El Estado castrista colapsa...¡Asere!
Con el permiso de la población cubana aun en la isla y aquella que hace años ya se marchó, sean periodistas, historiadores, actores y actrices, politólogos, poetas y filósofos, etc., mejores conocedores de su realidad llagosa que cualquier extranjero, por erudito que sea, me permito dejar por aquí una reflexión acerca de la creciente deserción de altos y medios dirigentes castristas, hasta las playas del tan odiado “Imperio Yanqui”, por lo que no dudamos en pensar que el propio Fidel “se revuelve” debajo de su infausta peña santiaguera.
Los sistemas políticos creados
por líderes carismáticos dominadores (Fidel Castro en este caso) una vez
desaparecido “el creador”, más
temprano que tarde, colapsan porque nadie, por histórico que sea, es capaz de
levantar de nuevo la “bandera caída”, aun
habiendo depositado el líder en vida y por unción, el liderazgo en un sucesor, en el caso
que nos ocupa, en Raúl, su hermano menor, quien, dicho sea de paso, podría
reputarse como un “buen segundo bien
mandado”, con dotes indudables de buen organizador, pero líder carismático
o líder dominador o su máxima expresión, a saber, líder carismático dominador: ¡Jamás!.
Si Raúl Modesto hubiese mostrado esas dotes, incluso desde la Sierra, Fidel le
hubiese acomodado un puesto en el avión de Camilo y estaría hoy nadando con por lo menos cuatro generaciones de tiburones antillanos.
Los sistemas políticos heredados,
máxime cuando el heredero no tiene dotes de líder y por tanto carece del
respeto de sus subalternos, a todos los niveles, tienen que solidificar su
posición con base a un variado y nutrido tipo de negociados, mismos que se
resuelven con plata, grados y prebendas, en el mejor de los casos; ergástula,
desaparición y muerte, en el peor. El primero desde el interés, aplaca las
aguas; en el segundo opera el disuasivo miedo, mismo que se hace circular por el
aparato del Estado, permanente y sistemáticamente, tal cual circula la sangre
por el sistema circulatorio de cualquier mamífero.
Cuando la plata se acaba, esto es, los recursos se hacen escasos para sufragar el estipendio a tantos “funcionarios”, así como colgajos y adulantes, ante la inminencia de convertirse en víctimas en lugar de victimarios, la deserción comienza por los más bajos mandos y, lentamente, como la lepra inexorable, va creciendo hasta llegar a las extremidades inferiores del “Moloch Olivardo” de las nomenklaturas en el poder. Si la muerte del ungido está cerca y “el ungido del ungido” es un incapaz a todas luces (quien además, dicho sea de paso, por temor a caer, se rodea de más incapaces, aún más pedorros que él), los que se creen “herederos por natura” (familia, “viejos cariños”, patrocinios personales y, sobre todo, militares), comienzan a hacer rodar por el aparato del Estado y en todas direcciones, rumores de heredad segura, lo que les permitirá ejecutar sus más “ejemplares venganzas” sobre aquellos que, alguna vez, no obedecieron cuándo, cómo y dónde debieron hacerlo, según el parecer personal de cada uno de los vengadores, sean "tuertos o multitáctiles".
Literalmente: el sistema comienza
a colapsar, porque no tiene de dónde asirse. Ya no tiene a los carneros de siempre;
carece de la “moral revolucionaria”
para capturar la mente del más romántico, porque se han hundido en un muladar de
corrupción, tan evidente y mal oliente como cuando se rompe una cloaca. La
contradicción entre discurso y hechos es pasmosa, por lo que llamar a los
pueblos a sufrir, mientras ellos aun disfrutan (ahora con más descaro), de una
vida en extremo lujosa, ya no tiene acogida. Y como los sistemas políticos de
tal naturaleza, al final, solo poseen una red de chivatos, represores,
espalderos, torturadores y carceleros, que ya no tienen más nada en su
lamentable vida, sino que recibir las migajas carroñeras que les tiran sus amos, por cada perseguido, torturado, encarcelado y desaparecido, han de mantenerla a toda
costa, pero, finalmente y en el agobio de la escasez, los “caza traidores” terminan por fuerza trocándose en individuos de
la misma especie de la que cazan, haciendo de aquel remedio algo peor que la
enfermedad combatida. Ergo cubano: las avispas se vuelven contra quienes
las soltaron…
El sistema político comienza a
acusar la deserción, ya no en las masas hambreadas y empobrecidas por años de
carencia de recursos, en virtud de la concusión y el cohecho galopantes en el
Estado, sino en sus más cercanos “colaboradores
y funcionarios” quienes huyen de una posible y desatada represión
vengadora, una vez el ungido original se convierta en habitante definitivo del
éter. Nada: se van por la vereda tropical, buscando las noches de quietud pero
allí, entre las redes de una muerte posible, jamás volverán a nadar.
Colapsa el sistema, caballero y
ya no existe “Comandante que lo mande a
parar” y menos un Fidel que vibre en la montaña: Con fusil "...cuatro barras y una estrella", en camino hacia "la victoria siempre". Como aquel famoso éxito del Gran Combo de
Puerto Rico, hoy en la Cuba castrista: “No
hay cama pa’tanta gente…” ¡Asere!
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