menos durante el primer turno en que se
establecerán las Constituciones; puesto que el abuso que se ha hecho del poder militar, ha producido alarmas y
desconfianzas, que hacen urgente esa medida". Si se consigue,
anularemos algunos peligrosos, pues son muchos Generales en Jefe los de las
novedades de Venezuela y si no se consigue se verá que ni Ud. ni yo pretendemos
nada, puesto que en Caracas me consideran muy unido a Ud."[12]
Después que Bolívar lo ha llevado
hasta aquel predicamento, el Licenciado Aranda le hace saber que el Libertador
está “firmemente resuelto a separarse del
mando”. ¿Para qué entonces todo este esfuerzo? ¿Por qué lo sacan del seno
de su familia en Quito? ¿Cuál es la intencionalidad detrás de todo esto? No
obstante haberlo afirmado (en tanto la inutilidad de la gestión) y haber
solicitado con reiteración que se le “releve
de esta comisión”, Sucre recibe la noticia de que su admirado Jefe, mentor
y amigo, el promotor de toda esta idea política (sea monarquía o generalato o
República o parcial Federación o, en cierto sentido, Confederación), está
dispuesto a renunciar. En vista de esta información, recibida por Sucre de
Aranda, el prócer cumanés decide que como tal renuncia acaso coincida con lo
que traigan como propuesta los comisionados de Páez, el piensa asumir con voz
propia una posición respecto de aquello y, ante lo inevitable, bloquearles el
paso a los ambiciosos, especialmente a los “muchos
Generales en Jefe” que él asume están detrás del poder.
Y son claros sus objetivos
políticos: librar a las nuevas repúblicas del sino militar en su conducción “…puesto que el abuso que se ha hecho del
poder militar, ha producido alarmas y desconfianzas…”, y “anular algunos peligrosos” quienes,
dicho sea de paso, quedarán en el anonimato en este documento. Finalmente un
tercer objetivo que, además de noble, también tiene una intencionalidad
política: hacer ver que ni él, ni Bolívar, tienen interés alguno en hacerse del
poder. Una sentencia sin embargo pesa sobre Sucre: “…en Caracas lo consideran muy unido a Bolívar”.
El 20 de abril una nueva carta es
enviada por Sucre a Bolívar. Para esa fecha ya los comisionados de Páez han
llegado a Cúcuta y se han entrevistado con el Mariscal y el Obispo Esteves. Sucre
hace saber al Libertador:
"Llegaron los comisionados de Venezuela el 17, y después de largas
y pesadas y molestosas discusiones, presentaron ayer sus proposiciones adjuntas
en copia. Las hemos contestado a la voz y se está haciendo el protocolo, para
llevarlo nosotros al Congreso, pues regresaremos pasado mañana (…) Respecto de
Ud. yo respondí en los términos de la proposición que va en copia, y que alarmó
a Mariño hasta enfurecerse. La ha tratado de asechanza, de insidia, etc., y se
me quiso meter miedo para que la recogiera; pero yo insistí en que se insertara
al menos en el protocolo que debe publicarse y el doctor Tovar se ha alegrado
mucho. (…)…soy bien leal en mi amistad,
cuando se ha tratado de su persona. Estoy cierto que mi proposición va a
traerme enemigos, y que van a escribir horrores considerándola como un proyecto
en acuerdo con Ud., pues así lo han indicado; más yo he cumplido con mi conciencia, como patriota y como amigo."[13]
El 17 de abril, Mariño, Narvarte
y Tovar se han hecho presentes en Cúcuta. En lo que parecen haber sido para
Sucre “largas y pesadas y molestosas
discusiones” muy propias de la política pero detestadas por el Mariscal,
los comisionados de Venezuela han hecho un cuerpo de proposiciones que se
cursarán a Bogotá en pliego. El regreso de Sucre y el Obispo Esteves se hará el
día 22 de abril. Toda esta comisión ha sido un fracaso. Pero Sucre quiere dejar
constancia de su deber como militar, subalterno y, sobre todo, leal amigo. Es
posible que haya consignado en el protocolo la propuesta que anunciase a
Bolívar en la carta del 15 de abril y, en tal sentido, entender así el
enfurecimiento de Mariño, de quien la historia posterior terminará dando cuenta
de sus reiteradas aspiraciones al mando supremo de Venezuela. Quizás fuese
Mariño uno de los “peligrosos” por
neutralizar. Pero Sucre, se reitera, como amigo leal, asume el riesgo que su
posición podría generar, afirmando convencido que su propuesta va a traerle “…enemigos…” y que seguro escribirán de
él “…horrores…” al considerar los
contrarios la proposición expuesta por el héroe de Ayacucho, como fruto surgido del posible contubernio
entre Sucre y Bolívar, ya que los comisionados de Venezuela, en el intento de “meterle miedo”, así lo han insinuado.
Al General Antonio José de Sucre y Alcalá, su subalterno y afectuoso compañero
de infortunios, poco le importa, pues ha cumplido con su conciencia "...como patriota y como amigo."
Parte entonces Sucre de Cúcuta y
con destino a Bogotá. Sobre la reunión de ambas comisiones, Sir Robert Ker
Porter consigna en su diario:
“Cuando llegó a la sede del gobierno la información de la casi segura
separación e independencia de Venezuela, el Congreso de Bogotá envió tres
comisionados para intentar arreglar las cosas. Se nombraron igualmente tres en
Venezuela para reunirse con ellos, con las más positivas instrucciones de
tratar sólo sobre la base del reconocimiento de la separación de Venezuela y su
independencia como nación. Hasta ahora no se ha sabido nada del asunto; es
posible que lo que haya retrasado la reunión sea un cambio ocurrido, según se
dice, en la forma de pensar de Bolívar”[14]
Porter habla de “tres comisionados del gobierno de Bogotá”
acaso no sabiendo que se habría tratado de solo dos. Sin embargo es claro en
una información: las tratativas solo tendrían lugar sobre la base del
reconocimiento de la separación absoluta de Venezuela de Colombia y como
definitiva nación independiente. Sucre lo habría afirmado una y otra vez en sus
cartas: sería inútil esta comisión a pesar de sus esfuerzos. Seguidamente, Ker Porter hace saber:
“Ha sucedido un acontecimiento de considerable importancia en Bogotá
para fijar el destino de Venezuela, y ha sido una revolución similar a la que
sucedió en este departamento y que decidió al Libertador a abandonar tanto su
cargo como el país, pues se fue de la capital (sin duda alguna) el 8 de mayo
con intenciones de embarcarse para Jamaica o Europa, y se han recibido cartas
de él, el día 11, fechadas en Honda.”[15]
La última carta del Mariscal
Sucre a Bolívar data, precisamente, del 8 de mayo de 1830. Al inicio de la
carta el prócer cumanés hace notar que “…al
llegar a su casa, Ud. ya se había ido…” y en conjunto abigarrado de
sentimientos (por cierto, acaso conocido por todos los que nos hemos acercado a
la vida de Sucre), deja ver el afecto, el cariño y la admiración por el
jefe-padre, en una última carta. Dice allí Antonio José de Sucre y Alcalá,
General de Colombia, Mariscal del Perú, Presidente fundador de Bolivia, herido
gravemente tras su intento de preservar la integridad de la novel república;
también lo hace aquel arruinado de Quito, el último comisionado para evitar el
desplome de una creación política que mostraba el rictus de la muerte, aun
dando vagidos de nonata:
"…no son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos
de mi alma respecto a Ud.; Ud. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe
que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto
a su persona. Lo conservaré cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me
lisonjeo que Ud. me conservará siempre en el aprecio que me ha dispensado. (…) Adiós, mi General, reciba Ud. por gaje de mi amistad las lágrimas que
en este momento me hacen verter la ausencia de Ud. Sea Ud. feliz en todas
partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su fiel
y más apasionado amigo…"[16]
El 4 de junio de 1830 va de
regreso a Quito; se encamina esperanzado tras la materialización del sueño de
su vida, tantas veces postergado: estar con su familia, abrazar a la niña que
no conocía aún y descansar al fin, luego de casi una veintena de años, de “no dar descanso a su brazo y reposo a su
alma” para ir tras una patria propia, compartida e independiente, en suma:
Sucre va tras el cumplimiento de su deseo
tantas veces postergado. Obtuvo de esa patria gloria, sí, pero, acaso, aún
más amarguras, desengaños, decepciones y miserias; las líneas previas, escritas
de su propia mano, en algo lo testimonian. La República de Colombia se escinde
finalmente y todo aquel postrer esfuerzo, como el mismo lo ha señalado en
reiteradas ocasiones, termina siendo inútil.[17]
A las ocho de la mañana de aquel
día, en un recodo del camino, esas pasiones desenfrenadas de las que hablase alguna
vez el Gran Mariscal de Ayacucho, empuñan verdaderamente las armas que le dan muerte,
más allá de los más viles y cobardes autores materiales, marcando el final de
treinta y cuatro años de vida tumultuosa.
Antonio José de Sucre y Alcalá
solo alcanza a decir “¡Ay, balazo!”. Dos palabras: un
solo dolor, la última gran decepción… ¡La absoluta soledad de una muerte impía,
de la mano asesina siempre ávida de poder político…! Triste sino que parece acompañarnos
desde entonces, en estas tierras dónde domina, amplia, extensiva e
intensivamente, la construcción de sociedades estructuradas sobre la base del
poder como motivación, donde mando, riqueza y reconocimiento, obnubilan los
días de cada uno de nuestros pueblos, ayer, hoy y parece que así será siempre: ¡Siempre bajo la égida del
maldito poder!
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
KER PORTER, Sir Robert. (1997). Diario de un diplomático británico en
Venezuela. Caracas: Fundación Polar.
LANDER. TOMÁS. (1961). La doctrina liberal. Pensamiento político
venezolano del siglo XIX. Caracas: Presidencia de la República de
Venezuela.
SUCRE, Antonio José. (1980). De mi propia mano. Cartas. Compilación hecha
por la Profesora Inés Quintero y el Profesor Andrés Eloy Rivero. Coordinador:
Dr. José Luis Salcedo Bastardo. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
[1]
En el examen que hiciese el autor de estas líneas, sobre 225 documentos del
General Antonio José de Sucre, en la compilación que sobre el particular
preparasen la Profesora Inés Quintero y el Profesor Andrés Eloy Rivero, bajo la
coordinación del Doctor José Luis Salcedo Bastardo, el Mariscal de Ayacucho
formula 59 peticiones expresas para que se le releve de lo que él mismo llama “la función pública” no solo en lo
tocante a lo administrativo sino en el aspecto más difícil de aquella: el político.
[2] Sucre, Antonio José; De mi propia mano. Compilación de
documentos. Inés Quintero y Andrés Eloy Rivero. José Luis Salcedo Bastardo,
coordinador. BIBLIOTECA AYACUCHO. Caracas, 1992. Pág.394.
[3] Op.Cit…Pág…394.
[4] Sucre…Idem.…Pág. 394
[5] Sucre…Ibíd.…Pág. 394
[6]
Existe una versión respecto del “plan monárquico” presentado al
Libertador para su consideración. Algunos
publicistas de 1840, acaso por intereses políticos, colocan tal curso de acción
en un sector de los mantuanos de Caracas, en cuanto su creación y como
mensajero de esta facción para su planteamiento a Bolívar, colocan de
protagonista a Antonio Leocadio Guzmán. En algún momento en la larga y
conflictiva relación política y periodística entre Juan Vicente González y
Antonio Leocadio Guzmán (a quien el primero le arrequintase el mote de “Antonio
Locario”), González hará uso reiterado de esa acusación, como ejemplo del
típico oportunismo político de Guzmán.
[7]
Ker Porter, Sir Robert; Diario de un diplomático en Venezuela. 1828-1842.
FUNDACION POLAR. Caracas, 1997. Pág.40
[8]
Sucre…Ibíd…Pág.395
[9]
Sucre…Ibíd…Pág.396
[10] Sucre…Ibid…Pág.397
y 398. Nota: las negrillas son nuestras. El afán inveterado por el poder, entre los muchos otros y
Sucre, sin embargo, entre el cumplimiento indeclinable del deber y la fuerza incontenible de su verdadero deseo…
[11] Sucre…Ibíd…Pág.
398 y 399.
[12] Sucre…Ibíd…Pág.
398 y 399. Nota: las negrillas son nuestras. Acaso aquellos polvos, trajeron
estos lodos.
[13] Sucre…Ibíd…Págs.400.
Nota: las negrillas son nuestras. Sucre entre el deber y la obligación del afecto, siempre con preeminencia de su
deseo.
[14] Ker
Porter….Op.Cit…Pág.411
[15] Ker
Porter….Op.Cit…Pág.411
[16]
Sucre…Ibíd…Pág. 401. Nota: las negrillas son nuestras.
[17]
“…Colombia se separa en tres países
independientes: Colombia, Ecuador y Venezuela (…) El Congreso de Valencia
nombra provisionalmente al Gral. Páez Presidente del Estado de Venezuela (…) no
permite que la delegación de Bogotá pase a Caracas.” Sucre…Ídem…Págs. 475 y 476. Tomás Lander, publicista, tribuno y
escritor de ese tiempo histórico, dice respecto de la unión de Nueva Granada y
Venezuela, impulsada en su momento por el Libertador bajo el nombre de
Colombia: “La fusión de Venezuela y Nueva Granada en una sola República es el
acto más ilegal que hemos visto desde el principio de nuestra transformación
política. Ella no tuvo otro origen que el de lograr la coronación de Bolívar y,
por consiguiente, fue éste el único que intrigó y trabajó para conseguirla.
Venezuela y la Nueva Granada han estado desde entonces en oposición a semejante
idea como contraria a su dicha y prosperidad futura. Solo por falta de un
conocimiento exacto de los sucesos anteriores, o por malicia, o mala fe de
algunos, es que se puede asegurar que los bogotanos pudieron jamás pensar en
igual desatino.” Lander, Tomás; La Doctrina Liberal. Pensamiento
político venezolano del siglo XIX. PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA. Caracas, 1961.
Pág.7. Nota: las negrillas son nuestras.
Prof. Itriago excelente análisis sobre los últimos episodios en la vida del Mariscal Sucre, inmerso en su obligación como negociador para tratar de salvar el proyecto de integración bolivariano. Sabía que era una misión que no conduciría a nada y aún así la aceptó. La tarea encomendada lo llenó de angustia y decepción.
ResponderBorrarImpecable trabajo del Profe. Itriago. Nos permite conocer aspectos ignorados del Gran Mariscal y de los convulsionados tiempos que les tocó vivir a él y al Libertador. Felicitaciones excelente
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